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El capricho del destino ha querido que confluyeran en el tiempo las citas electorales de Turquía y de Grecia, dos rivales irreconciliables cuyas convocatorias en las urnas han necesitado de una doble vuelta y cuyo resultados jugarán un papel estelar en el intento de control del espinoso y convulso espacio euroasiático.
Ahí confluyen los intereses de Occidente y Oriente (o lo que es lo mismo, de EEUU y China) bajo una guerra en Ucrania, en el corazón del territorio que une Europa con Asia, de resultado incierto.
En esos campos de batalla se dirime, además de la supervivencia ucraniana y el prestigio militar y geoestratégico de Rusia, el futuro de la globalización o, en su defecto, la hipotética escenificación de la ruptura de bloques comerciales.
Tanto los electores turcos como los griegos parecen querer pasar de puntillas por sus delicadas coyunturas económicas. Porque la poco ortodoxa gestión del ya reelecto Recep Tayyip Erdogan, que inicia su quinto mandato en el poder, ha sido aparcada por sus correligionarios.
Sus partidarios le han otorgado el triunfo a la segunda de cambio dando más credibilidad a un nacionalismo conservador de raíces islamistas en el que ha cimentado su perpetuidad como padre de la patria turca.
En estos campos de batalla se dirime el futuro de la globalización o la hipotética escenificación de la ruptura de bloques comerciales
Como Jinping con Xiaoping, Erdogan se ha puesto a la altura de Atatürk, mariscal de campo y el célebre estadista que fundó la República de Turquía.
La resolución electoral en Grecia se dirimirá el 25 de junio y lo hará con ventaja para el líder conservador Kyriakos Mitsotakis, que convocó la segunda cita con las urnas para consolidar la ventaja sobre el movimiento izquierdista Syriza de su antecesor en el cargo, Alexis Tsipras.
El espaldarazo que depara las encuestas a su formación, Nueva Democracia, a finales de mes dejará atrás, en caso de que se confirmen los sondeos, un año convulso.
Este 2023 empezó en enero con una moción de censura a Mitsotakis por escándalos de escuchas y seguimientos de los servicios secretos del país a periodistas, políticos y militares, que se saldó a su favor por tan solo cinco votos.
La oposición en pleno apostó por destituirle de la jefatura del Gobierno. Al dirigente nacional-conservador le salvaron sus 156 diputados.
Los de Turquía y los de Grecia se han convertido en los comicios más trascendentales del mundo en 2023. Es el juicio que emite el consenso de los observadores políticos internacionales.
Lo hace con permiso del adelanto electoral en España del 23 de julio decretado por Pedro Sánchez y que se ha convertido, de la noche a la mañana, en el escenario en el que se podrían dirimir las futuras alianzas en la UE entre partidos conservadores y de ultraderecha.
La debilidad económica turca se aprecia en la devaluación de la lira, una inflación galopante y unos tipos anormalmente bajos
El nacionalpopulismo de corte islamista es el que ha propulsado alguno de los males de la economía otomana, cargada de fricciones con gobiernos occidentales e inversores extranjeros, pero también asolada por la relación cambiaria de la lira turca con el dólar o la carencia y pérdida de capital y de reservas internacionales.
Erdogan venció con el 52,2% de los votos frente al 47,8% de Kemal Kilicdaroglu y la divisa turca saludó su triunfo con nuevas muestras de debilidad.
En esencia, esto sucedió porque el mercado atisba una continuidad poco ortodoxa entre tipos de interés anormalmente bajos para hacer frente a una escalada de precios que coquetea con la hiperinflación.
Esto ha ocurrido por orden del propio presidente, que no ha tenido reparos en hacer uso del nepotismo colocando a familiares en el banco central y dirigiendo su política monetaria.
Aunque también ha tenido que ver en ello su titubeante política exterior, que no duda en alejarse de EEUU y Europa y boicotear el ingreso de Finlandia y Suecia en la OTAN, mientras busca conexión con el Kremlin.
A veces, lo logra con éxito, como el acuerdo con Rusia para mantener la producción de cereales y su salida y comercialización a través del Mar Negro en un momento de presiones inflacionistas en el mercado de alimentos.
No obstante, en otras ocasiones, se lleva adelante con maniobras de dudosa credibilidad, como sus intentos de mediar espuriamente en un proceso de paz con Vladimir Putin.
Objetivo turco, el espacio euroasiático
Eurasia está detrás de estos ejercicios diplomáticos del mandatario turco, a los que los inversores miran con especial atención. También tienen ojos para su futuro gabinete, por si los integrantes del equipo económico reducen el nivel de intervencionismo que ha regido en los últimos cinco años.
Erdogan, en campaña, afirmó que confeccionaría una nueva política económica para recuperar "la credibilidad internacional" y acabar con las tensiones inflacionistas.
Pero las dudas asaltan a los analistas. "La victoria de Erdogan no ofrece precisamente espacios de confort a los inversores foráneos", explica Hasnain Malik, estratega de Tellimer en Dubai.
"Sólo los más optimistas esperan que el líder del Partido de la Justicia y el Desarrollo (PJyD) se sienta lo suficientemente seguro como para revertir su alambicada política económica", añade el experto.
Mientras, desde Morgan Stanley se apunta a que la lira turca podría deslizarse a la baja alrededor de otro 30% a finales de año respecto al billete verde americano.
Hasnain Malik: "La victoria de Erdogan no ofrece precisamente espacios de 'confort' a los inversores foráneos"
La victoria en las urnas concede a Erdogan una nueva red de seguridad para su contestada y poco convencional estrategia económica. El banco central bajó 5,5 puntos básicos los tipos de interés (ahora están en el 8,5%), a pesar de que en el verano pasado llegó a tener la inflación por encima del 85%.
Ahora, su IPC se ha reducido por la tregua de las materias primas, pero se sitúa en el 43,7%. En Barclays creen inevitable una fase de encarecimiento del dinero, aunque con Erdogan será de una manera más ralentizada. Aun así, sitúan los tipos en el 36%, avanza su economista Arcan Erguzel.
El nacionalpopulismo de Erdogan también ha irrumpido en escena. "Nadie puede meter sus dedos en Turquía, ni hundir a nuestra nación o impulsar a nuestros jóvenes al vacío", enfatizaba el líder islamista, que ha reforzado su alianza con Azerbaiyán, Uzbekistán o Libia.
Mientras, se afanaba en reclamar a Estocolmo una nueva legislación antiterrorista que acabe con lo que interpreta como un favoritismo regulatorio sobre los residentes kurdos en Suecia.
Ankara ha enviado tropas a Siria contra las milicias kurdas, una estrategia que los analistas tildan de "clara iniciativa expansionista"
A su juicio, solo así, y con el caramelo que debe empapelar el Congreso americano para vender a Ankara un amplio pedido de aviones F-16, retiraría su veto al ingreso del país escandinavo en la OTAN.
Putin saludó el triunfo de su "amigo" Erdogan, al tiempo que Joe Biden invitaba a su homólogo turco a "cooperar conjuntamente" como aliados atlánticos.
Ankara ha enviado tropas al norte de Siria para combatir a las milicias kurdas, bajo el manido principio de la seguridad nacional, un tacticismo que Dogu Ergil, profesor emérito de Ciencia Política de la Universidad de Ankara, cree que es una "clara iniciativa expansionista".
En declaraciones a Bloomberg, Ergil considera esta decisión personal de Erdogan como una "afrenta que, irónicamente, se acentúa con la economía atravesando líneas rojas de inestabilidad y que podría dar lugar a cambios sociales profundos o a una crisis política que ha estado años larvada, pero que podría emerger en cualquier instante".
Todo ello ocurre en un clima de crecientes desembolsos armamentísticos y con una industria militar que opera a casi pleno rendimiento.
La austeridad vuelve a amenazar a una endeudada Grecia
En Grecia, la hiperinflación y la crisis cambiaria y monetaria deja paso a un legado de austeridad y alto endeudamiento que atenaza la economía helena.
Mitsotakis tiene las mayores papeletas de revalidar la jefatura del Gobierno con su mensaje de acabar con la vieja Grecia y superar los fantasmas del pasado.
En parte, puede presentar en el orden de méritos de su currículum un cierto despegue de la economía y el estatus, restablecido, de inversor internacional. Después de 13 años, el PIB griego acaba de recuperar su nivel previo a la crisis de la deuda de 2010, en la que la economía helena se dejó una quinta parte de su volumen.
También el paro ha ido bajando paulatinamente desde su registro histórico del 28% y el corralito financiero que se impuso para frenar el éxodo de euros se ha levantado después de más de tres años.
Pero el camino hacia la recuperación es aún muy pedregoso. Demasiado como para instaurar un punto y aparte, con apelación al nacionalismo (el resurgir de Grecia con recetas neoliberales y culpar de la montaña de deuda a todos sus predecesores) porque la economía no acaba de sacar el atractivo inversor de otros tiempos.
Mitsotakis ha conseguido un cierto despegue de la economía y el estatud de inversor internacional
Todo dependerá, según Nikos Vettas, director general de la Fundación de Investigación Económica e Industrial en Atenas, de que "no haya ningún conato de crisis y de que se mantenga el crecimiento con cierta robustez".
Solo así Grecia podrá continuar con la reducción de su ratio de deuda en relación al PIB que en 2022 fue la que más se corrigió entre los socios europeos, al cerrar el ejercicio en un 171,4% frente al 194,5% del año precedente.
Sin embargo, para una economía de 223.000 millones de dólares (la sexta parte de la española), la elevada deuda supone que cada griego tendría que sufragar 21.200 euros para atender todos los vencimientos en curso.
Mitsotaki ha tenido una gestión ineficiente sobre la deuda, déficit de infraestructuras y un ínfimo SMI
Mitsotakis parece olvidar que los años de austeridad fueron impuestos por los halcones de la Alemania de Angela Merkel; en especial, por su entonces titular de Hacienda, Wolfgang Schäuble, que tuvo enfrentamientos de alta tensión con su homólogo griego Yanis Varoufakis durante el gabinete de Tsipras.
Con el tiempo, la excanciller pidió perdón a Atenas por las atrocidades fiscales exigidas en los duros ejercicios de crisis de la deuda.
Por si fuera poco, la catástrofe de los trenes que colisionaron en febrero vislumbra otra asignatura pendiente: la falta de inversiones crónicas que han soportado las infraestructuras, ferroviarias, rodadas y portuarias, en los últimos decenios.
Este es un escollo sempiterno en un país diseminado por islas y con un déficit de conexión notable que se combina con un salario mínimo que se sitúa en los 780 euros, pese a las promesas de aumento tanto de Mitsotakis como de Tsipras (al inicio de su crisis de la deuda era de 740 euros).
Conflicto de intereses y puentes de entendimiento
Turcos y griegos tienen el denominador común de tener que restaurar la credibilidad en sus economías. Sin vestigios de cambio entre los primeros, y con el desánimo en la clase política en el socio comunitario. Pero con otro componente adicional: el ascenso del nacionalismo entre sus sociedades.
Este doble estigma no favorece precisamente el crédito internacional para salvar la lira de los movimientos cambiarios, ni beneficia la concesión de algún aval exterior a la política heterodoxa de Erdogan, asegura Patrick Curran, de Tellimer.
El experto advierte de que la ecuación de subidas de tipos, devaluación de la lira y nuevas retiradas del capital extranjero desembocará en un agujero de la balanza por cuenta corriente y, con ella, en un riesgo real de suspensión de pagos.
La influencia de Erdogan en el Mediterráneo oriental le confiere un protagonismo adicional al labrado como interlocutor del Kremlin en la guerra
Erdogan ya conoce esta travesía. La ha tenido que superar varias veces en años precedentes. En la de ahora, el mercado anticipa, en un 53% de opciones, que la divisa turca caerá hasta las 29 liras por billete verde americano en el último trimestre de 2023, desde las 20 liras actuales.
Si sitúa así lejos del 36% de probabilidades que los analistas otorgaban a esta relación cambiaria, próxima a las drásticas caídas de su valor del último decenio, antes de la primera contienda electoral.
El líder turco se ha acostumbrado a vivir sobre el alambre democrático. No le importa la pérdida de calidad de las libertades en su país, con las segundas fuerzas armadas de mayor dimensión de la OTAN y que juega un papel crucial en Eurasia, el turbulento espacio en el que se erige en una de las indiscutibles potencias regionales hegemónicas.
La influencia de Erdogan en el Mediterráneo oriental, y más recientemente en África, le confiere un protagonismo adicional al que se ha labrado como interlocutor del Kremlin en la guerra de Ucrania y en el Mar Negro y sus tentáculos comerciales y geoestratégicos.
Eurasia es esencial en el trayecto de libre tránsito de mercancías y capitales de la Nueva Ruta de la Seda impulsada por Xi Jinping y Turquía en concreto como receptor final de bienes con puerta de entrada a Europa.
El autoritarismo de Erdogan y de su AK, siglas en turco de su partido islamista, se acentuaron en el intento de golpe de Estado de 2016. Hasta entonces, como primer ministro, su gestión generó estabilidad institucional y económica.
Pero la represión sobre decenas de miles de personas y la purga en el Ejército minimizó a una oposición laica y a unos militares que tenían, hasta entonces, y desde la época de Atatürk, el derecho de intervención sobre el poder ejecutivo, y que ahora han jurado fidelidad máxima al líder islamista.
Los múltiples ejemplos de autocracia aparecen en Turquía: desde la erosión de los equilibrios de poder hasta la propaganda oficial en medios, censura en Internet, subordinación de la judicatura con el uso de los juzgados para sellar el ascenso de opositores o la falta de independencia de instituciones como el banco central.
Es la tesis del libro Turkey's Pivot to Eurasia, en el que Emre Erçen y Seçkin Köstem pasan revista al viraje de la diplomacia de Erdogan en un contexto de cambios en la geopolítica y la irrupción de un nuevo orden mundial.
En este contexto, Ankara ha dejado atrás su euroentusiasmo por integrarse en la UE. En cambio, ha pasado a forjar una alianza ideológica en su órbita geográfica con un diseño de prioridades estratégicas compartidas con países como Rusia, China, Irán e India y intentos de creación de instituciones propiamente euroasiáticas.
Inmersos en este ámbito, Grecia quiere "cooperar" junto a Ankara, según explica su ministro de Exteriores en funciones, Nikos Dendias, desde "el respeto a las leyes internacionales y a los límites marítimos", motivos de disputas bilaterales greco-turcas desde hace décadas.
En Político se han hecho eco de la colisión permanente entre ambos países sobre las presiones migratorias que el presidente turco se ha comprometido a corregir, expulsando a refugiados, sobre todo sirios. Un asunto que alarma sobremanera a Atenas y que complica el difícil equilibrio que busca Turquía entre EEUU y Rusia.
Por su parte, en Foreign Policy alertan de los estrechos vínculos comerciales, económicos y empresariales que Turquía mantiene con Rusia.
En 2022 se crearon 1.363 compañías rusas en suelo otomano, así como compras masivas de propiedades inmobiliarias y traslados de depósitos bancarios que han acabado en entidades financieras turcas. Las principales capitales del país han ampliado en más de 155.000 los permisos de residencia de ciudadanos rusos.
"Es un matrimonio de conveniencia" que tiene en Eurasia intereses compartidos, asegura Alper Coskun, investigador de Carnegie Endowment for International Peace.
Eurasia escenificará los esfuerzos de Ankara y Atenas por liderar los equilibrios de poder entre Occidente y Oriente
En el Strategic Council of Foreign Relations consideran que Grecia tiene ante sí una oportunidad de sellar las discrepancias con Ankara.
Podría hacerlo, sostienen, haciendo valer el aval de la UE, generando estabilidad en Eurasia y, a la vez, resolviendo los roces históricos sobre Chipre, la delimitación de las respectivas áreas marítimas y superando años de hostilidades soterradas.
El concepto de Eurasia, popularizado por el controvertido filósofo y diplomática ruso Alexander Dugin, ha calado en el sentimiento nacionalista de los seguidores griegos de Nueva Democracia y en sus valores conservadores.
Este arraigo ha surgido de un fervor antioccidental por los duros años de la austeridad que también ha hecho mella en los partidarios de Syriza por motivos similares.
La idea de articular relaciones comerciales e inversoras con China (e, indirectamente con Rusia e incluso Irán) seduce al Gobierno de Mitsotakis, a pesar de que ello suponga cincelar acuerdos con Erdogan.
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