Opinión
El asesinato homófobo que Bilbao ha olvidado
Por Andrea Momoitio
Periodista y escritora
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El 27 de junio de 1982, J.G.S fue asesinado en su casa de Bilbao por maricón. El crimen, estremecedor, fue fruto de la homofobia. Esa misma homofobia ha sepultado su memoria entre noticias de sucesos.
Las actividades que el movimiento LGTBQIA+ organizó para el Orgullo de 1982 en Bilbao no tuvieron mucho éxito. Habían preparado varias charlas: una sobre homosexualidad y machismo, otra sobre la pluralidad, un debate en torno a la pedofilia y una mesa redonda con grupos parlamentarios vascos para debatir sobre una resolución del Consejo de Europa relativa a los derechos de los homosexuales. Ese año, el Parlamento vasco haría suya la propuesta europea con la aprobación de una proposición no de ley en la que también solicitaba la legalización de EHGAM. El colectivo, el mayoritario entonces en Euskal Herria, no fue legalizado hasta el año siguiente. La primera charla, impartida por la activista lesbiana Empar Pineda, tuvo cierto éxito, pero el resto pasaron muy desapercibidas: “Hoy por hoy no se pueden convocar charlas sobre temas demasiado especializados”, concluían en la revista Gay Hotsa. El maratón de cine gay, eso sí, tuvo mucho éxito.
El lema de aquel año –”Ni marginación ni represión: tal como eres gana la calle”– puede que llegara a oídos de J.G.S, un hombre de 44 años, natural de Lleida, que entonces vivía en Bilbao. Concretamente, en la calle Askao. Muchas de las viviendas de esa calle, todavía hoy, tienen detrás terrenos en los que los y las vecinas trabajan pequeñas huertas. Es probable que fuera el caso de la vivienda de J.G.S porque, al menos, sabemos que tenía un pato. El 27 de junio de 1982 fue asesinado en su casa por maricón. Puede que el día antes acudiera a ver alguna de las películas que proyectaron con motivo del día del Orgullo.
Ese día, J.G.S comió y tomó unas copas en su casa con uno de sus amantes, el mismo que le asestó varias puñaladas. El asesino arrojó a la ría ese mismo día el arma del crimen, pero fue detenido poco después. El grupo de homicidios de la Brigada Regional de Policía Judicial de Bilbao definió a la víctima como un tipo “introvertido y claramente homosexual”. El asesino fue descrito como un “ser huraño, aficionado a las armas blancas y con reacciones extemporáneas”. El caso, completamente desconocido hoy en la ciudad, es estremecedor. El autor confeso aseguró, tal y como recogen las crónicas de la época, que mantenía relaciones sexuales con la víctima y que había sido ese, precisamente, el móvil del crimen.
Aseguró que quería “eliminar a la persona que le había creado un complejo a consecuencia del cual no se sentía un hombre completo”. Además, declaró que “había pensado continuar actuando contra otros homosexuales que conocía, e incluso se había decidido ya por una persona concreta como su siguiente víctima”. Dejó la casa revuelta, simuló una fiesta en la que participaron más personas y se marchó de allí con un anillo de J.G.S. En el interior, estaban escritas sus iniciales, que lijó para tratar de venderlo después. Aquello, puso ante la pista a la policía, que le detuvo el 10 de julio de 1982.
La prensa de la época apenas le dedicó atención al asesinato de J.G.S, que bautizaron como el “asesinato del canario”. El leridano era un gran amante de los animales. Además de un pato, tenía varios canarios y una pecera con “varios peces minúsculos” a los que el asesino arrojó varios puñados de sal: “A continuación, en su afán de vengarse y conocedor del gran cariño que sentía la víctima por unos pájaros, abrió la jaula en la que estaban, los mató y los introdujo en su boca”, contaba el periódico. En Gay Hotsa, la revista de EHGAM, ironizaban. Qué otra cosa podían hacer: “Por lo visto, los supermachos no pueden aguantar ni siquiera la idea de que les pueda gustar un hombre, así que ya han encontrado la solución a tan arduo problema: tio que les hace tilín, tio que se cargan. ¡Estupendo!”. En el mismo texto denunciaban que esos días habían robado 200.000 pesetas a un hombre en la Gran Vía bilbaína “con la amenaza de que si no les daba el dinero dirían públicamente que era homosexual”. En 1982 no era fácil decir que eras marica.
Las vecinas se mostraron extrañadas ante el asesinato de J.G.S porque, atención, un clásico de la prensa de sucesos, era un “buen vecino”: “Él mismo había dado pinqui a su tramo de escalera, limpiaba, como todos, una vez por semana, el portal, y barría a menudo la escalera. Precisamente el año pasado le tocó la administración de la casa y todo marchó bien. Todavía no entiendo por qué le han matado”, declaraba una de sus vecinas. “El suceso recuerda, tristemente, a las películas de cine negro”, decía el periodista. A nadie se le ocurrió preguntar a los y las activistas LGTBQIA+, que no parece que se movilizaron en protesta por este crimen. Seguro que elles podrían haberle explicado a la vecina de J.G.S por qué le habían matado, pero, atención, otro clásico de la prensa de sucesos, a nosotras no suelen preguntarnos.
Del asesino, de momento, apenas hay rastro. Si alguien tiene pistas, que silbe. Él fue también, sin duda, víctima y verdugo de la homofobia. Dice Óscar Guasch que hay dos clases de homofobia: “La simple, odiar a los homosexuales, y la compleja, que es el problema que tienen muchos hombres a ser tratados como mujeres o como poco hombres. Ese es el verdadero problema y afecta también a muchas personas homosexuales”. Entenderlo solo significa eso: que lo entendemos. Pero a J.G.S no podemos mantenerle más tiempo en el olvido.
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