André Ventura, el comentarista de fútbol que pasó a liderar la extrema derecha portuguesa
Forofo del Benfica y antiguo seminarista, hace cinco años fundó Chega como una escisión de los conservadores portugueses. Todos los sondeos pronostican que su formación crecerá en las elecciones de este domingo.
Lisboa--Actualizado a
El pasado miércoles, Santiago Abascal viajó al sur de Portugal para hacer de telonero. Fue en Olhão, un municipio del Algarve cercano a Faro. "Estoy aquí con una gigantesca ilusión", dijo el líder de Vox en el interior de una carpa a la que acudieron decenas de simpatizantes de Chega (Basta, en castellano), el partido creado en 2019 por André Ventura, verdadero protagonista de la velada. "Si Chega gana las elecciones el próximo domingo, el señor presidente de Brasil, Lula da Silva, no va a entrar en Portugal, no le vamos a dejar", proclamó Ventura enardeciendo a su público. "Y el señor Pedro Sánchez solo entrará cuando sea necesario, porque tampoco queremos que entre muchas veces", añadió en un guiño a su colega de Vox.
No es raro que André Ventura (Sintra, 1983) hable de restringir la entrada de extranjeros a Portugal, aunque procedan de sus antiguas colonias. Incluso ha llegado a pedir la "devolución" a su "país de origen" de una diputada de izquierdas, Joacine Katar Moreira, nacida en Guinea-Bisáu. Ocurrió en 2020, cuando Ventura ya se sentaba en un escaño de la Asamblea Nacional, el único que tenía la extrema derecha por entonces. Ahora los sondeos otorgan a Chega hasta el 20% en intención de voto, lo que supondría triplicar sus resultados con respecto a las elecciones parlamentarias de hace tan solo dos años. La formación será, con toda probabilidad, la que más crecerá en los comicios de este domingo 10 de marzo en Portugal.
Siguiendo los pasos de Abascal, Ventura fundó un nuevo partido tras abandonar la gran formación conservadora del país, el Partido Social Demócrata (PSD). Bajo esas siglas fue candidato en 2017 a la alcaldía de Loures, una localidad de la periferia de Lisboa. Allí protagonizó su primera escandalera política al arremeter contra la comunidad gitana, acusándola de vivir "casi exclusivamente de los subsidios" sin respetar "el Estado de derecho".
Ventura estaba acostumbrado a realizar declaraciones controvertidas porque participaba en tertulias televisivas de fútbol ejerciendo de hincha acérrimo del Benfica. Una ocupación que pudo compatibilizar con su escaño hasta mayo de 2020, cuando la cadena CMTV le destituyó por sobrepasar "las líneas rojas" al reclamar un "confinamiento específico para la comunidad gitana" durante la pandemia. "Es populismo racista", le respondió el futbolista gitano e internacional portugués Ricardo Quaresma.
Hubo un tiempo, sin embargo, en el que André Ventura criticaba el "populismo criminal", el "discurso del miedo" y la "estigmatización de las minorías". Así se expresaba en la tesis con la que se doctoró en Derecho en la Universidad de Cork (Irlanda) en 2013. Lo recuerda José Falcao, de 72 años y fundador de SOS Racismo, que considera a Ventura "un oportunista descarado y mentiroso" que ha encontrado su filón electoral en el discurso contra la migración. Un análisis que comparte José Rui Rosario, que nació hace 55 años en Cabo Verde y participa en colectivos antirracistas como Kilombo: "Ventura se ha aprovechado de las dos cosas que aglutinan a la gente en Portugal: el fútbol y el odio contra los gitanos. Sabe cómo atraer a la gente descontenta".
SOS Racismo y Kilombo fueron algunos de los colectivos que el pasado 24 de febrero convocaron manifestaciones contra la xenofobia en ocho ciudades portuguesas. "Vota contra el racismo" era el lema de estas protestas dirigidas a contrarrestar el "olor a rancio" que supone el ascenso de Chega. "Portugal nunca ha dejado de ser racista — afirma José Falcao— y lo somos desde el pasado colonial, porque todavía no hemos descolonizado nuestras mentes".
El fundador de SOS Racismo señala como evidencias del racismo estructural los "guetos" que todavía existen en las afueras de las grandes ciudades portuguesas, o que no haya estadísticas oficiales y precisas que cuantifiquen la población afrodescendiente de Portugal, que asciende a cientos de miles de personas. Su tocayo José Rui Rosario lamenta también que "esa ideología nunca murió" en Portugal a pesar de la revolución de 1974. Lejos de morir, incluso ha continuado matando: en 2020 el actor afrodescendiente Bruno Candé fue asesinado a tiros en el norte de Lisboa. El autor de los disparos era un hombre de 76 años, antiguo soldado en las guerras coloniales de África, movido por el "odio racial", según la Fiscalía.
José Falcao también vivió de cerca un crimen perpetrado por la extrema derecha. En octubre de 1989, unos cabezas rapadas (ultras del club de fútbol Sporting de Lisboa) mataron de un navajazo a su amigo José Carvalho en una casa okupa de la capital portuguesa, y lo hicieron delante de él. "Podía haber sido yo", recuerda el fundador de SOS Racismo, militante del Bloco de Esquerda: este partido sostiene que el vicepresidente de Chega, Diogo Pacheco do Amorim, fue miembro de una organización ultraderechista portuguesa que cometió atentados mortales entre 1975 y 1977.
Corrupción y descontento
"Somos extremistas, extremistas contra la corrupción", ha dicho André Ventura durante una campaña en la que ha presentado a Chega como antídoto contra los escándalos que salpican, sobre todo, al gobernante Partido Socialista (PS). El pasado noviembre, la detención del jefe de gabinete de Antonio Costa provocó la dimisión del primer ministro, algo que no consiguió Ventura con sendas mociones de censura que fracasaron como las de Vox en España.
Chega se disfraza de partido del "pueblo" contra las "élites" (aunque recibe financiación de los Mello y los Champalimaud, dos de las familias más ricas de Portugal) y crece por el descontento extendido entre una población ahogada por el encarecimiento de la vida. "Los datos de la economía general del país son buenos, pero la ciudadanía no lo siente así", reconoce el economista jubilado Fernando Ribeiro Luis, votante socialista, mientras lee el periódico en una cafetería del mercado de Arroios, en Lisboa. A unos metros vende fruta Luisa, que lleva 50 años despachando en el mercado y declama una larga lista de agravios.
"No vendemos porque la gente no tiene dinero. Han subido los precios de todo y los alquileres están carísimos. Tampoco tenemos médicos de familia y los hospitales están en una situación pésima. La justicia no funciona, hay muchos desvíos de dinero y muchos casos de corrupción", denuncia la tendera sin disimular su hartazgo.
El marido de Luisa se llama Luis y dice que todavía no sabe a quién votará, aunque parece muy próximo a André Ventura: "No tengo nada contra los inmigrantes, pero la inmigración está descontrolada, y tiene que haber reglas". En la terraza de la cafetería, Fernando, el economista jubilado que lee el periódico, se indigna. "Es una falacia, no hay nada que demuestre que la inmigración aumenta la inseguridad. Al contrario, la gente que viene a este país a trabajar son los que sostienen nuestra Seguridad Social", defiende con vehemencia.
En 2021, André Ventura reconoció que su "única obsesión" es alcanzar el poder. "Fue Dios quién me colocó en este lugar", dijo también durante un congreso de Chega. El candidato fue seminarista en su juventud porque quería convertirse en sacerdote, aunque nadie atiende a sus plegarías. Luis Montenegro, el favorito de las encuestas con la coalición conservadora Alianza Democrática (que agrupa al PSD con los democristianos), ha prometido que no gobernará con Chega, aunque seguramente necesite su apoyo para convertirse en primer ministro de Portugal.
Este cordón sanitario marca la diferencia, por el momento, entre la aislada extrema derecha portuguesa y la española, con cargos en las instituciones gracias al Partido Popular. Porque la formación de André Ventura se asemeja a la de Abascal hasta en sus disputas internas. A pesar del probable éxito en las urnas, en Chega las fugas son incesantes. Uno de sus fundadores, Nuno Afonso, que fue jefe de gabinete de Ventura, dice que aquello es un "circo" que funciona como "una secta". "Es un partido autocrático, totalitario. El líder hace lo que quiere", confesó Afonso el año pasado al marcharse de la formación.
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