Este artículo se publicó hace 13 años.
Thomas Bernhard, tras las cenizas de Rimbaud
Se publican en un solo tomo tres libros de poemas del novelista y dramaturgo austriaco, dos de ellos inéditos en castellano
Arthur Rimbaud se destrozó la suela de los zapatos pateando todos los caminos de piedra sin pasaporte, con un agujero en el bolsillo y otro en el estómago, escribiendo versos de carne y sangre en apestosos paquetes de queso. Cerró los libros y dejó de escribir a los 23, con lo que empezó el culto y la veneración a su "religión" por jóvenes y poetas. Con motivo de su centenario, en 1954, Thomas Bernhard pronunció una conferencia en el hotel Pitter de Salzburgo titulada Aquel hombre azotado por tempestades, un ensayo donde, además de describirlo de manera tan sensorial, avisaba de algo que el propio Bernhard conocía muy bien: el peligro de honrar a un poeta cuando está muerto y convertirlo en "cultura fabricada" por alguna oficina oficial, entre "pompas y celebraciones". A Bernhard, lo que le importaba en la literatura "es lo original, precisamente lo elemental, gente como Jean Arthur Rimbaud".
Aquel hombre azotado por tempestades es el texto que sirve de introducción al volumen que, de la mano de la editorial La Uña Rota, recoge parte de la poesía de un novelista y dramaturgo monstruoso que una vez, muy joven, soñó con ser poeta. El tomo recoge la primera publicación de Bernhard, Así en la tierra como en el infierno (1957), y Los locos. Los reclusos (editado en 1962 de forma privada en 120 ejemplares), ambos inéditos en castellano, además de una revisión de su poemario más conocido, Ave Virgilio (1959-60, que vio la luz en castellano en 1988). Por otro lado, El malogrado, una de sus novelas más populares, también ha sido reeditada por Alfaguara.
Su poesía muestra, como novedad, a un Thomas Bernhard creyente
Es en el final de Ave Virgilio donde Bernhard dejó constancia de qué poetas le interesaban en esta época, entre los años 1959 y 1960: Eliot, Pound, Éluard "y también César Vallejo y los españoles Rafael Alberti y Jorge Guillén". ¿Y Rimbaud?
Para su biógrafo y traductor al español, Miguel Sáenz, de Rimbaud "nunca se había hablado como posible influencia en Bernhard (los autores más citados solían ser Georg Trakl y una magnífica pero bastante desconocida poetisa austriaca, a quien admiraba: Christine Lavant). Después de conocer este ensayo [Aquel hombre azotado por tempestades], tal vez habría que añadir a Rimbaud. Desde luego, el título de Así en la tierra como en el infierno recuerda Una temporada en el infierno", del poeta francés.
Carlos Rodríguez, editor de La Uña Rota, ofrece una pista para seguir la huella de Rimbaud en Bernhard: está en un fragmento de Aquel hombre azotado por tempestades, donde el austriaco escribe que la literatura de Rimbaud "era una religión única, evidentemente universal, históricamente libre, independiente, sin refinar, que triunfaba en medio de la suciedad y los zapatos destrozados. ¡Y esa religión suya lo hizo también fracasar, lo hizo hincarse de rodillas! De su Temporada en el infierno dependía su vida entera, de sus Iluminaciones el latido de su corazón". Para el editor, ese fragmento "habla de Rimbaud, pero también de cómo Bernhard concibe su lugar como autor en el mundo. Para Bernhard, desde luego, la escritura se convirtió en una religión única. Lo demostró libro tras libro, palabra tras palabra escrita".
Sus versos le sirvieron también como un campo de pruebas
El desencanto"Su poesía fue la primera piedra", aporta por su parte la dramaturga Pilar Campos Gallego, autora del texto encargado de cerrar el libro. Para ella, la presencia de Rimbaud "fue fundamental en sus inicios. Y no sólo su literatura, también su figura, la forma en que vivía la literatura como autor". La poesía en Bernhard comenzó a aflorar a los 17 años, después de que se le diagnosticara sarcoidosis, la enfermedad que lo acompañó hasta su muerte en 1989 y que, según los especialistas, marcó su estilo.
Pero pronto desistió en su deseo de convertirse en poeta. En 1961 envió a la editorial Otto Müller la que parecía considerar su mejor colección de poemas bajo el título Frost (Helada), que luego utilizaría para su primera novela. "El rechazo del libro por la editorial fue probablemente el que lo indujo a abandonar para siempre la poesía", aclara Miguel Sáenz.
Durante un tiempo, el autor rechazó su propia obra poética
Teniendo en cuenta que, durante un tiempo, Bernhard renegó en público de toda su obra poética a excepción de Ave Virgilio, ¿cuál es su valor dentro de una obra como la suya, donde la prosa y el teatro devora todo lo demás? Para Sáenz, "indudablemente, ocupa un lugar menor", algo que no le quita otros valores. Como reconoce Carlos Rodríguez, "su poesía, a la postre, resultó para Bernhard un campo de pruebas. Experimentaba, probaba, se expresaba con las herramientas que en ese momento tenía a mano. La poesía le permitió conocerse, explorar sus posibilidades como escritor. El ritmo, la respiración entrecortada de sus textos, tal vez causada por la sarcoidosis, influyó desde luego en su prosa, y más aún en su teatro".
Más allá de AustriaLa soledad, la vejez, la muerte, la autodestrucción, el fracaso, su antinacionalismo, especialmente el antinacionalismo austriaco, son temas recurrentes en la prosa y en el teatro de Bernhard, y también están presentes en su poesía. "Aquello que en su poesía nombra, que lo nombra de una forma directa, como puede ser la religión, o el tema de la tierra, de los campesinos, etc., está destilado e implícito en su novela y teatro posteriores", asegura Campos Gallego. En este sentido, Así en la tierra como en el infierno también los recoge en poemas como Podredumbre, Fragmentos de una ciudad agonizante, Biografía del dolor, Tristeza y Tormento.
La sarcoidosis pudo influir en el ritmo entrecortado de sus textos
Aunque lo más importante no es lo que ya se sabe sobre el autor. "Así en la tierra como en el infierno es un libro muy importante para conocer al joven Bernhard. Muchos de los temas de la Austria profunda que luego aparecerían, sobre todo en su prosa, están ya en ella. Sin embargo, lo más interesante es que refleja un Bernhard creyente, que busca a Dios aunque sea a través del infierno. Y muy ligada a esa búsqueda está la del padre que nunca conoció", revela Sáenz.
Muy claro es en este sentido el poema que abre el libro, titulado El día de los rostros: "Mañana es el día de los rostros que bailan / como carne en el muro del cementerio / mostrándome el infierno. / ¿Por qué he de ver el infierno? ¿No hay otro camino / hacia Dios?". De nuevo, ¿miraba a Rimbaud? "Para ser creyente no hay que tragar hostias, no hay que confesarse dos veces al año. Basta con que el hombre mire el rostro del mundo, profundice en su centro como Rimbaud", dijo en aquella conferencia.
Y si en Así en la tierra como en el infierno estamos ante un escritor joven, en Ave Virgilio salen a la luz esas influencias "adultas" que Bernhard citaba, como Eliot y Pound, así como una temática más compleja. Un escritor más maduro. Para su editor, "es un libro más concreto, más contenido en sus formas. Incluso más revelador. En cambio Así en la tierra... es una erupción, un recipiente en el que parece tener cabida, a borbotones, todo lo que le pasa por la cabeza".
Por último, con su mezcla de teatro, poesía y prosa, Los locos. Los reclusos (que reeditó en 1988, un año antes de su muerte) "es un libro extrañamente encantador, difícil de aprehender, y por esto mismo, hipnótico. Tal vez, debido a su carácter experimental, decidió lanzar una edición extremadamente limitada", dice Rodríguez. El libro está dividido en dos partes, cada una de las cuales está dedicada a los locos y los reclusos: jorobados, monjas, fariseos, matones, espías, cazadores, borrachos... "Soy el recluso, si no me equivoco, porque mi ropa es ropa de recluso y llevo puesta ropa de recluso, ¿no es cierto", escribe Bernhard.
La repulsión y lo divinoEn el fondo, este rechazo a uno mismo y a su obra poética no deja de ser algo muy bernhardiano. "Creo que, pese a lo que declaraba en las entrevistas, se sentía orgulloso de todo cuanto escribió. Este orgullo habría que entenderlo dentro de un orgullo bernhardiano, es decir, negándolo", apuesta Campos Gallego. Y al mismo tiempo que la rechazó, también permitía su reedición en los últimos años. "Una contradicción típica en Bernhard. Creo que en el fondo tenía cariño por sus poemas, sobre todo, por la época en los que los escribió, una época intensa de su vida, marcada por la enfermedad y su estancia en el sanatorio; y también por la presencia de su madre y la ausencia de su padre", dice Rodríguez.
¿Cómo se puede determinar cuál es la cima de la poesía de Bernhard? Resulta tan difícil como distinguir con cuál de sus novelas alcanzó el culmen. "Su obra, grosso modo, es una de las más coherentes del siglo XX. Sin concesiones, sin cortapisas, de una fidelidad asombrosa a sí misma. Cuando uno lee todos sus textos, da la sensación de que Bernhard y su obra son una misma cosa. Una sola materia", dice Sáenz.
Algo que recuerda, al final, a lo que él mismo dejó escrito sobre Rimbaud en aquel ensayo en 1954, donde hablaba sobre la vida y la obra del francés: "No hay que arrastrar por las calles la vida de un poeta, pero la de Rimbaud es tan poderosa, tan grande, tan inescrutable y, sin embargo, tan religiosa como la de un santo. Se alza ante nosotros como su poesía: ¡repulsiva, verdadera, hermosa y divina!".
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