Este artículo se publicó hace 2 años.
Breve historia de los chiringuitos: templos de las emociones veraniegas
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Puede que no lo recuerden, pero la culpa la tuvo Georgie Dann...
El cantante de origen francés que en los años ochenta se convirtió en el sumo sacerdote de las canciones del verano. El que liberó en 1988, como Pandora sacando a los demonios de la caja, este estribillo:
"El chiringuito, el chiringuito, 🎹 🎤 🎹
Yo tengo un chiringuito a orillas de la playa… 🎹 🎤 🎹"
Y los españoles nos enamoramos desde entonces de la palabra, una palabra antigua, misteriosa, proclive a muchas leyendas. Una palabra que se comió a otras más locales y provincianas, como aquel 'merendero' o 'quiosco'.
Por culpa de Georgie, todos empezamos a soñar con chiringuitos. De costa a costa y hasta en el pantano. Se convirtió en el tótem, el altar de una época, la marca emocional de generaciones. Quien más quien menos tiene un recuerdo de chiringuito. Algunos todavía añoran los más auténticos, los hechos de cañas, maderas, cutres, fundados con auténtico espíritu pescador. Los merenderos de hombres de mar reconvertidos en hospicio de turistas.
A pesar de todo, hay pocas cosas seguras con el término de chiringuito y se discute su origen. Sabemos que es una palabra de origen latinoamericano que se ha perdido en el tiempo.
Pululan teorías sobre la arena caliente. Una de ellas, la más asentada o más bien repetida, dice que este nombre había aterrizado por primera vez en un garito de Sitges (Catalunya), allá por 1940, un espacio, claro está, cercano al mar, donde tomarse algo frente al gran azul. Un quiosco de los de la época, algo sencillo, situado en el paseo marítimo (el paseo de la Ribera).
Surgió allí, según la leyenda, porque Sitges era un lugar con vínculo marino: habían regresado muchos indianos tras hacer fortuna en América. Se trajeron la palabra consigo. "Ponme un chiringo" era para estos indianos "ponme un café". La palabra supuestamente provenía de Cuba.
En las paupérrimas plantaciones de azúcar los trabajadores solo tenían una media para colar y tomar el café, y el chorrito que se desprendía lo llamaban chiringo. Allí se empezaron a montar pequeños establecimientos hechos con cañas para tomar el chiringo en el descanso. Y esos lugares serían los supuestos padres fundadores que han evolucionado hasta los sofisticados dj’s y precios de escándalo de los locales de Ibiza.
La leyenda también dice que en 1943, el periodista César González-Ruano, que se había mudado por entonces a Sitges, empezó a llamar así a ese bar costero en el que había decidido montar su particular oficina.
Aunque el local se llamaba el Kiosquet (el quiosquito), por mediación de González-Ruano, el nuevo dueño, Juan Calafell, lo llamó El chiringuito, y el resto es historia... es el único de esa época que continúa en pie. Y sus propietarios incluso guardan un certificado firmado por el reconocido filólogo Lázaro Carreter donde se afirma que fue el primer lugar en que se empleó esta palabra.
Una historia preciosa, pero seguramente falsa. Se trató de una de las mejores jugadas de marketing. Tanto que hoy llamamos chiringuito a cualquier cosa que sirva comida y bebida a pie de playa.
Hay quien niega esta versión y afirma que el término de chiringuito se refería en realidad al agua ardiente de caña de azúcar, que en México y Cuba llamaban con ese nombre. Antes de que hiciera aparición el famoso local de Sitges, en el siglo XIX, la prensa española ya hablaba de estos brebajes usando dicho término.
Hay historiadores, como Beli Artigas, que apuntan que ya existían ‘chiringuitos’ así llamados, y que uno muy célebre estuvo en el puerto de Barcelona, a principios del siglo pasado, más cercano al canallismo y la fiesta que a las familias con niños en bermudas. También hubo otro con el mismo nombre en Lloret de Mar, y el escritor Josep Pla habló de un restaurante "miserable" a pie de playa en Llançà, que imitando el de Barcelona, dijo, llevaba el nombre de chiringuito.
La palabra ya se relacionaba con el jolgorio y las “personas alegres”. Con el alcohol de alta graduación. Así que seguramente la denominación de chiringuito apuntaba a beber… acaso cerca del mar.
Este concepto de beber al lado del puerto o la playa se mezcló con el concepto más andaluz de los merenderos, locales muy fértiles en Málaga, donde se servían los espetos de sardinas en paupérrimos establecimientos.
Con un buen nombre -merendero o quiosco no atraen demasiado en medio del desarrollismo-, y el mejor pescadito frito, se formaría la mónada del chiringuito que todos conocemos. Fueron al principio lugares humildes donde uno incluso podía llevar su pescado para que se lo cocinasen a un precio estupendo. Después comenzaría la locura que se cargó nuestras costas y mucho más tarde esta inflación que nos hace soñar con los merenderos antiguos.
Llegaron los sesenta, los primeros hippies, Ibiza, el desarrollo turístico, la Transición... y el chiringuito iba a ser clave en esas playas calientes donde Alfredo Landa alucinaba con el destape de las suecas.
La palabra se extendió, primero por el Levante y luego por Andalucía. También resurgió en América y hasta en Guinea Ecuatorial. Mismas características: un lugar a pie de playa con mesas al aire libre para los bañistas. El punto de encuentro de unos ciudadanos que empezaban a disfrutar de unas desconocidas vacaciones auspiciadas por los primeros automóviles 600, y por sinuosas carreteras hacia la costa donde gozar cual aristócratas de la fábrica.
Las cosas luego se complicaron para nuestros ínclitos chiringuitos. Algunos cogieron mala fama, por sus horripilantes fritangas y mayonesas bajo sospecha. Otros se saltaron la ley de costas. Pero todavía los amamos, forman parte del paisaje emocional. Sigue sonando una canción viscosa en el inconsciente colectivo. Maldito Georgi, sal de mi cabeza…
El chiringuito, el chiringuito... 🎹 🎤 🎹
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