Opinión
Con la G de Christian Gálvez
Por David Torres
Escritor
Parece mentira, pero está en marcha una conjura etarra, bolivariana, feminista y posmoderna para cargarse la Navidad, vamos, lo que antes se llamaba una conjura judeo-masónica, sólo que ahora los judíos se han puesto del lado de los buenos -a la derecha, como siempre- y que a los masones nunca hubo manera de tomárselos en serio. La conjura no va de arrasar belenes ni de destrozar iglesias, sino que utiliza una estrategia mucho más sutil: decir "felices fiestas". Se trata de un método insidioso, lento, pero muy eficaz, en el que, a fuerza de ignorar el verdadero motivo de la celebración navideña, la gente acabará por no tener ni pajolera idea de lo que está celebrando.
Menos mal que la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, no para de vigilar a los comunistas que pretenden minar nuestras instituciones y confunden la libertad con el libertinaje. Como sabe todo el mundo, la Navidad consiste en celebrar el nacimiento de un niño pobre mediante el consumo desenfrenado, los regalos a cascoporro, el alcoholismo pertinaz y la ingesta a mansalva de mantecados. Otro de los que velan para que no se pierdan estas entrañables tradiciones es Santiago Abascal, quien comparte fotos familiares junto a mensajes de alarma sobre la invasión de migrantes que sufrimos los españoles a diario. Porque, como también sabe todo el mundo, María, José y el niño Jesús no eran refugiados, sino millonarios excéntricos que practicaban turismo de aventura en un Airbnb en Belén. Ahora mismo Netanyahu está haciendo una reforma a fondo en la zona.
Christian Gálvez se ha unido a esta sacrosanta cruzada en defensa del mazapán, el turrón, los villancicos y la zambomba, aprovechando que hay que vender su último libro sobre Jesús de Nazareth y que Valladolid pasa por el Pisuerga. Hay unas cuantas novelas superlativas sobre la figura de Jesucristo, en especial las de Norman Mailer (El Evangelio según el Hijo), José Saramago (El Evangelio según Jesucristo) y mi favorita, obra de Anthony Burgess (Jesucristo y el juego del amor), pero no me hagan mucho caso y vayan directamente a la de Gálvez, un libro que ha escrito gracias a que ha recuperado la fe y que, según él, le puede costar aplausos y crucifixiones. Es muy posible, aunque antes habría que leerlo.
Lo que ocurre con Gálvez es que, al igual que a los masones, nadie lo toma en serio, y mira que el hombre se esfuerza. En su anterior campo de estudio, Leonardo da Vinci, Gálvez logró un repudio prácticamente unánime por parte de historiadores, eruditos y especialistas, sólo porque su aproximación a Leonardo era tan abierta que incluía un autorretrato pintado por un primo suyo. Mira que es difícil poner de acuerdo a tanta gente. Es una lástima que el tinglado editorial no se decida a aupar definitivamente a este versátil escalador al mismo nivel de otros bustos parlantes que, como Vicente Vallés o Ana Rosa Quintana, compaginan el arte de la televisión con el de la papelería.
A fin de cuentas, lo que pretende Gálvez es acercar al gran público esas figuras históricas casi desconocidas (Jesucristo, Leonardo da Vinci) mediante un enfoque popular, casi diríamos campechano, con el fin de que les pierdan el respeto y puedan conocer a fondo a Christian Gálvez. En una entrevista recién publicada, confiesa sin ningún pudor: "Lo que mejor se me da es vender, porque la televisión es vender todo el rato". Hace décadas que los grandes popes de la industria editorial están empeñados en eso mismo. Gracias a su desinteresada labor de escudero navideño, Gálvez puede unirse a otros genios incomprendidos que, al igual que Toni Cantó y Nacho Cano, han encontrado en Ayuso una mecenas impagable: la Leonor de Aquitania de los chiringuitos castizos.
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