Este artículo se publicó hace 4 años.
Trastornos del comportamiento alimentario: ¿influyen las redes sociales?
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Todos los días, sin excepción, asistimos a un espectáculo. Múltiples cuerpos pasean frente a nosotros, como bendecidos por la luz del sol. Pero al pasar por la pubertad solemos perder la mirada atenta del gato, los ojos fantásticos del niño, y quizás por eso lo ignoramos.
Cuerpos altos, pequeños, delgados, gruesos, rectilíneos, redondos, afilados, fuertes, suaves, musculados, mullidos, ascendentes, descendentes, viejos, jóvenes, blancos, negros… Si nos fijamos bien -con ojos de gato, mirada de niño-, son todos magníficos.
Y hay tantas formas distintas de ser hermoso como formas de ser pez en un arrecife coralino…
¿Entonces por qué ese sufrimiento? ¿Por qué en Internet florecen mensajes, foros, dietas salvajes, delirios convertidos en consejos dietéticos, atentados contra la biodiversidad de los cuerpos, páginas que defienden la anorexia o la bulimia como una forma de vida…?
¿Qué hace que a veces nos detestemos en lo más íntimo?
Alrededor de 400.000 personas padecen en España algún tipo de trastorno del comportamiento alimentario (TCA). Son trastornos psicológicos graves que producen alteraciones en la conducta y dieta (extrema delgadez, desnutrición, enfermedades…). Y tienen algo en común: una imagen enrarecida del propio cuerpo. La estética -la obsesión por el peso, por ejemplo- y la alimentación se pelean en un juego de espejos, aun cuando estas personas tengan un índice de masa corporal (IMC) correcto.
Puede terminar mal, en muerte, por desnutrición o suicidio. Y tenemos mucha literatura científica al respecto. Los estudios, las revisiones sistemáticas publicadas en diferentes revistas, coinciden en que las redes sociales son un factor de riesgo para los TCA.
Se han subido muchísimas fotos, puesto riadas de filtros, exaltado unos cuerpos fantasiosos, siempre delgados; a veces se han utilizado estas redes para hacer daño, acosar, insultar, estigmatizar al otro por ser quien es, por no ajustarse a un canon estético, a una camisa de fuerza, al reflejo de un espejo de circo.
Y esto, según los expertos, ha catalizado auténticos desvaríos, como convertir a la anorexia en una santa laica (adaptando oraciones a sus proclamas, imitando de este modo a una religión). Foros que comparten dietas peligrosas, especialmente entre preadolescentes y adolescentes: tomar diuréticos, practicar el vómito, dietas de adelgazamiento alarmantes durante el crecimiento…
Investigadoras como Marga Serra, doctora en Nutrición y Salud Pública, lo tienen claro. “Vivimos en un ambiente sociocultural que desde la infancia nos hace creer que solo existe una forma de cuerpo, el delgado. Pero se puede tener una constitución grande y estar a la vez en un IMC correcto”, explica esta profesora de la UOC, especialista en educación para la prevención de los TCA.
La publicidad, el cine, los dibujos animados, la moda, la televisión… contribuyen a fomentar este “cuerpo” que en muchas ocasiones es inalcanzable. “Por otro lado, las nuevas tecnologías facilitan que los mensajes erróneos sobre dietas peligrosas lleguen a la población adolescente con mucha rapidez e inmediatez”, añade.
Si decimos 400.000 es solo la espuma numérica. Bajo esas cifras hay un mar de corazones, amígdalas bombeando cortisoles y estrés, almas, cuerpos que sufren por un ideal extraño fomentado por industrias multimillonarias. Un espacio abierto a veces al sufrimiento del acoso escolar, a la exhibición constante, a la comparación irracional, a la ansiedad y el desprecio por uno mismo.
Los trastornos de comportamiento alimentario están considerados como una enfermedad multifactorial. Los provocan diversos factores que pueden actuar conjuntamente. “Una predisposición genética, un ambiente familiar donde se vive con ansiedad la imagen corporal, la obesidad infantil, infancia con malos tratos, el acoso escolar, la relación entre amigos, las redes sociales, críticas e insultos, poca autoestima… cada persona es un mundo”, explica esta experta.
Personas que con un índice corporal sano empiezan a deslizarse en conductas peligrosas y que acaban en una distorsión. Entran en el laberinto psicológico, rodeados por un ecosistema que no les beneficia.
“Las exhibiciones de los cuerpos de los usuarios en las redes (muchos de ellos retocados con filtros o photoshopeados) provoca que se comparen y que compitan entre ellos, buscando la aprobación y sobre todo la suma de likes”, explica Serra.
Tras mucha polémica, las páginas webs pro-Ana y pro-Mia, normalmente gestionadas por personas también enfermas (promueven la anorexia y la bulimia como un estilo de vida), han ido decayendo, muchas fueron cerradas, tras el debate entre asociaciones y portales; pero a su vez estos grupos se han trasladado a espacios más opacos como las aplicaciones de mensajería instantánea.
Estos influencers de la patología, según Serra, pueden arrastrar a muchos seguidores, “proporcionándoles informaciones falsas, incluso peligrosas, como por ejemplo, dietas desequilibradas de bajo valor calórico, tips o consejos para vomitar o usar laxantes, mostrando cuerpos extremadamente delgados, así como autolesiones”.
Autolesionarse el cuerpo… Qué imagen. Un espejo roto. Rallar el templo porque tu dios íntimo no se ajusta al de los falsos dioses. Negarte en la capa más epidérmica, con la fobia entre las sábanas. Nueva notificación en el móvil. Azul pantalla, el timbre de un desequilibrio…
“Según algunos estudios, el aumento o disminución de likes pueden influir en la autoestima, en el autoconcepto de la adolescente, y hacerle sentir frustración. Pueden llegar a recibir críticas por parte de los seguidores. Las críticas sobre el propio cuerpo pueden provocar depresión, inestabilidad, y caer en conductas precursoras de un TCA”, continúa Serra.
Hoy, en la era de los tangas magnéticos en Instagram, del filtro élfico en TikTok, de la “dismorfia de Snapchat” (hay personas que recurren a la cirugía estética para adaptar sus cuerpos a la imagen de estos filtros), los grupos que promueven los TCA se desenvuelven con cierta (anti) naturalidad.
Comparten “trucos” para ocultar la enfermedad a padres y amigos, retándose en competiciones para ver quién pierde más kilos en el menor tiempo posible. No existe regulación. “Hay redes sociales a las que puedes escribir y comentarles que hay perfiles con contenido peligroso, pero otras no. Hoy revisé algunas y siguen allí los contenidos”, concluye. Y los adolescentes son vulnerables a estos mensajes.
La adolescencia es un periodo complicado. Se desvanece la inocencia, tu cuerpo cambia, la mente también, te enfrentas a la hostilidad y maravilla del mundo exterior, a la excitación y la rabia que prenden entre hormonas y células, a la confusión, la diversión, el contacto, la atracción sexual, el rechazo…
La vida llama a tu puerta, alarga el brazo y te arrastra del salón de tus padres hacia el huracán. Y, de repente, te encuentras haciendo el pavo en TikTok.
“Es un periodo de la vida en que generalmente los cambios corporales se viven con mucha preocupación, sobre todo las chicas. Es una etapa de cambios sociales, psicológicos y corporales, en ocasiones muy bruscos, que provocan la poca aceptación del cuerpo. De ahí vienen conductas muy peligrosas”, explica Serra.
La adolescencia siempre ha sido así, pero hoy intervienen nuevos factores, porque los jóvenes son nativos digitales y sus padres no. Y todo promovido por unas industrias que se nutren de captar nuestra atención hasta agotarnos. Según Serra, los padres deberían ayudar a sus hijos, “ponerse las pilas sobre contenidos y redes sociales”, que sean ellos quienes “enseñen la tecnología a sus hijos y no al revés”.
Un adolescente recibe al día muchos inputs basados en la idealización del cuerpo: escaparates, publicidad en medios de transporte, dibujos animados, anuncios de TV, películas, redes sociales, catálogos… Y entonces, como en un hechizo, de algún modo la mirada se ensucia: el mismo espejo en el que hacías las muecas infantiles te devuelve el reflejo extraño de una pantalla.
No deja de ser curioso que nuestro actual modelo de belleza empezara con una epidemia, con los cuerpos enfermos por la tuberculosis, la delgadez tísica mitificada por los románticos.
“En el siglo XIX se consolida el nuevo estereotipo de aspecto físico, donde la delgadez extrema estaba de moda y donde era atractivo tener un aspecto pálido, de enfermo. El ideal de belleza actual no está tampoco tan alejado -por no decir que está muy próximo- al de las mujeres esqueléticas y con la piel pálida...”, explica Adéla Kotatkova, filóloga que ha investigado la idealización de la tuberculosis en el arte.
Hoy el ideal se replica por las redes. Y bajo ese oleaje de luz y color dormita una ballena de sufrimiento. Serra nos cuenta una anécdota, fruto de sus investigaciones. Casi parece una fábula que enfrenta el ayer y el hoy.
“Recuerdo que en uno de mis viajes a un poblado de los Andes donde no llegaba la televisión, tuvimos unas charlas sobre la imagen y la autoestima con unas chicas adolescentes. Todas se encontraban bonitas. En cambio, la misma conversación con chicas de la misma edad en cualquier ciudad occidentalizada, solamente un 50%, o menos, se sentirían bien con sus cuerpos”.
Una región de los Andes donde las adolescentes aún conservan esa mirada del gato, la inteligencia del niño, pues comprenden que forman parte de un espectáculo: la danza de los cuerpos distintos.
“Es importante educar desde pequeños que hay multitud de cuerpos diferentes y que todos son bonitos, de esta manera se evitaría la estigmatización y el riego de sufrir un trastorno del comportamiento alimentario”, concluye la especialista.
Pensando en las palabras de Serra, le entran a uno ganas de entrar en uno de esos foros y escribir algo, aportar una gotita -esperemos de cordura- en ese océano digital:
Querida/o desconocida/o:
Quizás no lo sepas aún, porque no es fácil saberlo, pero eres bonita, guapo, así, sin más, como siempre fuiste, como siempre serás, desde el nacimiento. Llamamos “cuerpo” a un continente que tiene un único modo de ensuciarse: cuando lo miras de forma equivocada.
Vistas las cifras de ansiedad, depresión y trastornos de comportamiento alimentario que sufrimos, lo hemos ensuciado un poco, ¿no te parece?. Necesitamos nuevas gafas, ojos andinos, formas de ver, de entender cuan diverso y rico es el entorno que nos rodea.
Y hay tantas formas de ser hermoso que un día te darás cuenta de que no necesitas ningún filtro... Si todos fuéramos idénticos, cortados por el mismo patrón, sería una catástrofe planetaria, ¿no crees?
Un desgraciado clon, un filtro vacío de Snapchat: algo insulso y sin sentido, como un desierto sin curvas y ninguna sorpresa.
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