Este artículo se publicó hace 14 años.
El sermón de Haneke
La cinta blanca
Director: Michael Haneke
Género: Drama
Reparto: Leonie Benesch, Josef Bierbichler
Duración: 144 minutos
Un pueblo alemán en los años precedentes a la primera guerra mundial, filmado con toda la frialdad que permite la alta definición en blanco y negro.
Un pueblo alemán y un planteamiento estético que convierte la imagen digital (muy lejos del ruido con el que la trabaja, por ejemplo, Michael Mann) en un espejo cortante de afilada belleza y precisión.
Un espejo que, de tan hiperreal, termina desembocando en una extraña sensación de irrealidad. Como si lo que se nos presenta ante nuestros ojos fuera más real que lo real, y tan aterrador.
Y filmado con una elegancia que roza la crudeza extrema, el sadismo del fuera de campo, que desearíamos pensar que nada de lo que se cuenta hubiera ocurrido.
Porque lo que Haneke nos presenta bajo la forma de los recuerdos imprecisos de un narrador nada omnisciente un narrador que no conoció todos los detalles, que no tiene todos los datos, y al que la memoria le ha ido hurtando informaciones quizás esenciales es algo así como el caldo de cultivo, autoritarista, represor y puritano, del que terminaría naciendo el nazismo como forma refinada y mejorada, como destilación final de muchas cosas que circulaban por el aire en la Europa de aquellos años.
Porque si algo no se puede negar es que La cinta blanca representa, por encima de todo, la culminación del trabajo que Haneke ha ido desarrollando a lo largo de muchos años: la pieza más perfecta y afilada de ese cine acusador, de ese cine hiperconsciente y predicante, casi religioso y fanático, con el que Haneke ha ido desmenuzando los aspectos más oscuros y tormentosos de nuestra Europa culpable para ponerlos encima de la mesa, a la vista de todos, sin aspavientos y con la frialdad del forense que se limita a desempaquetar las pruebas de un delito frente a un acusado.
Y hay que reconocer que el filme, aun siendo la película más moralizante de un Haneke que cada vez se asemeja más al cura que, aupado a un púlpito, predica la verdad suprema a los fieles ignorantes, tiene la virtud de retratar las raíces más que humanas del nazismo, alejándose de esas explicaciones que lo dibujan como una desviación casi diabólica y que sólo sirven para expiar culpas y lavar responsabilidades entre quienes lo consintieron, apoyaron, auparon o aplaudieron de forma consciente o por omisión.
En La cinta blanca, el origen del mal es humano, y sólo humano, y además colectivo, y nos corresponde a todos mirar hacia adentro, y hacia nuestro presente, para descubrir mecanismos similares a los que entonces permitieron, y alimentaron, una ideología que no era nueva, sino la suma de muchas otras, aunque perfeccionada. Aunque la gravedad del tema y la creciente autoconsciencia del prestigioso director austriaco cargan la película de una solemnidad quizás excesiva.
Alta culturaHaneke inició con Funny Games (1997), su primera película de producción francesa, un proceso de conversión que culmina aquí: de autor violento e incisivo a miebro de la alta cultura europea, categoría que sólo 'la France' podía otrogarle. La Plama de Oro en Cannes para este filme confirma la mutación: Haneke, que se cree imbuido del espíritu de Bergman y Dreyer, es ya un autor serio y respetable. Demasiado serio, quizás.
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