Este artículo se publicó hace 5 años.
LíbanoLos libaneses celebran la dimisión del primer ministro Saad Hariri entre la alegría y la cautela
El Gobierno cede tras trece días de masivas protestas en todo el país en las que se exigía la dimisión del ejecutivo y el fin de la corrupción. Los manifestantes consideran que este es solo el primer paso en la respuesta a sus demandas.
Andrea Olea
Beirut-
Y las calles le ganaron el pulso al gobierno. El primer ministro libanés Saad Hariri anunció su dimisión el jueves por la tarde, décimotercer día de manifestaciones, bloqueos de carreteras y huelgas en todo Líbano, para protestar contra la corrupción de la clase política y las medidas de austeridad, en un clima de agravada crisis económica. En un escueto discurso de apenas dos minutos, Hariri anunciaba su renuncia a seguir gobernando tras haber llegado a un “callejón sin salida” y ponía su cargo a disposición del presidente Michel Aoun.
Al escuchar el anuncio, los libaneses estallaron en júbilo. Miles de personas volvieron a concentrarse en las principales plazas y puntos neurálgicos del país, donde la afluencia había caído ligeramente en los últimos días, para celebrar lo que sienten como una victoria colectiva. En la Plaza de los Mártires, epicentro de las protestas en la capital, así como en la cercana plaza Riad el Solh, situada frente a la sede del gobierno, los manifestantes celebraban, se felicitaban entre sí, y discutían, en pequeños grupos o en asambleas, cuáles debían ser los siguientes pasos a seguir.
“Siento que es la primera vez que contribuyo a un cambio real en mi país”
“Estamos increíblemente contentos, aún no nos lo podemos creer”, aseguraba Laetitia Malkoun, psicóloga de 27 años, mientras agitaba la bandera libanesa, que en las protestas de estos días ha sustituido a las tradicionales de partidos políticos. “Pero este es solo el primer paso, queremos que se vayan todos. Vamos a ver qué ocurre ahora”, añadía cauta Cyntia Sfeir, estudiante de ingeniería medioambiental. “Revolución” y “ahora es el turno del pueblo” eran algunos de los cánticos más escuchados. Las celebraciones se han repetido en todo el país, de Sidón en el sur –considerado un bastión del ahora exprimer ministro– a Trípoli, en el norte.
“Siento que es la primera vez que contribuyo a un cambio real en mi país”, afirmaba Mohammad Lawah, joven originario de la ciudad norteña, que ha pasado la mayor parte de los días de protesta en Beirut participando en debates, manifestaciones o bloqueos de carreteras. “Pero ahora tenemos que seguir trabajando, hablando con la gente para convencerla de que hay que acabar de verdad con el sectarismo y luchar contra la corrupción”.
En la autopista de circunvalación de Beirut, cortada durante varios días seguidos, el sentimiento de triunfo era si cabe mayor: pocas horas antes, seguidores de los partidos chiitas Amal y Hizbolá habían atacado a los manifestantes con extrema dureza, antes de quemar la mayoría de tiendas y puestos de la vecina acampada en la plaza de los Mártires, en un intento de impedir la renuncia del primer ministro. En un discurso televisado la semana anterior, Hassan Nasrallah, líder de Hizbolá, había advertido que la dimisión del gobierno era una línea roja que no debía ser traspasada. El Partido de Dios, cuyo poder salió afianzado de las pasadas elecciones legislativas, ha sido el principal defensor del mantenimiento del statuos quo. Entre la postura adoptada por Nasrallah y los ataques de sus partidarios a manifestantes, la imagen de Hizbolá ha quedado gravemente dañada durante la crisis.
A la espera de un nuevo ejecutivo
La renuncia de Hariri implica de facto la de todo su gabinete. El presidente Aoun debe ahora aceptar la dimisión y declarar gobierno en funciones al ejecutivo actual. Aoun iniciará en breve consultas parlamentarias para designar un nuevo primer ministro, que deberá a su vez formar un gobierno de transición, previa aprobación del jefe de Estado. “Aunque estas consultas podrían llevar un tiempo considerable”, advierte Lahham Wissam, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Saint Joseph de Beirut, recordando que la última vez se tardó nueve meses en llegar a un acuerdo.
La primera y principal exigencia de los libaneses era la dimisión en bloque del Gobierno, pero no la única. En estos días han aflorado otras demandas claras, entre ellas la de un ejecutivo de transición formado por tecnócratas capaces de estabilizar la malograda economía del país. También, una reforma de la ley electoral con circunscripción única para acabar con el actual sistema de reparto de poder por cuotas confesionales, que en la práctica se ha traducido en sectarismo, corrupción y creciente desigualdad por culpa de una pésima gestión económica y política.
Una clase política que no tiene ningún interés en ese gobierno tenga éxito en su tarea”
En todo caso, un hipotético gobierno de expertos “debería trabajar contra los intereses establecidos de las fuerzas políticas que controlan la administración pública que implementa las decisiones gubernamentales. Una clase política que no tiene ningún interés en ese gobierno tenga éxito en su tarea”, subrayaba el analista Michael Young del Carnegie Institute for the Middle East en un artículo en el diario The National.
Por delante, el nuevo ejecutivo también tendrá la hercúlea tarea de tratar de aliviar una deuda pública desbordada equivalente a más del 150% del PIB, reducir el desempleo y reformar sectores como el eléctrico –Líbano sufre cortes de electricidad de entre 3 y 12 horas diarias– o el de las telecomunicaciones, con unas de las tarifas más caras de todo Oriente Medio. No en vano, fue el anuncio de un nuevo impuesto a las llamadas hechas por redes sociales como WhatsApp (empleadas masivamente por el alto precio de las llamadas telefónicas) lo que encendió la mecha de la protesta.
Revolución social
La movilización ciudadana, que en su punto álgido sacó a las calles a un millon y medio de personas en un país de seis millones, ha destacado no solo por el pacifismo y la creatividad de las propuestas (desde conciertos espontáneos a clases de yoga para bloquear autopistas o una cadena humana de norte a sur del país), sino también por derribar un muro que parecía infranquable: el de la división sectaria. Las críticas a la clase política han venido de personas de todas las confesiones, que han incluido en sus diatribas a los representantes de sus propias comunidades religiosas, haciendo llamamientos continuados a la unidad de todos los libaneses. Quienes han participado en las manifestaciones se muestran unánimes al señalar que hay un antes y un después en la forma de ver y tratar a sus conciudadanos.
“No queremos un nuevo gobierno cualquiera, queremos uno que sepa gobernar”
La reapropiación de los espacios públicos especialmente en la capital, donde los lugares de encuentro no privatizados brillan por su ausencia, ha sido otra de las grandes conquistas del movimiento, con la ocupación de edificios emblemáticos cerrados durante décadas y la presencia masiva de gente en las calles del centro de Beirut, generalmente semidesiertas.
Las asambleas ciudadanas que se han venido organizando en las últimas dos semanas, estaban más concurridas que nunca en la noche del martes. “No queremos un nuevo gobierno cualquiera, queremos uno que sepa gobernar”, afirmaba una mujer de mediana edad en su turno de palabra durante uno de los debates celebrado en un parking junto a la Plaza de los Mártires. Aunque las ideas sobre cómo mantener la presión divergían, todo el mundo tenía claro que la renuncia del gobierno era solo el primer paso en su batalla: la movilización en las calles, afirman, debe continuar.
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