La montaña de endeudamiento de EEUU empieza a parecer inexpugnable. Tanto que analistas e inversores han puesto el grito en el cielo, auguran un decenio de penurias en las obligaciones de pago y riesgos altos de quiebras, y no apuntan a un final amistoso entre deudores y acreedores en medio de un escenario geopolítico de especial voltaje y bajo un ciclo de negocios con intensas embestidas y fenómenos económicos heterodoxos y combinaciones casi paranormales.
Entre otros, el retorno del fantasma de la inflación hasta cotas desconocidas en cuatro décadas, unas escaladas de los precios del dinero sin parangón desde comienzos de siglo, disrupciones en las cadenas de valor, espirales de la energía y las materias primas metálicas y agrícolas, cuellos de botella comerciales y perturbaciones logísticas inauditas. Muchos de los cuales anticipan una fragmentación de los mercados globales.
Sin embargo, más allá de los peligros acumulados antes y después de la Gran Pandemia, emerge una amenaza de consecuencias imprevisibles: unas deudas soberana, empresarial y familiar de dimensiones desconocidas que "no apunta a un buen final", como alerta el economista Arthur Laffer, insigne autor de la famosa Curva de Laffer que vincula el comportamiento entre la presión fiscal de una economía y los ingresos fiscales que es capaz de recaudar a partir de su modelo de tributación.
A su juicio, "los próximos diez años serán los de la losa de la deuda" y todo parece indicar que los gobiernos se aprestan a vivir "una lenta muerte fiscal" que desembocará, si no se instauran mecanismos de rigor presupuestario, en una crisis galopante a la que varios países se expondrán de una manera especialmente peligrosa. El diagnóstico de Laffer podría parecer exagerado, pero los datos de endeudamiento revelan que la acumulación de pagos soberanos, empresariales y de hogares pendientes de cobro ha sobrepasado los límites de cualquier gestión controlada.
En 2023, los niveles de endeudamiento mundial alcanzaron los 313 billones de dólares, según IIF
O, dicho de otro modo: el mundo vive a crédito, en dificultades extremas para sufragar sus ratios de deuda y bajo un calendario de vencimientos demasiado exigente como para no sopesar algún remedio de reestructuración eficiente. Porque en 2023 los niveles de endeudamiento mundial alcanzaron los 313 billones de dólares, según el Instituto Internacional de Finanzas (IIF), el triple del PIB global, y con facturas acumuladas cada vez más voluminosas. Así, en el último trimestre del ejercicio se sumaron 15 billones y más de la mitad de este repunte -el 55%- lo han ocasionado potencias industrializadas como EEUU, Francia o Alemania, apuntala el Global Debt Monitor del FMI.
Aunque también han aumentado sus ratios mercados emergentes como India, Argentina, China, Rusia, Malasia o Sudáfrica especialmente.
La bomba de relojería más urgente está en EEUU
En este cuadro de mando, sin embargo, la máxima preocupación apunta a EEUU, cuya deuda ha sobrepasado los 34,59 billones de dólares –con datos de marzo– y el Tesoro contempla repuntes de un billón de dólares cada cien días, como estiman en Bank of America. Los economistas se han puesto en guardia, porque el iceberg crece sin remedio: en julio pasado la ratio era de dos billones menos (32,6) y las perspectivas hablan de que, al término de 2024, supondrá el 124,3% del PIB si los cálculos de Trading Economics son correctos, frente al 122,3% con el que concluyó 2023.
En un país en el que el promedio de endeudamiento entre 1940 y el pasado año marca un 65,7%, pese a que fue en 2020 -el último ejercicio fiscal de la Administración Trump- cuando las rebajas de impuestos, de especial calado, que aprobó durante su mandato, las guerras comerciales y los espectaculares incrementos del gasto militar, abrieron fugas presupuestarias que se trasladaron al servicio de deuda y alejaron definitivamente al país de la disciplina de 1981, instante en el que representaba el 31,8% del PIB.
No es que su sucesor haya aplicado precisamente ajustes durante sus cuatro años de legislatura que expiran en noviembre. Joe Biden ha seguido alimentando –aunque a un menor ritmo– los gastos en Defensa y ha puesto en liza una política de subsidios y ayudas federales para reconfigurar sus estructuras industriales, modernizar las infraestructuras o impulsar las energías verdes. Medidas que han requerido de billonarios fondos federales y de emisiones masivas de bonos del Tesoro.
Les Rubin, un inversor con amplia experiencia en los mercados de capitales estadounidenses, se hacía eco en Business Insider de este sombrío escenario futuro de una forma elocuente: "Es el mayor fraude piramidal de la historia". Rubin alude a la "crítica coyuntura" creada por un círculo vicioso en el que ha caído EEUU en el que la mayor economía del planeta se endeuda de manera galopante, coloca esa deuda en los mercados y asume financiación para acometer nuevos planes de gasto futuro. "Nos hemos acostumbrado a vivir a crédito", explica.
Y no le falta razón. El Tesoro vendió el pasado año 22 billones de dólares en bonos federales. Sin embargo, en 2024 se aprecia una pérdida de demanda inversora, lo que sugiere una inminente dificultad de las carteras de capital por absorber tal cantidad de emisiones. Por mucho que estén garantizados sus cuotas de retorno por la hegemonía del dólar y la histórica rentabilidad de los bonos americanos. Los elevados tipos de interés de la Fed y, sobre todo, la reticencia a rebajarlos este año, según el consenso del mercado, han reducido considerablemente la propensión a las compras de bonos a diez y 30 años.
Rubin: "Si las emisiones dejan de surtir efecto, EEUU perderá su capacidad de reembolso"
"Si no vendemos deuda, perdemos la habilidad de que la economía funcione correctamente", avisa Rubin, porque los gobiernos "se han acostumbrado a sobrevivir por la gestión del servicio de pagos", de modo que "si las emisiones dejan de surtir efecto, EEUU perderá su capacidad de reembolso". Y son malos tiempos para la lírica financiera con los tipos de interés entre el 5,25% y el 5,50%. En marzo, el Tesoro tuvo que pagar 89.000 millones en intereses para saldar su deuda, lo que le ha exigido gastos de adicionales de dos millones por minuto, calcula Bloomberg.
Jay Zagorsky, economista de la Universidad de Boston, achaca este deterioro a los estímulos y a la propensión al consumo a crédito, por un lado, y a la persistente inflación, que cerró marzo en el 3,5%, por otro, después de tres repuntes mensuales consecutivos, aunque en abril se redujera en una décima. En su opinión, solo hay una salida: una disminución del presupuesto y establecer un orden de prioridades en las dotaciones, con la Seguridad Social en el top one para reforzar la deteriorada red asistencial americana. Además de una más eficaz gestión de la deuda porque el pasado año los pagos de intereses ascendieron a 429.000 millones, el 240% de las partidas que las cuentas federales destinan a transporte, comercio y vivienda de manera combinada.
Reajustes fiscales, pero también ideológicos
"El dinero que va a Defensa no va a Educación, y lo que no se destina a vivienda acaba llegando a la factura de intereses", advierte Zagorsky, que recuerda que la deuda "ha crecido más rápido que la economía en el último decenio: un 86% la primera y un 63% la segunda. The Economist también comparte esta diagnosis. "Si la prudencia es una virtud, entonces el presupuesto federal es un ejercicio cargado de vicios", explica para justificar que en los últimos 12 meses Washington ha gastado dos billones de dólares, el 7,2% de su PIB, más que el montante total de su recaudación impositiva, sin recesión y con pleno empleo. Aun así, el déficit fiscal permanece por encima del 3% del PIB desde 2015 y la deuda sobrepasando el 100% del PIB desde 2016.
El déficit fiscal permanece por encima del 3% del PIB desde 2015 y la deuda sobrepasando el 100% del PIB desde 2016
Solo que entonces los tipos estaban próximos a cero y ahora, en su nivel más alto desde el inicio del siglo. Los mayores gastos bélicos, la crisis financiera y la Gran Pandemia y unas "infundadas" rebajas fiscales "han apilado" deuda a partir de agujeros presupuestarios que han profundizado los sucesivos programas de estímulo económico a hogares, empresas e industrias.
El principal reto del futuro presidente de EEUU será restablecer su trayectoria tributaria, dañada por la extraordinaria reducción impositiva de Trump en 2017, avisa el semanario británico. Así como cruzar los dedos para que la Reserva Federal supere la fase de indecisión actual y abarate el precio del dinero. Según datos de la Fed de San Luis, este año el gobierno federal deberá pagar un billón de dólares en intereses después de pagar 234.000 millones en los tres primeros meses de 2023.
"Algo de paranoia existe", piensan voces de Wall Street, para tener que sufragar tales cantidades con tan elevados intereses. Como lo demuestra la petición de Jack Manley, analista de JP Morgan, sugiriendo a la Fed que rebaje tipos "si quiere contener la inflación", con perspectivas de control de precios a medio plazo, porque "si espera a que el IPC esté a raya, en torno al 2%, puede que sea demasiado tarde" para no asfixiar el PIB de una economía que "ha demostrado una feroz resiliencia" a la recesión y al pago de las deudas, que genera desigualdades sociales, pero que tiene un punto de resistencia que la Reserva Federal podría debilitar.
Un diagnóstico al que la secretaria del Tesoro, Janet Yellen, añade su particular crítica a China y a sus "políticas destinadas a generar sobreproducción y alternar la demanda" con recursos a sus industrias que dañan el proceso de globalización y modifican las prioridades de los presupuestos, con la consiguiente conversión de estos recursos en deuda.
"La geopolítica y la polarización en EEUU han catapultado los riesgos mundiales", admite Anne Krueger, ex economista jefe del Banco Mundial y profesora de la John Hopkins, una consigna a la que el FMI y la OCDE suman "la insoportable levedad de la deuda". Para Vitor Gaspar, director del Área Fiscal del Fondo, también en gran medida por la sobrevaloración –otra más–, del dólar, y el club de países de rentas altas porque el 40% de la deuda soberana y el 37% de la corporativa colocada en bonos de sus socios pasará a engrosar el stock de deuda en tres años. Es decir, que cuatro de cada diez dólares de pagos pendientes han sido colocados a cambio de refinanciación a tasas de rentabilidad excesivas por el encarecimiento del dinero. Con vencimiento en 2026.
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