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El doble salto mortal de la Alemania de Scholz: generar toda su electricidad con renovables y duplicar el gasto militar

La mayor economía de la Eurozona inicia su revolución, provocada accidentalmente por Vladimir Putin, rozando la recesión, lo que añade dudas sobre su hegemonía en la UE.

Un parque eólico de la eléctrica alemana RWE, frente a una de sus centrales de carbón, en Neurath, al noroeste de Colonia (Alemania).
Un parque eólico de la eléctrica alemana RWE, frente a una de sus centrales de carbón, en Neurath, al noroeste de Colonia (Alemania). Wolfgang Rattay / REUTERS

La desbordante dependencia energética de Rusia ha precipitado a Alemania a su histórico diván psicológico. Una percepción que parecía aletargada en el subconsciente colectivo germano, que parece haberse despertado de su larga hibernación geoestratégica con el estallido de la invasión rusa de Ucrania. O, dicho de una forma más elocuente, con la mayor amenaza en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. La guerra que, otra vez, ha estallado en el viejo continente y que ha azuzado el temor a una contienda nuclear, ha hecho germinar la semilla revolucionaria en el país que ha asumido durante décadas su enorme responsabilidad por la confrontación armada internacional surgida del Tercer Reich.

Vladimir Putin ha sido el inductor que, accidentalmente -según advierte Jeff Rathke, el presidente del Instituto Americano de Estudios Germanos Contemporáneos de la Universidad Johns Hopkins-, ha explosionado la tradicional cautela que ha regido los designios de Alemania desde la segunda mitad de la pasada centuria y que ha enterrado súbitamente la larga carrera de Angela Merkel. Porque su trayectoria está bajo revisión en Alemania. Por mucho que haya sido la canciller por excelencia, después de dieciséis años en el poder, su periplo ha elevado el sometimiento alemán a la energía procedente de Rusia –e iniciada por su predecesor, Gerhard Schröder– que ha hecho hincar la rodilla a la gran locomotora económica europea.

Este complejo crisol de factores geopolíticos, socio-económico-financieros y energéticos, que se han acrecentado con las sanciones occidentales al Kremlin y sobre la que subyacen fenómenos subrepticios de gran calado –disrupciones en las cadenas de valor, batallas soterradas de la vieja economía de los combustibles fósiles contra las rutas verdes hacia las emisiones netas cero de CO2, cuellos de botella comerciales y crisis logísticas, entre otras– ha conseguido ya proclamar el inicio de la revolución. Un cambio de paradigma en toda regla avanzado por Olaf Scholz en el Bundestag, con total solemnidad y un indiscutible respaldo parlamentario.

Alemania pone el epitafio a su papel pacifista con el incremento de sus gastos militares

Rathke precisa que la política exterior germana ha emprendido una maniobra de viraje, bajo un cuaderno de bitácora en el que el sueño berlinés de la post-Guerra Fría de una Alemania unida que tiende la mano a Moscú para evitar cualquier confrontación se ha esfumado tras el golpe de realidad en Ucrania. La primera consecuencia, anunciada por Scholz, será "la modernización" de sus Fuerzas Armadas y el incremento de sus gastos militares. Hasta los 100.000 millones de euros este año y el compromiso de alcanzar el 2% de un PIB de 4,23 billones de dólares a finales de 2021, según el FMI. En línea con la contribución exigida por la OTAN a sus socios. Además de extender su "presencia disuasoria" en Lituania y de hacer compatibles sus sistemas de defensa aéreos con los de los aliados de Europa del Este. Y de desterrar su prohibición de uso de armas atómicas al avanzar que sus Fuerzas Aéreas adquirirán cazas F-35 en lugar de los F-18 planeados, y sellar, sin inaugurar, el Nord Stream 2, el gaseoducto que comunica el corazón de Alemania y los pozos de energía siberianos.

Putin ha acabado con décadas de tabúes y sensibilidades, explica Rathke en Foreing Policy, y lo que es peor: ha asentado en la sociedad civil alemana la conveniencia de esta ruptura bilateral ante los evidentes actos de destrucción y genocidio del Ejército ruso en suelo ucranio y para la revitalización de la política de seguridad europea, puesta bajo amenaza flagrante por la invasión decretada por el Kremlin. Pese a los esfuerzos diplomáticos contrarreloj de Scholz en su visita a Moscú el 15 de febrero para tratar de salvar el llamado Proceso de Minsk para salvaguardar las amenazas estratégicas sobre los territorios que Putin considera de influencia soberana rusa.

Una planta de energía solar fotovoltaica cerca de Mainburg, al noroeste de la capital bávara, Múnich (Alemania).
Una planta de energía solar fotovoltaica cerca de Mainburg, al noroeste de la capital bávara, Múnich (Alemania). Lukas Barth / REUTERS

Unos desembolsos verdes y militares excepcionales

El problema es que duplicar el gasto militar no es una cuestión que se resuelva de la noche a la mañana. Y menos con un riesgo de recesión latente, con el PIB entre octubre y diciembre de 2021 en contracción de siete décimas por los contagios de la variante ómicron haciendo estragos, y el primer trimestre de 2022 ya bajo los daños colaterales del conflicto bélico en Ucrania. Hace tres décadas, el Ejército alemán ya incrementó en medio millón de soldados, en casi 1.000 cazas y en más de 2.000 tanques sus contingentes militares. Pese a la caída del Muro de Berlín y de la desintegración de la Unión Soviética. Ahora, en el nuevo orden mundial que se está forjando a golpe de matillo desde la incursión bélica de Rusia, las armas predilectas son más comerciales, diplomáticas y económicas, a modo de sanciones, pero sin menoscabar las escaladas armadas, con ingentes cantidades de presupuesto sobre las mesas de operaciones (de 26,2 billones de dólares, la suma de las economías de EEUU, Japón y España, en la última década) para rearmar ejércitos; aunque en la doctrina diplomática estos desembolsos están impulsados para disuadir de cualquier intervención militar a las grandes potencias atómicas, en la práctica, Moscú parece haberse saltado todas las líneas rojas.

Lograr que el Ejército alemán restablezca su poderío militar llevará diez años, alerta Rheinmetall AG, la mayor firma de la industria de Defensa germana. "E inversiones inmensas", explica Marina Henke, directora del Centre for International Security de Berlín, ya que Alemania, en su opinión, "no puede esconderse por más tiempo detrás de la OTAN". Para lo cual necesita elevar su actual capacidad armada con nuevos tanques, recursos de infantería y logística y dejar los contingentes navales y aéreos a EEUU y Reino Unido. Rheinmetall admitía a Bloomberg un potencial de 42.000 millones de euros de ingresos en los próximos diez años y aumentos de carteras de inversión en sus activos, que han duplicado su valor desde el anuncio de Scholz. "La agresión a Ucrania no se apreciaba en el radar social alemán, pero es del todo punto inaceptable y obliga a ordenar todo el pasado" en el terreno militar, afirma el CEO de esta compañía, Armin Papperger. Alemania se debe preparar para alinear con celeridad sus prioridades estratégicas con la seguridad de la UE, en connivencia con la Alianza Atlántica y mientras moderniza y equipa su Ejército, asegura Bodo Koch, CEO de Heckler & Koch, firma de equipamiento armamentístico.

Berlín anuncia que su mercado será 100% renovable en sus fuentes de generación eléctrica en 2035

El problema es que los recursos made in Germany no atraviesan una etapa de bonanza. El riesgo de estanflación asusta a una sociedad obsesionada con la férrea contención de los precios, muy poco acostumbrada a episodios de recesión, y que debe atender al alma ecológica que está en el ADN de una parte notable de su población civil y a la que Merkel se encargó de sumar, con la expansión de la conciencia verde, a otra substancial porción de reacios y catapultar con ella al país hacia la senda de la neutralidad energética. Sus últimos años como jefa de Gobierno fueron decisivos en esta dirección. Hasta el punto de labrarse el apelativo de la canciller verde. No sin sarcasmo por parte de movimientos ecologistas, pero también con un giro político de especial magnitud. Primero, por el veto nuclear tras el accidente de la central japonesa de Fukushima y, después, por la implantación en Alemania –con unos meses de antelación respecto a Europa– del Green New Deal que debería convertir al mercado interior en el espacio continental pionero en emisiones netas cero de CO2.

Scholz ha puesto en liza el puntal de la sostenibilidad en su órdago revolucionario. Alemania será 100% renovable en sus fuentes de generación eléctrica en 2035 y enterrará los combustibles de origen fósil en 2040. Además de acelerar la creación de instalaciones que aumenten la capacidad de almacenaje y producción de energías limpias y de incentivar las compras y el avituallamiento del gas natural licuado. En otro desafío -aseguró el canciller socialdemócrata- de poner en una misma longitud de onda "nuestra economía y nuestra estrategia climática" con "nuestras metas de prosperidad y nuestra urgente necesidad de reducir la dependencia energética de fuentes contaminantes de Rusia". En este cometido se incluye adelantar ocho años -hasta 2030- el uso del carbón. La nueva Ley de Fuentes Energéticas Renovables, en fase de anteproyecto, pretende conseguir que la solar y la eólica aporten el 80% del mix eléctrico al final de esta década.

Soldados de las fuerzas armadas alemanas en unas maniobras Storkau (Alemania).
Soldados de las fuerzas armadas alemanas en unas maniobras Storkau (Alemania). Annegret Hilse / REUTERS

Ni tan verde, ni tan neutral, ni tan rica

Sin embargo, la salud de la principal potencia económica europea empeora por momentos. Timo Wollmershäuser, subdirector de Análisis Macroeconómico del prestigioso Instituto Ifo, admite que la invasión rusa está aminorando de forma precipitada la actividad alemana a través de un encarecimiento de la energía, de la práctica totalidad de materias primas, de los efectos de las sanciones, de las nuevas disrupciones en las cadenas de valor y por los cuellos de botella que han resurgido en el comercio global, así como por la subida de los costes de intermediación. Todo ello explica que no se descarte otro trimestre, consecutivo, el primero de este año, con un nuevo bache de actividad. Y, en consecuencia, la entrada en recesión técnica. Una circunstancia también eludible dada la especial intensidad con la que inauguró el año el PIB germano y que da más credibilidad a un episodio de estanflación.

"El gigante pacifista europeo ha dejado de existir", aclara el analista Jakub Eberle

Los expertos de Ifo dibujan un escenario base, con un crecimiento de sólo el 3,1% en 2022 y otro alternativo, de apenas un 2,2% en el ejercicio destinado a consolidar el ciclo de negocios post-covid. Mientras el presidente ucranio, Volodímir Zelenski, acusa a Berlín de perpetuar sus lazos económicos con Putin, el mercado laboral se tensa y empieza a destruir empleo y su responsable de Economía, Robert Habeck, aprecia riesgos de corte de suministro por parte de Moscú y activa un plan de emergencia para garantizar el flujo energético a empresas y hogares, con avales para las compañías de 109.000 millones de dólares, a solicitar en el KfW, el ICO alemán, que también cubren perjuicios por el efecto bumerán de las sanciones occidentales, que "afectan al sector privado alemán". En un clima en el que los sindicatos alertan, en sentido contrario, de un parón fulgurante de la industria si se produce el apagón del gas ruso que, en cualquier caso, según los expertos, llevaría al menos dos años de desarrollo de un programa federal que desenganche al país de los conductos energéticos de Moscú.

El panorama económico, pues, no resulta precisamente halagüeño para emprender esta doble revolución. Como tampoco que, hasta mediados de 2024, cuando Habeck ha situado el posible apagón energético ruso, la atmósfera de los negocios no se vaya a deteriorar aún más. Igual que las arcas federales, que han empleado ya miles de millones de euros para amortiguar el impacto del coronavirus y a las que el Gabinete Scholz tendrá que acudir otra vez para atender los riesgos de insolvencia de empresas y de pérdida de poder adquisitivo de los hogares.

Además, la concepción ecologista alemana parece dejarse dogmas de fe cívicos por el camino. No por casualidad, Berlín ha claudicado ante las exigencias de París para incorporar la energía nuclear y al gas natural licuado entre las fuentes limpias de la taxonomía sostenible europea. Y ha jugado todas sus cartas al abastecimiento de gas de EEUU. En un momento crucial, en el que los fondos de inversión están virando de nuevo hacia los activos fósiles, tras años de apuestas por los criterios ESG de sostenibilidad, responsabilidad social y buen gobierno corporativo.

La idea de Scholz de alcanzar la independencia energética de Rusia "lo antes posible" y los costes económicos, laborales, sobre el consumo familiar y las inversiones empresariales, pueden crear obstáculos adicionales en el perfilado camino hacia la sostenibilidad alemana. Porque la guerra en Ucrania ha dejado un poso de realpolitik colosal sobre los desafíos de Berlín como potencia hegemónica europea. En el orden económico, en el ecológico y en el militar. Las peticiones a un embargo energético de Alemania ante las atrocidades del Ejército ruso en suelo ucranio ofrecen ya síntomas de resquebrajamiento de la unidad europea.

Por si fuera poco, el histórico pacifismo que se ha asociado con Alemania a lo largo de la Guerra Fría tampoco parece un axioma inquebrantable. "Nunca ha sido un poder neutral", alerta Jakub Eberle, director del Instituto de Relaciones Internacionales de Praga, para quien la revolución de Scholz en Política Exterior y de Seguridad y Defensa rompe definitivamente con este mito y con el tabú de que la Bundeswehr nunca se ha rearmado desde el final de la Segunda Guerra Mundial, ya que los gastos de seis dígitos, en millones de euros, le encumbra entre las naciones con más desembolsos militares. "El gigante pacifista europeo ha dejado de existir", aclara. Y parece que con el beneplácito no sólo político sino también social, tras la fuerte oposición a las contiendas bélicas en Irak o Libia. Porque se asienta sobre una "concepción liberal de la ineficiencia de unas fuerzas armadas" y sobre la necesidad de adecuar a Alemania a las tendencias diplomáticas y en el orden comercial, con disciplina fiscal, que "dejará de ser relevante durante algunos años", ya que "la conversión de Alemania de poder pacifista a potencia militar no puede ser inminente".

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