Sam Mendes se pierde en la nostalgia de los años ochenta con 'El imperio de la luz'
La película es un alegato de la empatía y la amabilidad, con el que intenta, sin conseguirlo, una celebración del cine en salas. La película recupera la música, la cultura y la agitación social de la primera época Thatcher.
Madrid-Actualizado a
"Cada día camino por esta calle solitaria tratando de encontrar un futuro", cantaban The Specials Do Nothing en 1980, en pleno resurgimiento del ska, que ponía ritmo a la rutina, el resentimiento y la frustración de los jóvenes de la clase obrera. Fue la música y la letra con la que creció el cineasta Sam Mendes, de algún modo, moldeado por la ferocidad y la vitalidad de la cultura británica de esos años. Ahora, el director de dos entregas de 007, autor de la ácida American Beauty y del impresionante alegato antibélico 1917, se ha recogido en un rincón con sus recuerdos para crear El imperio de la luz.
Nació en el confinamiento, cuando Mendes se encontró solo, reflexionando sobre esas imágenes del pasado, intentando "desbloquear a ver si encontraba algo interesante". Lo que encontró fue pura nostalgia, antiguas sensaciones de su experiencia familiar lidiando con la enfermedad mental y la memoria de un clima racista violento en las calles de muchas ciudades. Sobre todo ello, sobre aquel sin futuro de los jóvenes que cantaban The Specials, combinado con su amor por el cine, nació esta película, un melodrama muy irregular, previsible y emocionalmente plano.
Habitado por un grupo de personajes inadaptados que conviven en un cine de una ciudad costera inglesa en 1980, el filme quiere ser un alegato de la empatía, la amabilidad, el compañerismo… de las familias que elegimos y que sirven de refugio a todo tipo de marginados. Trabajadores del cine, del que ya solo quedan en uso dos de sus cuatros salas, los personajes constituyen en realidad el único mundo de Hilary, la encargada del local, una mujer que lucha cada día con una enfermedad mental y que encuentra un alma gemela en un nuevo empleado, Stephen, un joven negro víctima del racismo creciente en la ciudad.
Olivia Colman es la protagonista y uno de los atractivos de esta película, por la que deambulan un poco perdidos otros personajes con sus problemas. Ahí está Colin Firth, el dueño del cine, un tipo casado con el que ella mantiene una relación degradante; Toby Jones, el proyeccionista, cobijado en el cine y también con un pasado gris; Tom Brooke, el ayudante de Hilary, y Micheal Ward, en el papel de Stephen.
Títulos de los ochenta
Con ellos, Sam Mendes construye un melodrama que, además, intenta ser una celebración del cine en las salas. Sin embargo, es casi irritante lo lejos que se ha quedado este cineasta, hasta ahora obsesionado por la estética de sus películas, de alcanzar ese propósito. Hay apuntes a los títulos estrenados aquellos años. Granujas a todos ritmo, de John Landis, y All That Jazz, de Bob Fosse, inauguran la lista de referencias que aparecen en la película. Toro salvaje, Locos de remate, Carros de fuego y Bienvenido Mr. Chance van apareciendo en los recuerdos de Mendes y en la vida de sus personajes.
Menciones nostálgicas a las que no saca partido y a las que acompaña con alguna oportuna y romántica sentencia dedicada al cine –"ese haz de luz es la evasión"-, que no emocionan ni transmiten el más mínimo deseo de encontrarse en la oscuridad de una sala atrapado en una ficción. Tal vez porque todo es demasiado artificial en esta ficción de Sam Mendes.
El cóctel de ska-punk
Lo mejor, sin duda, de la película del británico es, además de Olivia Colman, la fotografía de Roger Deakins, el trabajo de ambientación y, en algunos momentos, la música. Habría funcionado mejor seguramente si hubiera conectado mejor a sus personajes con algunos apuntes que hace sobre la inestabilidad social de la época Thatcher. "Las políticas de ese periodo, especialmente las políticas raciales, el 'no existe eso que denominan sociedad' de Thatcher, el racismo de Enoch Powell y el Frente Nacional, los disturbios de Brixton, los disturbios de Toxteth, la elevada tasa de desempleo y la polarización de la sociedad alimentaron la música y la cultura de la época", escribe Mendes en las notas de producción, donde hace una defensa de las tendencias musicales de aquellos primeros ochenta.
The Specials, The Beat, The Selecter, el cóctel ska-punk que apareció entonces… están en este relato, en el que Mendes se ha olvidado de trazar la línea de unión entre las letras de aquellas bandas y su historia. Y ello a pesar de aplaudir lo que esos grupos significaron. "Lograron hacer buena música sin dejar de emitir un mensaje político. Canciones sobre el desempleo y la muerte en los barrios marginales, sobre el embarazo de adolescentes y niños que se dedicaban a beber por aburrimiento y sobre Thatcher... una canción como Ghost Town, por ejemplo, podía colocarse directamente en el nº1 de las listas, escribe el cineasta. Esas canciones formaban parte de la cultura popular, y esas bandas eran un gran crisol creativo de blancos y negros que no ha vuelto a cuajar desde entonces".
Algunos de esos temas se escuchan en la película, donde también se oye a Ian Curtis (Love Will Tear Us Apart, de Joy Division), lamentándose, preso de la rutina, las pocas ambiciones, el resentimiento, el amor sin emociones… que parecen haber ahogado ahora esta película de Mendes.
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