Opinión
La cárcel de mujeres de Ventas: fugas y memorias
Por Verdad Justicia Reparación
Por Lucía Vicente, activista del Grupo de Mujeres de La Comuna
El próximo domingo 5 de marzo se celebrará en Madrid un homenaje a las mujeres luchadoras y represaliadas por el franquismo. Dicho homenaje se encuadra en la lucha por una memoria democrática y feminista en la ciudad de Madrid y se celebrará a las 12:00 horas en los Jardines de las Mujeres de Ventas, lugar en el que, hasta 1969, se encontraba en funcionamiento la cárcel del mismo nombre. Tras su demolición en 1972, el solar se ocupó con una urbanización residencial privada y un parque cuya titularidad mantiene el Ayuntamiento de Madrid. En 2019 se renombró este parque para recordar a las mujeres que estuvieron presas en aquel penal.
El furor represivo franquista encerró en Ventas en los primeros años de postguerra a un número de mujeres superior en un 1000% a la capacidad de la prisión (5.000 presas frente a las 500 para las que estaba dimensionada), de manera que se hacinaban 11 o 12 mujeres en cada celda individual y en todos los espacios disponibles, que pasaron a ser utilizados para el encierro: almacenes, zonas de aseos, talleres, enfermerías…, unas condiciones de hacinamiento que valieron para denominar a esta cárcel “el almacén de mujeres”. Todos los espacios fueron habilitados como celdas, a excepción de un gran salón de actos que fue transformado, claro está… en capilla.
Cualquier “motivo” podía suponer la detención y el encarcelamiento. No sólo fueron a prisión mujeres militantes de izquierdas que tuvieron una participación activa en partidos y sindicatos, también se encerró a mujeres en sustitución del padre, hermano, marido o hijo, por cualquier actividad de apoyo a las milicias (como confeccionar o lavar ropa), por haber votado al Frente Popular, incluso por haber gritado contra los aviones que bombardeaban Madrid. No hacía falta demostrar las acusaciones que cualquiera podía presentar en una comisaría, cuartelillo de la Guardia Civil o un centro de Falange, sobre las ideas o acciones de otra persona o de su familia para que fueran detenidas, maltratadas y enviadas a la cárcel. Los consejos de guerra celebrados por militares sin ninguna garantía dictaban sentencias que, si eran de 4 o 6 años, se consideraba lo normal, aunque en muchos casos hubo condenas a 12, 20 y 30 años, cantidad esta última que se aplicaba en los casos de conmutación de la pena de muerte. La indefensión era total.
Las condiciones de miseria que en aquellos primeros años vivieron las mujeres presas del franquismo en Ventas fueron terribles: el hambre, la suciedad, las enfermedades, la falta de asistencia sanitaria, durmiendo directamente sobre el suelo, sin espacio para moverse, sin ninguna ayuda exterior… por no hablar de las humillaciones, de las formaciones obligatorias para cantar los himnos del Movimiento con la mano derecha en saludo fascista y el miedo a los castigos arbitrarios de monjas y funcionarias que podían agravar más aún su situación.
Gracias a los numerosos testimonios directos recogidos por Tomasa Cuevas podemos hacernos una idea bastante precisa de cómo se vivieron aquellos años en la cárcel de Ventas. Pero hay dos aspectos que sobresalen en casi todos sus relatos como los que supusieron mayor sufrimiento: el desgarro de ver cómo sus criaturas enfermaban y morían por la imposibilidad de alimentarles y sacarles adelante (hasta 8 bebés muertos en una sola noche en el verano del 39), y la excarcelación de las penadas a muerte, hasta un total de 80, muchas de ellas menores de 21 años, para fusilarlas en las cercanas tapias del cementerio del Este.
Las penadas
En un primer momento las mujeres condenadas a pena de muerte (las penadas, en el lenguaje carcelario), estaban mezcladas con todas las demás, de forma que cuando las funcionarias iban a buscarlas para llevarlas a capilla, tenían que buscarlas por toda la prisión, tarea que normalmente se realizaba de noche, con escasa luz, provocando una gran conmoción entre todas las presas. Posteriormente, después de fusilar a las menores, “las 13 rosas”, se habilitó una galería de la muerte para las penadas, en ella hubo centenares de mujeres, en algunos momentos fueron casi doscientas y muchas permanecieron allí por largos períodos, de varios meses e incluso de más de un año.
En esta galería destacó la oficina de penadas, creada y dirigida por Matilde Landa, que realizó un gran trabajo para procurar la conmutación de las penas de muerte mediante la redacción de instancias, petición de avales y gestiones de todo tipo. Lo consiguieron en bastantes casos y de esta manera disminuyó el número de mujeres condenadas por los llamados “delitos de guerra o anteriores”. Las tres últimas, entre ellas una madre y su hija, fueron sacadas a fusilar entre enero y febrero del 43. La dirección de la cárcel organizó entones el encierro de las mujeres penadas en un sótano oscuro con una pequeña ventana que daba a un patio por donde se iba a comunicar con las familias y al economato. Cuando a alguna le llegaba la conmutación de la pena, junto a la alegría padecía también el desgarro por las que se quedaban en el sótano.
Mientras tanto, las expediciones a otros penales hicieron que descendiera el número de mujeres en Ventas a cinco o seis en cada celda individual y se pudo organizar la limpieza de las instalaciones, al tiempo que se ponían en marcha la escuela y el taller de forma improvisada y solo con recursos propios. Los testimonios son unánimes al destacar los esfuerzos realizados en la formación y la organización de las mujeres, en mantener el espíritu de lucha y de solidaridad que permitió a la larga conseguir algunos, aunque pequeños, triunfos.
Pero empezaron a llegar nuevamente mujeres condenadas a muerte por el régimen franquista por los denominados “delitos de postguerra” que no eran conducidas al sótano de penadas hasta el día anterior de ejecutar la sentencia. Mientras tanto vivían en las galerías con el resto de las presas.
A mediados de 1942 llegan a la cárcel de Ventas Elvira Albelda y María Asunción Rodríguez que fueron condenadas a muerte. Las dos ocupaban cargos de dirección en el PCE. A partir de los testimonios de Manolita del Arco, Antonia García Alonso, Soledad Real, Josefina Amalia, María Salvo y otras anónimas, todas ellas presas en Ventas en aquellos años, relatando retazos de lo sucedido para Tomasa Cuevas en “Testimonios de Mujeres en las Cárceles Franquistas”, se puede intentar reconstruir lo sucedido.
El 15 de noviembre de 1944, sobre las 6 de la tarde, comunican a Elvira Albelda que esa noche debe trasladarse al sótano de penadas, lo cuál significaba que iba a ser fusilada al día siguiente. Elvira le pide al cura de la cárcel que envíe un telegrama a su padre para que se ocupe de recoger su cadáver y le da un nombre y una dirección, todas suponen que esa fue la forma de comunicar al exterior lo que podía pasar. Elvira coge sus cosas y su petate y se traslada al sótano. Recibe instrucciones para que a las 11 de la noche se sitúe junto a la puerta. A esa hora se apagaron las luces y se abrió la puerta del sótano. Elvira salió rápidamente. Alguna de las otras mujeres que estaban en el sótano pegó un grito y eso alertó a las funcionarias, que empezaron a realizar recuentos en todas las galerías, haciendo que las presas se levantaran y formaran reiteradamente. Sin embargo, tardaron un tiempo en averiguar que faltaban Elvira Albelda y también María Asunción, que estaba en la segunda galería.
Tanto el director como las funcionarias estaban convencidos de que se habían escondido en algún lugar de la cárcel y tardaron más de tres horas en avisar a los organismos superiores. Pero las dos consiguieron escaparse. Al parecer, se separaron cuando llegaron junto al Parque del Retiro y tras pasar un tiempo escondidas, consiguieron pasar a Francia. Se sabe que Elvira Albelda se dirigió a Decazeville donde vivía su hermana Teodora y que se puso a trabajar en un restaurante.
Pero ¿cómo puedo organizarse tan perfectamente la fuga en tan pocas horas?
La policía político-social permaneció un mes investigando dentro de la prisión, cronometrando recorridos y tratando de reconstruir los hechos. Como señala Fernando Hernández Holgado, gran historiador y conocedor en profundidad de la cárcel de Ventas, “La investigación ordenada por la Inspección Central de la Dirección General de Prisiones, con las correspondientes demandas de responsabilidades, se prolongó hasta 1952 e incluyó la toma de declaración de funcionarias, guardianas, presas y hasta de alguna monja de las Hijas del Buen Pastor ya retirada de la cárcel” debido a que habían nombrado de manera irregular como ordenanzas a mujeres presas y una de ellas, en concreto Paz Lobo, fue la se apropió de las llaves necesarias para abrir puertas y cancelas.
Paz Lobo, Pacita, estuvo varios meses en una celda de castigo hasta que se produjo su juicio. Las presas de la segunda galería fueron trasladadas e incomunicadas. Pero ningún castigo aminoró la alegría del resto de las presas por el éxito de la fuga. Como una voz anónima señala en los citados Testimonios de Mujeres de Tomasa Cuevas “el sótano de penadas tuvo su día de gloria, la compensación de tantas amarguras… Quienes intervinieron activamente nos vengaron a todas de la pena, impotentes, con que habíamos mirado la pequeña ventana del sótano de penadas”.
Una de aquellas mujeres fue Victoria Carrasco, una de “Les dones del 36” que cuenta, en el video realizado en Barcelona en 1998 por Mercedes Vilanova y Mercedes Fernández-Martorell a propuesta del Ayuntamiento de Barcelona, cómo la ropa de su padre que la cárcel permitía que cosieran ella y sus dos hermanas, todas presas en Ventas, sirvió para construir la cuerda que les permitió descolgarse por los muros exteriores. Y lo relata con ojos emocionados porque, como explica Fernando Hernández Holgado en La prisión militante. Ventas (Madrid) y Les Corts (Barcelona): “En Ventas, los episodios de la huelga de hambre de enero de 1946 y la fuga de dos condenadas a muerte —Asunción Rodríguez y Elvira Albelda— de noviembre de 1944 quedaron asimismo atesorados en la memoria colectiva de las reclusas. Todo ello configuró una auténtica cultura de las presas políticas vertebrada por toda una gramática sentimental, una economía moral: la de los valores del apoyo mutuo, la solidaridad y el sacrificio personal”.
Honor, pues, para todas ellas.
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