Las 24 horas de su vida que Consuelo García del Cid no ha podido rastrear
Por Andrea Momoitio
Periodista y escritora
Consuelo García del Cid (Barcelona, 1958) se sabe su historia —y la del Patronato de Protección a la Mujer— de carrerilla y siempre que tiene ocasión aprovecha para recordar que era-una-Gestapo-a-la-española-para-niñas. Lo dice así, rápido, casi sin respirar. Eso de que se sabe su historia de carrerilla podría parecer una obviedad, pero muchas de las víctimas del Patronato, cuando se atreven a hablar, acaban confesando que hay muchas cosas que no recuerdan.
Algunas no saben en qué ciudad estaba aquel centro donde pasaron un verano, otras no saben cuánto tiempo estuvieron tuteladas, algunas no recuerdan el nombre de sus compañeras. García del Cid tiene una memoria prodigiosa, sí, pero también hay cosas que ella no recuerda. Ha cubierto las lagunas de sus recuerdos con archivos, entrevistas y rastreos. Podría ser una maravillosa detective, pero apenas tiene tiempo para nada. En sus ratos libres, borda. Es lo único bueno, dice, que aprendió de sus años encerrada en reformatorios franquistas.
Es escritora y escribe con disciplina: ocho horas al día hasta que suena la alarma. Después —en realidad, muy a menudo, también antes y durante— se dedica a entablar conversación con otras supervivientes del Patronato, a buscar nuevas historias, a ayudar a las decenas de personas que la escriben habitualmente pidiéndole ayuda: "Consuelo, ¿me ayudas a buscar información de mi madre?". "Sí, por supuesto", contesta siempre ella. Así, sin parar, García del Cid rastrea y rastrea. Últimamente anda buscando qué pudo ser de una muchacha que dio a luz en la maternidad de Peñagrande, en Madrid, uno de los centros del Patronato, que gestionaba el Instituto Secular Cruzada Evangélica. Solo tiene un nombre, un apellido y una foto. En la imagen aparece una mujer joven, morena; posa sonriente en una barca varada en la arena de una playa. Es difícil, pero no desiste.
Alma de tonadillera
Ha llegado, probablemente, más lejos que nadie en el análisis y la denuncia y, posiblemente, a ella se le deba algún día el perdón público que todas claman. Su compromiso con la verdad, la justicia y la reparación de las mujeres víctimas del Patronato de Protección a la Mujer puede confundirse, a veces, con cierto recelo. Le cuesta confiar en quienes se acercan al grupete que se ha conformado a su alrededor. Entre ellas se llaman "hermanas" y, siempre que pueden, hacen lo posible para verse. Seguro que "la Consu" siempre propone quedar en el Vips.
El día que ella logró la libertad, el día que supo que salía del último centro en el que estuvo encerrada durante su adolescencia, García del Cid mostró a sus compañeras su alma más tonadillera: "Algún día seré escritora y toda España sabrá lo que nos han hecho". Ella vivía en Austria cuando empezó a escribir Las desterradas hijas de Eva. Luego vendrían Las insurrectas del Patronato de protección a la mujer y Ruega por nosotras. Todas son obras claves para entender la magnitud y la complejidad de la represión que sufrieron miles de mujeres durante la dictadura franquista y durante los primeros años de la democracia. García del Cid sabe todo lo que se puede saber del Patronato. Tiene un archivo personal impagable, que consiguió de una manera que nunca ha confesado en público, pero apenas tiene información sobre su paso por los distintos centros en los que estuvo encerrada durante un par de años: Ávila, Madrid, Barcelona.
Ella no era una niña tutelada por el Ministerio de Justicia sino que su familia pagaba una cuota a las congregaciones religiosas que gestionaban cada centro para que gestionaran, valga la redundancia, su encierro. Eso, lejos de lo que pueda parecer, no significaba recibir un mejor trato sino que se utilizaba como arma arrojadiza: "Vosotras, que lo tenéis todo y habéis decidido tomar el mal camino".
Pura irreverencia
El día que asesinaron a Salvador Puig Antich, Consuelo García del Cid tomó, a ojos de su burguesa familia, el mal camino. Salió a las calles de Barcelona para protestar y fue detenida por la Polícia. En la comisaría lo único que pedía es que su madre no se enterase, pero era menor de edad y la llamaron de inmediato. A partir de entonces todo es puro surrealismo: contrataron a un detective para que la siguiera y un día, al abrir los ojos, encontró ante su cama al médico de la familia, vinculado al Opus Dei. Le puso una inyección, diciendo que era una vacuna, y ya no recuerda nada más. Despertó en una habitación en la que solo había una pequeña ventana con barrotes y, al asomarse, supo enseguida que le habían trasladado a Madrid. La política de dispersión era una práctica habitual del Patronato de Protección a la Mujer.
No sabe qué le inyectaron, pero hay 24 horas de su vida que Consuelo García del Cid no ha podido rastrear. No sabe dónde estuvo, ni qué le hicieron. Sabe, eso sí, por qué: porque no asumió los mandatos del nacionalcatolicismo que su familia quiso imponerle. Ella, rebelde por naturaleza. Irreverente. Divertida. Inteligente. Ella, que no parece amedrentarse ante nada, está dispuesta a cualquier cosa con tal de cumplir la promesa que le hizo a sus compañeras. El deje de tonadillera no es casualidad: ha escrito decenas de biografías a grandes personajes de la farándula española: "Me siguen contratando porque jamás diré a quién he biografiado". Lo dice todo con la misma solemnidad y con la misma verdad.
Trabajo esclavo
Son miles las adolescentes que pasaron por centros del Patronato entre 1941 y 1986, pero cuesta mucho dar con ellas. Muchas no son conscientes de que esos reformatorios estaban financiados por este ente institucional; otras prefieren no hablar. Este, por supuesto, no es el caso de García del Cid. No tiene pelos en la lengua y parece que no tiene miedo a nada. Si tiene un micrófono delante —y si no lo tiene también— narra con toda la crudeza el infierno que tuvieron que vivir. Nunca pierde la oportunidad de nombrar a las órdenes religiosas que gestionaron estos centros: Oblatas del Santísimo Redentor; Religiosas Adoratrices del Santísimo Sacramento y de la Caridad; Congregación de Nuestra Señora de la Caridad del Buen Pastor o el Instituto Secular Cruzadas Evangélicas, entre otras. Señala y exige: el perdón, el perdón público, con rueda de prensa, sin medias tintas, sin titubear, sin tratar de restarle ni un ápice de importancia a lo que ocurrió. García del Cid, además, denuncia con contundencia que "los centros del Patronato eran lugares de castigo y de mano de obra gratuita": "Claro, si tú tienes 200 internas esclavizadas, tuteladas, trabajando todo el santo día en lo que tú digas, ¡te montas una industria!", ironiza.
Pero de esta industria no se ha hablado mucho todavía. Ahora, sin embargo, parece que el trabajo de García del Cid ha logrado ciertos ecos: "Primero fue una obsesión y más tarde se convirtió en una misión", dice cuando explica de qué manera se enfrenta al "desierto documental y la laguna informativa" que se encontró cuando empezó a tratar de documentar la violencia institucional que sufrieron. Lo tiene claro: "Esto tiene que salir en la portada de grandes periódicos". Ha dado decenas de entrevistas y ha "conferenciado" —como le gusta decir a ella— por todo el Estado español. Recuerda con especial cariño un encuentro en el Centro de Formación Feminista Carmen de Burgos, en Jaén, porque ese centro está ahora en el edificio que albergaba uno de los reformatorios más duros del Patronato. Era especialmente férreo porque estaba en "medio de la nada".
Muchas jóvenes, tuteladas por el Estado o encerradas por sus familias, trataban de escapar. Las que huían de Baeza lo tenían complicado porque alrededor no había nada: "Ayudé a escapar a tantas, que, al final, aprendí yo", suele contar con cierta ternura. Es una mujer seria, contundente; a veces, incluso, severa, pero todo solo a cachitos porque, así, a cachitos, se ha tenido que construir ella.