Entrevista a Xavier Alcalá"Galicia está en manos de un mandarín obediente al 'establishment' que se agarra al absurdo de la monarquía"
A Coruña-
Desde que publicó su primera novela en 1972, Xavier Alcalá (Miguelturra, Ciudad Real, 1947) se ha convertido en uno de los escritores en gallego más vendidos y leídos en Galicia, con más treinta títulos editados y más de 135.000 ejemplares vendidos de sus novelas más difundidas. Entre ellas A nosa cinza, The Making of y Tertúlia, que acaba de autoeditar como El calor de la ceniza y A mala sangre en castellano; y como Tertúlia revisitada en gallego. Con ellas inicia un proyecto editorial propio, la Biblioteca Xavier Alcalá, aspirando a romper las barreras que, en su opinión, impone el establishment editorial español a los escritores en lengua gallega; y el establishment gallego a los escritores a contrapelo.
Premio de la Crítica Española por Fábula, Alcalá es un republicano añejo y ácrata que no duda en cuestionar el sistema con espíritu de adolescente outsider aunque su vida esté plagada de éxitos profesionales y literarios. Ingeniero de Telecomunicación, doctor en Informática, profesor universitario, letrista de los mayores éxitos de la historia del pop en gallego, partícipe de las revueltas contra la dictadura en Madrid y en Galicia, inmigrante y emigrado, políglota y viajero incansable, hijo de un médico depurado por el franquismo, es uno de los humanistas más relevantes e influyentes de la historia reciente del Impaís Gallego, como él le llama.
¿Cómo interpreta que después de más de cuarenta años El calor de la ceniza, la versión en castellano de A nosa cinza, haya sido uno de los libros más descargados en español en Amazon este verano?
Amazon es una puerta abierta, para mí fue un descubrimiento extrañísimo. Las ventas empezaron a ir bien en papel y para descargas en dispositivo, pero después se mantuvieron incluso mejor en acceso a la nube. Eso nos llamó mucho la atención. Hay un cambio total de costumbres en la lectura.
¿Por qué optó por autoeditarse siendo ya un autor más que consagrado?
Porque estaba harto de que a mí y a otros autores que escribimos obra de peso, con buenas críticas, con buena acogida del público, nos pusieran sistemáticamente el obstáculo del idioma de origen. El supremacismo madrileño piensa que, porque algo no fuera escrito en castellano, ya no tiene mérito. Lo cual es una estupidez, porque el público que lee en castellano pierde la oportunidad de conocer obras que son más que satisfactorias.
Llama la atención que siendo un escritor con grandes ventas a través del sistema tradicional haya decidido apostar por el nuevo modelo.
Lo que me llama la atención es que ningún editor español se haya interesado nunca en más de cuarenta años por una novela tan vendida, leída y comentada como A nosa cinza. Y que cuenta la verdad de la Larga noche de piedra de la dictadura no ya en Galicia, sino en España. El calor de la ceniza no es "de Galicia para gallegos", sino "de España y para españoles sumidos en el nacionalcatolicismo más brutal". No, nunca una editorial de Madrid se interesó directamente por ningún libro mío. Las traducciones al castellano fueron recomendadas desde Galicia o publicadas por editoras gallegas con buena voluntad pero sin capacidad de difusión. La excepción es Nowtilus, que, desgraciadamente, entró en dificultades. Huele a cuota regional. Madrid mira a los autores gallegos "bueniños" y mediáticos, pero un autor de profesión ajena a la literaria no existe si escribe en una lengua "menor".
¿Por qué tradujo A nosa cinza por El calor de la ceniza, y no por Nuestra ceniza?
Cuestión de eufonía. La idea me la dio una publicista, basándose en que lo que cuenta la novela: aunque el tiempo pase, quedan los rescoldos, la ceniza caliente, y mientras esa ceniza dure, hay juventud.
¿Por mucho que durante la juventud hayan querido abrasarlo?
Por muy mal que lo hayas pasado, puedes seguir en lo mejor de la vida si no te preguntas nada y te dedicas a hacer, a hacer, a hacer, porque sigues teniendo esa ceniza caliente que no se enfría. Empecé a escribir la novela con veinticuatro años, con la ceniza de mi infantoadolescencia aún muy caliente, en Lisboa, cuando aún no tenía amigos allí. Probablemente porque no tenía amigos y sí tiempo libre después de trabajar.
¿En qué trabajaba?
Hacía circuitos electrónicos de conmutación para centrales telefónicas electromecánicas. Era la transición de los sistemas electromecánicos a los electrónicos.
Una transición tecnológica cuando todavía no había llegado la transición política.
Llegué a Lisboa en plena dictadura de Salazar. Nada más llegar mi jefe me dijo: "Cuidado chaval, que tú hablas mucho y aquí no sabemos quién de nosotros es el de la PIDE". Se refería a la policía política, que tenía infiltrados en todas partes.
¿Cuánto de su propia vida hay en El calor de la ceniza? Usted es hijo de un médico republicano represaliado.
El calor de la ceniza no es mi vida, ni la vida de mi familia. Mi madre murió con 96 años [la del protagonista de la novela fallece al nacer él], y mi padre no tenía nada que ver con Galicia cuando llegamos aquí desde Miguelturra, donde yo nací. Pero es verdad que el personaje del padre del protagonista tiene mucho que ver con la figura del mío. Era forense en Ferrol, y hace poco supe que se había compinchado con otro médico que curaba a los maquis heridos o enfermos. Cuando los mataban, mi padre callaba que habían sido tratados u operados por su colega republicano.
¿Cómo vivió su familia la represión ?
La llamaban "depuración". Mi padre era un "depurado". Era médico de Asistencia Pública Domiciliaria, una figura que creó la República, y durante la guerra lo enviaron a un hospital de sangre, de los que estaban justo detrás de la primera línea. Bombardearon el hospital, lo apresaron y lo enviaron a un campo de prisioneros. Cuando lo liberaron, lo vetaron para ejercer en lugares con más de mil habitantes. Y cuando le levantaron el veto, lo enviaron a Ferrol.
¿Cómo vivía una familia manchega depurada en ese Ferrol del Caudillo de los años cincuenta, lleno de militares, núcleo del franquismo en España?
"No nos podían fusilar a todos porque hacemos falta", como decía mi padre. Médicos, abogados, ingenieros... Seguían siendo respetados aunque fueran republicanos. Y mi padre era un profesional entregado, aunque la putada que le hicieron fue darle un barrio rural, Covas, sin cupo de coche. Tuvo que hacer una iguala con un taxista para ir a las aldeas a visitar a los enfermos. Y a veces nos llevaba a nosotros.
Criándose en una familia castellanoparlante en plena represión franquista, ¿por qué elige el gallego como su lengua de vida y como idioma de su obra?
Yo escuchaba el gallego en esas aldeas, y en Ferrol, continuamente. El gallego entraba en casa a través de las mujeres que trabajaban en ella, varias porque éramos seis hermanos; era el idioma natural de los chavales de "fuera de puertas" de Ferrol, compañeros desde primaria... Desde niño supe que existía otra lengua. Recuerdo a las vendedoras callejeras cantando "Quen quere leite?" y "Peóns pros ghatos!", vendiendo leche y peones, pescaditos que ahora comemos fritos en el restaurante y que antes eran comida para gatos. Lo que se ha producido en setenta años de mis recuerdos es una inversión total. Antes el idioma masivo era el gallego, y el castellano se hablaba relativamente y como un idioma corrompido por el gallego hasta en boca de gente bien.
En El calor de la ceniza un personaje pronuncia esta frase: "Galicia murió al final de la Edad Media, en la Segunda Guerra Irmandiña, y desde entonces el pueblo gallego no vive, vegeta". ¿La frase sigue teniendo vigencia? ¿Qué supuso el franquismo de somnolencia para la identidad cultural y nacional de Galicia?
Fue una represión brutal, sistemática. "No seas bárbaro, no hables gallego, habla castellano, la lengua del Imperio". Yo soy un niño de la posguerra. A mí me hacían cantar el Cara al sol todos los días. En los seminarios les ponían anillo de plomo a los "curiñas" por decir una sola palabra en gallego. Tenían que pasarle el anillo al primer compañero que soltase algo en "idioma de aldea". El último que lo llevase al final del día no dormía en la cama... Por eso llama la atención la valentía de quienes en 1950 se atrevieron a crear Galaxia, una editorial que sólo publicaba en gallego. A Ramón Piñeiro, el primer director literario, llegaron a decirle que cómo se atrevía a publicar "libros con faltas de ortografía".
¿Como si el gallego fuera un español con faltas de ortografía?
Esa era la doctrina oficial del sistema, sí.
Eso explica por qué no se reprimía a esas mujeres que vendían "peóns pros ghatos", pero sí a los niños escolarizados que hablaban gallego.
Exactamente. Se entendía que ellas eran seres inferiores que hablaba mal el castellano, y que la condición para aprenderlo era dejar de hablar gallego. Crecimos con esa idea. ¿Y cuándo se produce un cambio de mentalidad en mi generación? Como se cuenta en El calor de la ceniza, cuando adquirimos conciencia política. Con catorce o quince años.
¿Conciencia política contra la dictadura?
Conciencia política contra el sistema, más bien. Llegamos al Preu [el preuniversitario, equivalente hoy a segundo curso de bachillerato] completamente concienciados. Fíjese, ¿cuándo surge el fenómeno del pop gallego? Cuando llegamos a la universidad. ¿La explosión del 68? Ya estaba todo cocinado de antes. Nosotros tomamos postura, que fue de gran valentía.
¿Cómo se aprendía gallego en aquella Galicia a la que el poder le negaba su propio idioma?
De ninguna manera... La primera gramática gallega que vi, y clandestinamente, estaba en el Club de Amigos de la Unesco que dirigía Rafael Taibo, que era de Ferrol. Allí nos daba clase don José Ramón Fernández Oxea, galleguista consentido por buen profesional, inspector de Educación.
En Tertúlia revisitada usted se rebela contra la obligatoriedad de escribir siguiendo la normativa de la Academia Gallega.
Contra la norma, sí, no contra la gramática. En 1983 yo era presidente de la Asociación Galega da Língua y nos hicieron trabajar para conseguir una normativa de consenso. Y cuando ya la teníamos, con una aproximación a la grafía histórica del gallego y a la del portugués, impulsada por el profesor Ricardo Carvalho, nos traicionaron. Y Carvalho fue condenado a damnatio memoriae et abolitio nominis.
Tertúlia revisitada describe todo ese inframundo editorial y narra cómo un autor se presenta a un premio con una novela brasileña supuestamente plagiada. Curiosamente, usted la presentó al Blanco Amor, la novela llegó a finalista pero fue rechazada por miedo a que fuera un plagio y usted estuviera troleando al jurado.
Las grandes discusiones de aquel jurado fueron por la normativa lingüística. Algunos miembros se la tomaron como ofensa a la Real Academia Galega, donde tenían poltrona. Pero también tenían miedo de que fuera un plagio, la copia de una novela de aventuras, y pudieran hacer el ridículo, porque nunca habían leído nada de literatura de Brasil.
¿Qué opina de lo que ha supuesto la transición y estos cuarenta años de democracia para el gallego, para la identidad cultural de Galicia?
Lo dije cuando se cumplieron cuarenta años de A nosa cinza y de Fábula, ambas de 1980 y que cuentan la Guerra Civil y la posguerra abominable: no se adelantó nada, porque el problema de España no se ha resuelto. Seguimos viviendo en el franquismo, convertido en neofranquismo. Algunos nos negamos a votar la Constitución del 78 porque sabíamos que era una trampa, que España no puede avanzar con una estructura socioeconómica basada en un inmenso poder de todo tipo gravitando sobre un lugar invivible que es Madrid. Hace falta repartirlo. Ahora mismo hay una represión sibilina contra toda forma de cultura que no se corresponda a la exclusivamente "hispanomadrileña". Ese es el gran problema. Tenemos que aclarar si hay España para todos, o si somos cuarenta millones de gente "de provincias" frente a siete millones de la capital del Reino. Y hay una solución, única: una República policéntrica.
¿Se refiere también al supremacismo lingüístico madrileño del que hablaba antes?
Observe una cuestión lingüística. En Madrid se ha generado un dialecto "madrileñata", hasta con formas procedentes del caló completamente ininteligibles para quien no tenga alguna relación con Madrid y con el bombardeo mediático madrileño. "Currar", "follar", "molar"... En Argentina, en Colombia, en ningún país de América tiene idea de lo que significan. Pero en España se imponen como formas propias del castellano porque vienen de Madrid. Otro ejemplo es el leísmo madrileño con el acusativo masculino. Como era de incultos ser laísta con el acusativo femenino, ahora le han dado la vuelta e imponen el leísmo en femenino: ya no se dice "la llamé por teléfono", sino "a ella le llamé por teléfono".
¿Cómo ha funcionado la democracia en Galicia?
En Galicia vivimos en pleno franquismo, con prebendas y descaros franquistas. ¿Cómo puede seguir siendo presidente de la Xunta un tipo que aparece a bordo del yate de un narcotraficante? ¿En qué país se admite eso? Galicia está en manos de un mandarín obediente al establishment que se agarra al absurdo de la monarquía. Bajo su desgobierno, el gallego no para de perder hablantes porque se lo trata como a un idioma extranjero y sin importancia. La decadencia industrial es manifiesta, con blufs como el de los astilleros. Y la huida de cerebros en Galicia es alarmante y, como dicen los emigrados, no se ve perspectiva de retorno. El PP está consiguiendo convertir Galicia en tierra de monocultivo rural: granjas de viejos temerosos de perder una pensión miserable. Son sus votantes seguros.
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