Opinión
Estamos bien, pero ya se nos pasará
Por Andrea Momoitio
Periodista y escritora
Gueorgui Gospodínov, en Física de la tristeza, una novela maravillosa, ecléctica y escrita con un buen gusto emocionante, repasa algunas de las respuestas más habituales a la pregunta más repetida (y probablemente compleja) del mundo: “¿Cómo estás?”. “Estamos bien, pero ya se nos pasará”, dice el búlgaro recordando una vieja expresión que debe estar en desuso en su país. Así estamos muchas. Todas esas privilegiadas que estamos atravesando la crisis sociosanitaria de la Covid-19 sin demasiadas complicaciones, sin muertes, sin despidos o, al menos, con ahorros; todas las que vivimos con amigas o tenemos cierto margen para movernos a verlas; las que tenemos cerca a nuestras familias y dinero para comprar las malditas mascarillas. Las que no somos apaleadas por un grupo de nazis cuando volvemos a casa. Igual sí que tenemos un poquito de ansiedad y mucha mala hostia a ratos, pero bueno, estamos bien. Ya nos se nos pasará, sin ninguna duda. Es solo cuestión de tiempo.
Este miércoles, Sonia y Marcos volvían a su casa después de un paseo por el parque de San Isidro, en Madrid. Me he inventado sus nombres porque prefiero no exponerles más. Yo no les conozco, pero son amigos de mi compa. Volvían tan tranquilos a casa cuando se encontraron, en un plaza de su barrio, a un grupo de fascistas con sus cazuelas relucientes y sus banderas de España. Ninguno de los dos elementos debería ser, a priori, constitutivo de fascismo, pero la mezcla, estos días, invita a pensar en ello. Es más, la mezcla responde a una receta cocinada por la extrema derecha para agitar a la sociedad española. Las consecuencias son especialmente evidentes en Madrid, pero son muchas las ciudades españolas que están viviendo una polarización de las sociedad probablemente sin precedentes en las últimas décadas. Nada nuevo tiempos de grandes crisis. Santiago Abascal alentaba a sus fieles desde el Congreso de los Diputados con sus críticas al Gobierno de coalición de PSOE y Podemos.
Sonia y Marcos pasaron cerca de la protestas que, según dicen algunos, responden a un sentir popular sin organización política alguna detrás. Rápidamente se dieron cuenta de que estaban siendo observados también por un grupo de unos seis jóvenes, que, al grito de “¡A por ellos!” salieron corriendo en su dirección. Dice Sonia, todavía nerviosa, que al principio no entendía qué estaba pasando pero, es lo que tiene el instinto, avisó a su compa y corrieron ellos también. De paranoia, nada. El grupo de jóvenes fascistas les alcanzaron y, haciendo gala de una caballerosidad rancia, se ensañaron con Marcos. Rodeado por los jóvenes, recibió patadas y puñetazos. El parte de lesiones aporta algo de optimismo a esta tarde de mierda: no son lesiones graves, pero podía haber sido muy mal parado. Denunciaron los hechos a la policía y, ahora, tratan de estar tranquilos.
Las vecinas del barrio de Carabanchel fueron, igual que pasó hace unos días en Arganzuela, las que evitaron que la agresión fuera a más con sus gritos de reproche desde los balcones. Porque avanza el fascismo, sí, pero avanzan también las redes de solidaridad y de resistencia. Mientras un amplio grupo, nada despreciable, de ciudadanos y ciudadanas deciden tomar las calles para protestar por la gestión de la crisis del coronavirus por parte del Gobierno, otras siguen organizándose en redes vecinales para hacer frente a la crisis social y económica que nos viene encima. En 3, 2, 1. Mientras algunos protestan para conservar sus privilegios y poder seguir haciendo lo que les salga de los cojones, el lema del neoliberalismo, otras buscan la manera de proteger a las más vulnerables. El movimiento feminista está siendo un agente clave en esta organización de redes de apoyo mutuo. De momento, estamos bien, pero sabemos que las hostias siempre nos caen a nosotras. A las de siempre.
F. y T. llevan más de 43 años emparejados y siguen durmiendo juntos. Eso sí que es una cuarentena. Están jodidos porque son viejos y no tienen familia cerca que les eche una mano. F. baja todos los días a comprar comida a la calle, que luego cocina con dificultad; camina despacio, pero no ha perdido el sentido del humor. No aceptan con facilidad la ayuda, pero reciben con los brazos abiertos el cariño de sus vecinas, que les tocan el timbre de vez en cuando y se ofrecen para lo que haga falta. Dicen que no tienen miedo, que a ellos no les va a agarrar el bicho. T. tiene ciática y apenas puede moverse. Aprovechan todos los rayitos de sol que entran por la ventana y se lamentan porque saben que vienen tiempos difíciles. Ellos, claro, ya han visto mucho, pero insisten: “No queremos que vuelvan a esos cabrones”. No son los únicos.
Les tendremos que hacer frente, pero, nosotras, eso sí, pensando en todas.
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