Este artículo se publicó hace 13 años.
Iniesta salva la reputación
Chile zarandea en la primera mitad (0-2) a La Roja, otra vez distraída y engreída de salidA. España remonta en la segunda cosida al juego de Iniesta (un gol) y Cesc (dos). Arbeloa y Busquets la lían en la bronca final
José Miguélez
La selección se deshace un poquito cada mes. Lo avanzan las listas y los onces, raros y deformes, contradictorios, y lo confirma luego el juego, en demasiadas fases distanciado del que usaba el equipo que ganó el campeonato del mundo. Especialmente en los amistosos, que es donde se cruza con adversarios de confirmado nivel y donde más se retuerce. España llega distraída, enredada en discusiones que hereda de la nociva bipolaridad, y un tanto abandonada por Del Bosque, que no encuentra criterio ni armas de motivación, autoridad para poner orden. Chile, muy centrada, supersónica desde el primer minuto, hizo pagar todas esas concesiones durante una parte. En la segunda, cuando España puso las cosas en su sitio, la alineación, la atención, la pelota y el juego, cuando Iniesta salió al fin y se puso al volante, el marcador se corrigió. Pero son muchos ya los avisos como para no tomar nota.
Porque hay cierta complacencia alrededor del equipo nacional, una especie de nocivo vale todo que ríe todas las gracias y prohíbe cualquier reproche. Del Bosque recibe licencia para convocar a su gusto y para no reunir a los mejores en la alineación (qué pinta Iniesta en un banquillo). Los jugadores también encuentran la comprensión para no darlo todo y descentrarse, poner cara de campeones de mundo pero sin exponer las razones que le otorgaron dicha condición.
Otra vez La Roja llegó tarde al partido. No lo empezó hasta la segunda parte
Hace tiempo que no hay más lecturas tácticas en los partidos que las que propone el rival. Se llame México, Argentina, Portugal, Italia o Chile. Esta, tocada aún por los mecanismos deliciosos de la era Bielsa (y eso sí lo avisó Del Bosque), agujereó durante el primer tiempo a España. A base de intensidad y movilidad, iniciativa y toque, hambre y atrevimiento, presión y velocidad. Chile se estudió a España y no la dejó jugar. La ahogó en la salida, le complicó la pelota y la perforó a toda pastilla a la contra en esa fase.
Las miradas se detuvieron mucho en la defensa, una línea que Del Bosque zarandea de una convocatoria a otra. Otra vez, como si se tratara de un asunto menor, el seleccionador tiró de jugadores que o no juegan en sus equipos o no lo hacen en esa demarcación. Los goles, aunque elevaron la reputación de Chile, retrataron a tres de esos españoles de más (Arbeloa entregó la espalda en el descomunal pase cruzado del 0-1, y Martínez y Albiol no se enteraron del ahora por aquí ahora por allá del 0-2.
Otra vez La Roja llegó tarde al partido. No lo empezó hasta la segunda parte (en la primera no la dejaron ni respirar), cuando ya sí se pareció a sí misma. Chile pagó el esfuerzo y el campeón recuperó las ganas, la lógica (ayudó decisivamente la entrada de Iniesta por Xabi, que sigue sobrando junto a Busquets, o viceversa; y la posterior de Cesc, que está de dulce) y la pelota. Ya asumió el mando, las posesiones masivas y los ataques. Vivió más cerca del área de Bravo y poco a poco fue descorchando los goles. Chile perdió la ortodoxia y cayó en la desesperación. Con el paso de los minutos se limitó a refugiarse. La Roja empujó, buscó la victoria y gracias a Iniesta, pese al nuevo retraso preocupante, le dio a tiempo a conseguirla. Y también a ensuciarse con una tángana final en la que Arbeloa y Busquets volvieron a tirar de un reprobable matonismo.
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