Este artículo se publicó hace 3 años.
Kabir Shah, refugiado afgano huido del régimen Talibán: "Ahora quiero poner a salvo a mi familia"
Teme que la estricta ley 'Sharia' ponga en peligro a sus familiares
IBON PEREZ
Kabir Shah (Herat, 1995) sigue con incertidumbre el día a día del nuevo Afganistán. La entrada de los insurgentes en Kabul le cogió fuera de Gipuzkoa, donde vive desde hace tres años junto a Gloria, su mujer. Tiene el alma en vilo por sus padres, sus seis hermanos y , en especial, sus tres hermanas – todas menores de edad-: la 'sharia' (ley islámica) puede acabar con sus vidas o su integridad. Lejos de todo peligro, el afgano intenta hacer una vida normal y estudia un grado superior de 'animación 3D en entornos de videojuegos' para tener la vida que no podría tener en su país.
A sus 26 años recién cumplidos, Kabir recorre con paso nervioso la habitación en la que se aloja de vacaciones. Su portátil debería de permanecer apagado y a pesar de que pretendía no hacerle mucho caso al móvil, le va a resultar prácticamente imposible no prestarle atención al aparato. Está impaciente y mira continuamente a la pantalla de su smarthpone para comprobar si recibe un mensaje de los suyos. Su inquietud va en aumento y tiene una buena justificación: los talibanes se han hecho con el control de su amado Afganistán tras dos décadas.
El joven cree que despertará de un mal sueño en cualquier instante y no entiende el orden de los sucesos que se han desarrollado en ese rincón del Oriente Medio. "Hay algo extraño en todo esto. No esperaba un giro tan radical de los acontecimientos. ¡ Han conquistado el país en menos de diez días!", manifiesta asombrado. Aun cuando el ejército afgano estaba constituido por 300.000 soldados bien equipados, las tropas de Afganistán colapsaron rápidamente y fueron derrotados por 75.000 combatientes talibanes. "Han regalado el país. ¿Alguien me lo puede explicar?", pregunta al vacío a pesar de saber que nunca obtendrá la respuesta que busca.
Amordazaron a su padre
Esta misma semana, su padre, de profesión piloto militar, ha estado a punto de perder la vida aunque "ahora lo puede contar de milagro", señala. "Fue amordazado cuando acudía al aeropuerto de Herat para prestar servicio junto a sus compañeros. Les maniataron y uno a uno, fueron conducidos hasta la puerta de sus casas", informa Kabir. Su progenitor, al que vamos a mantener en el más absoluto de los anonimatos por posibles represalias, había trabajado para el Gobierno legítimo y los Talibán podrían asesinarlo sin pensárselo ni un segundo cuando quisiesen. "Han preferido tenerlo fichado y le han cortado las alas anotando donde vive y quiénes son sus familiares a modo de amenaza", añade el joven. Por ahora "le han obligado a ir a trabajar sin cobrar sueldo alguno y de no hacerlo recibirá 100 latigazos por cada día que falte al trabajo", relata el hijo con dolor. "No es justo. ¡Si no le matan de hambre le matarán a base de azotes!", afirma el refugiado a Público.
Viendo el cariz que estaba adquiriendo el rápido impulso Talibán, Kabir animó a su familia a abandonar lo antes posible Afganistán. Mientras el cabeza de familia se encontraba trabajando para no despertar sospechas, la madre y cuatro de los hermanos más pequeños decidieron viajar a Kabul para tramitar los pasaportes que les permitirían abandonar el país. Para su desgracia, el viaje transcurrió de la forma menos esperada. "Durante dos días, mi madre y mis hermanos recorrieron 800 kilómetros en balde en un autobús que se desplazaba por carreteras en malas condiciones y atravesaron ríos secos sobre puentes a punto de derrumbarse", narra el veinteañero.
Un disparo estuvo a punto de truncar la vida de uno de los hermanos de Kabir. Habría muerto de no ser porque una bala perdida se desvió chocando contra la luna del autobús en el que viajaban buscando una salida a su futuro. Sin darse cuenta habían acabado en medio de una batalla campal entre miembros del ejército y los talibanes y podían resultar un blanco fácil. "Los cinco encontraron refugio detrás de un tanque de combustible destartalado. Estuvieron durante horas agazapados allí para evitar males mayores y, cuando finalmente consiguieron llegar a Kabul, la capital afgana estaba a punto de caer en manos islamistas", completa el relato Kabir. Todos sus intentos para marcharse del país resultaron en vano. Los radicales estaban conquistado el terreno en un tiempo récord y era tal la cantidad de personas que abarrotaron la ciudad que les dijeron que los trámites para conseguir un pasaporte se demorarían más de dos meses. Con esas perspectivas no les quedo otra salida que volver a casa.
"Al igual que Kandahar, Herat cayó en manos equivocadas y mi familia tuvo que alquilar un piso en el centro de Kabul para permanecer a salvo. Viendo que habían huido dejando el hogar familiar, los talibanes habían revuelto sus cosas y asesinaron a nuestro perro con un tiro en la cabeza. ¿Esta es la gente pacífica que nos quieren vender algunos?", se cuestiona Kabir.
Teme por sus hermanas
Los talibanes prometen amnistías a funcionarios del gobierno afgano y fingen moderación. Según Shah, los guerrerilleros "tratan de convencer a la comunidad internacional usando las redes sociales para difundir su propaganda y dar 'una imagen agradable'", pero a su juicio se trataría de un plan bien orquestado. Lo tiene claro: "les hemos visto montados en autos de coche, subidos en tiovivos, levantando pesas en gimnasios, etc, pero, a pesar de las imágenes amables, sabemos que son los mismos que extendieron el terror en el Emirato Islámico entre 1996 y 2001. Es un Show y un paripé que han montado".
En la última llamada que ha mantenido con ellos, sus allegados le han informado que los talibanes ya han empezado a mostrar su verdadera cara: "Me han dicho que a las mujeres afganas se les está impidiendo acceder a sus puestos de trabajos y que no pueden acudir a la universidad o al colegio a estudiar o a impartir clase".
En primera persona
El joven afgano habla del horror desde la experiencia. Ha querido olvidar el pánico que sembraron los terroristas siendo él muy pequeño aunque las imágenes traumáticas vienen a modo de fogonazos a la cabeza. Rememora calles atestadas de hombres armados y que, en una ocasión, casi ametrallaron a su madre por un asunto insignificante. "Estábamos comprando patatas en un supermercado y los talibanes, rodeándonos, quisieron disparar a mi madre en las piernas porque ese día se le olvido vestir/ llevar calcetines bajo el burka. Me puse a llorar, mi madre les rogó y suplicó que no lo hiciesen por favor y, no sé cómo, le perdonaron prometiéndole que la próxima vez no serían tan benévolos con ella". Kabir utiliza de ejemplo este episodio para describir el infierno que viven las mujeres en Afganistán.
"Este nuevo régimen de los extremistas islámicos significará el retroceso y la pérdida de todos los progresos en materia de igualdad de género que se consiguieron en el país en los últimos años. Si no garantizan los derechos fundamentales a nuestras madres, abuelas o hermanas no merecerá la pena vivir en el país", lamenta el refugiado. "No dejo de pensar en las pequeñas de mi casa. Mis hermanas tienen 16, 14 y 3 años respectivamente y corren serios riesgos de crecer invisibilzadas, sometidas bajo el yugo de decenas de reglas, normas y prohibiciones; obligadas a llevar burka, prohibiéndoles estudiar o escuchar música, y de tener que ir de un lado a otro acompañadas por un varón. Eso sin contar que a los 18 tendrán que casarse forzosamente", enumera exasperado Kabir.
Siendo esta la realidad, el afgano comprende la desesperación de los paisanos que se encaramaron a los aviones que despegaron desde Kabul: "Son imágenes que siempre quedaran plasmadas en mi retina. Son comparables a las estremecedoras instantáneas de los empleados que se tiraron en plancha desde los pisos más altos del World Trade Center de Nueva York el 11-S, hace 20 años. No les quedaba otra. Intentaban jugar una última carta. O morían o llegaban a una tierra segura. De quedarse, de todas formas, la muerte para ellos hubiese sido inevitable". A fin de cuentas era mejor morir intentando salvar su vida que vivir muertos en vida. "Esto solamente lo había visto en las películas y las escena de los cuerpos cayendo de las aeronaves me helaron el corazón", expresa Kabir con tristeza.
La desesperanza se ha apoderado hasta de su entorno más cercano. "Llevo cinco años y medio sin ver a mi familia, los mismos años que han pasado desde que me escape de Afganistán y es duro. A 6000 kilómetros de distancia, no puedo hacer nada por ellos excepto escucharles e insuflarles optimismo. Mi padre y mi madre me dicen que no quieren morir sin abrazarme por una última vez y un hermano me ha dicho que es preferible estar muerto a tener que vivir sometido y escondido", señala el joven que reside actualmente en Irún (Gipuzkoa).
Quisieron reclutarle
Al cumplir los 18 años los talibanes trataron de alistarlo para llevar a cabo sus fines oscuros. "Van de pueblo a pueblo y obligan a los muchachos a unirse a sus filas. El precio a pagar es muy alto. Si obtienen un no como respuesta, te matan directamente", revela entre el asco y el hartazgo. Da a conocer que los rebeldes muhyadin le amenazaron enviándole varias cartas y que los yihadistas intentaron secuestrarlo cuando regresaba en moto desde la universidad. Era tal la presión que los Talibán ejercieron sobre él que sintió deseos de suicidarse. "Saqué fuerzas de donde pude y pedí a mi padre que me ayudase a salir del país", rememora con emoción.
En enero de 2016, Kabir consiguió juntar 6.000 euros tras vender un taxi de propiedad familiar y, gracias a un traficante de personas, abandonó Afganistán. Lo hizo cruzando a pie la cordillera nevada del Kurdistán. Se encontró con muertos por el camino y tuvo que soportar las inclemencias meteorológicas del duro invierno antes de llegar de polizón a Estambul, donde permaneció oculto durante días en un almacén junto a otros inmigrantes ilegales. La peripecia no acabó ahí. "Nos llevaron en un autobús a Esmirna, en la costa del Egeo. Allí, montamos en lanchas hinchables y terminamos en la isla griega de Chíos. Siete días más tarde alcanzamos Atenas, el lugar en el que cambiaría para siempre mi vida", comenta utilizando por vez primera la sonrisa en la entrevista.
En la capital Helena le pusieron en contacto con una médico de Irún, cooperante de Salvamento Marítimo Humanitario. Sin ni siquiera saberlo, la sanitaria se convertiría en su mujer. "Empezamos a chalar y nos enamoramos. En Grecia me habían negado el asilo en dos ocasiones y Gloria me hizo ver que si nos casábamos me podría ir junto a ella a Gipuzkoa, su tierra", explica.
Pide ayuda al Gobierno
Kabir es la única esperanza que tienen sus padres y sus hermanos para salir del infierno. "Soy consciente de que las circunstancias son difíciles pero voy a hacer todo lo que esté en mis manos para reencontrarme con los míos. Les he prometido que voy a luchar por ellos hasta el final, hasta las últimas consecuencias. Quiero ponerlos a salvo pero necesito la ayuda del Gobierno. Les pido que rescaten a mi familia lo antes posible", concluye haciendo una petición desesperada a los mandatarios.
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