Antonio Manuel: "Andalucía es una potencia en creadores y hay una desproporción con la industria"
El escritor y profesor andalucista publica 'Tu nombre mío', una novela que tiene, en tiempos de ruido y furia, como protagonista el silencio.
Sevilla--Actualizado a
Antonio Manuel, escritor, músico, profesor de Derecho civil en la Universidad de Córdoba, activista andalucista, es un hombre de espíritu cálido, atento, de palabra florida. Atiende a Público, recién llegado a Sevilla en el tren, para hablar de Tu nombre mío (Berenice), la cuarta novela que publica, que, en estos tiempos de ruido y furia, reivindica el silencio, los cuidados, la pausa.
¿Es una novela a contracorriente del espíritu de los tiempos que vivimos, con tanta polarización?
Yo me planteo la literatura como un arma de reivindicación social. A mí me cuesta entender la palabra escrita desde la diletancia. Para mí, la literatura es una trinchera y, en efecto, entre tanto ruido, creo que lo que había que reivindicar era el silencio y, entre tanta aparente insolidaridad, el cuidado. He intentado fundir el fondo con la forma y que el silencio también sea parte de la novela. Piensa que el silencio se incorpora como un lenguaje natural en otras formas de creación, en el cine, en la música...
Sin embargo, en la literatura para decir que hay silencio tienes que nombrarlo. Esta novela tiene 100 páginas escritas con palabras, pero tiene 900 escritas con silencio. Porque me parecía que era la única manera de ser leal con con la narradora y la narrataria. Es decir, aquí hay una una mujer que tiene que cuidar a su madre que, presuntamente, intentó matarla cuando niña y que ahora está enferma de Alzheimer. Tejer una novela donde ni una puede decir ni la otra recordar, [me parecía que] la única manera de hacerlo era a través del silencio. Así que entre tanto ruido de fondo reivindicar el silencio, me parece que también formaba parte este compromiso social.
¿Cuál es el origen de esta de esta novela?
Yo he vivido desde pequeño múltiples formas de represión que han padecido las mujeres. Reconozco que me costó verlas dentro de este contexto patriarcal. Los niños no lo ven, los niños creen que las camas se hacen solas. Hay un momento en el que de repente se produce una revelación y te das cuenta de que tu madre se levantaba de madrugada para ir a comprar el pan y para preparar la comida, mientras tu padre se quedaba dormido en la cama. Luego ella tenía que vestirse de jornalera para ir al campo y volvía con otras mujeres después de echar todo el día para seguir estando en la casa.
Esas represiones unas veces son más visibles, otras veces son más invisibles, pero siempre han estado envueltas de silencio. En este caso, en esta novela, hay tres mujeres, tres generaciones, una abuela que es la que cría tanto a la madre como a la hija, una abuela que vive una represión, en este caso franquista, de las que normalmente no aparecen en los balances de represaliados: estamos hablando de las mujeres que tuvieron que casarse con otras personas, porque sus maridos o fueron asesinados o fueron desaparecidos durante la guerra. Este es el caso de la abuela.
La abuela ya vive una represión, tiene que criar una hija que padece esa represión, porque la ha vivido en sus propias carnes, porque esta hija no está conviviendo con su verdadero padre. Entonces yo quería [hacer] un poco un poco de justicia ante tanta avalancha de dolor. Es verdad que la novela es áspera, es dura, pero está transida de la única manera de recomponer tanta herida, que es con los cuidados. Todas estas mujeres que lo han pasado tan rematadamente mal, ninguna de ellas ha renunciado a cuidar para curarse a sí mismas. Todas ellas se han amado a sí mismas, a pesar de no haber sido amadas por otros.
Antes de escribir ¿tiene una arquitectura, unas intenciones, sabe ya lo que quiere contar?
La literatura tiene que honrar al lector como un ser libre e inteligente y el escritor nunca puede renunciar a su propia voz. Como escritor he mamado antes de quienes admiré como lector. A todos ellos los reconocía al leer un párrafo. Yo no quiero renunciar a eso.
Hay que tomar decisiones técnicas antes de comenzar la novela. Por ejemplo, si quien va a narrar, es un narrador omnisciente, por ejemplo, o sea, es alguien que lo ve todo aunque está en todas partes. Yo decidí que no, porque para mí el silencio iba a ser el protagonista. También hay que tomar la decisión del tamaño que va a tener. Decidí que fuera una novela trepidante, de un ritmo vertiginoso y que sin embargo se detuviera como si fuese un frenazo en seco cuando llega al mundo de lo rural.
Está situada en una casa del campo, que es la que sabe todo, y en Tetuán. En medio hay un pastor marroquí, que es un okupa que destroza todos los prejuicios. Es alguien que conoce la lengua que tú ignoras, alguien que aprendió a leer a Cernuda con los libros que tiramos a la basura y que además conoce la tierra. Es capaz de distinguir un árbol de otro, distinguir los aromas de los arbustos, de las flores. Es capaz de decirnos para qué sirve cada rama, cada hoja, ese mundo en el que nos hemos convertido en unos auténticos analfabetos.
Así que cuando llego al campo, ahí me detengo. Me detengo para que también se detenga el lector. Es como una llamada de atención. Oye, detente, porque cuando tú vas paseando por el campo no te detienes, lo estás mirando como un inmenso attrezzo, como un auténtico decorado. Lo que estoy reivindicando y además en un contexto de sequía descomunal en esta novela es que igual que hay que cuidar a la persona, también tienes que cuidar la tierra que pisas, el aire que respiras, el agua que bebes. No conozco una ciudad que produzca alimento. Lo producen los pueblos. Tenemos que cuidar esa naturaleza, que es además de la que yo provengo.
¿Cómo sabes cuando una novela está terminada?
Es un mecano muy preciso. Cuando te dedicas a una novela que ya has decidido que sea corta, cada frase, cada palabra pesa una tonelada. Es como como ensartar perlas. No puedes desperdiciar ninguna. Es verdad que tienes que tomar la decisión de cuándo se acaba. Alguien decía que las obras del espíritu no se terminan, se abandonan. Mi forma de entenderlo es somatizando al personaje. Cuando me siento frente al ordenador, soy el personaje, respiro como él. En este caso, como ella. Siento como ella, me duele como ella. Entonces si ella es la narradora, llega un momento en que soy yo mismo el personaje que la está escribiendo, y es el personaje el que me está imponiendo y el que dice: 'se acabó. Ya está. Abandona. Déjalo'. Eso se siente más que se sabe.
En Andalucía, hay mucho dinamismo, mucha creatividad, pero la industria editorial no tiene la misma fuerza que en otros lugares. ¿A qué cree que se debe?
Se da esa paradoja en toda la industria creativa. Se da la paradoja de que Andalucía es una potencia mundial incluso, diría, en aportar creadores. Eso se reconoce fácilmente cuando cuando miras, por ejemplo, la SGAE: la cantidad de creadores andaluces que hay, en música, en literatura, en teatro, en intérpretes, en actores, en actrices, en cantantes.
Y es verdad la desproporción que hay en la industria. No es más que un reflejo de la situación invertebrada de Andalucía durante tantísimos años. Para corregir esa disfunción, yo creo que hace falta también compromiso al respecto. Yo por eso publico en una editorial andaluza. Es verdad que podría haber editado en otras editoriales de a lo mejor de mayor repercusión sobre todo mediática.
Sin embargo, yo tomé la decisión de hacerlo en una editorial cordobesa. Tengo que ser coherente conmigo mismo. Eso no quiere decir que mañana o pasado no lo pueda hacer con otra editorial, pero mientras mientras se pueda, voy a intentar potenciar la industria creativa en Andalucía. Eso sí hay que hacerlo cada uno poniendo nuestro granito de arena.
Es verdad que la situación es compleja porque hay una enorme desproporción debido a la enorme desigualdad, pero no menos desigualdad que en otros sectores de la de la industria o de cualquier sistema productivo en Andalucía. Es un reflejo más de la situación de desigualdad que hemos padecido y seguimos padeciendo.
Hay grandes escritores que también fueron juristas. ¿Ha aprendido algo sobre la escritura y sus procesos a través de los manuales de Derecho?
Igual que el médico trabaja con el cuerpo humano, el arquitecto trabaja con el espacio para colmarlo, el jurista trabaja con la palabra. La palabra es su herramienta y además el jurista debe ser, en la medida de sus posibilidades, lo más certero y austero posible: intentar decir lo máximo con lo mínimo.
A medida que nos vamos haciendo mayores, al menos yo como escritor, voy tendiendo también a eso, a intentar decir lo máximo con lo mínimo. Claro, el ser jurista me ha aportado muchísimo porque no voy a desperdiciar palabras equivocadas, palabras que no sean certeras. Voy a intentar que sea la palabra justa. Y todo eso sin renunciar a mi propia voz. También entiendo que no puedo renunciar a esa vocación que tengo de intentar hacer justicia con todo lo que hago.
Lo que intento decirle a mis alumnas y a mis alumnos es que su profesión es hacer justicia y hacer justicia con la palabra. Si el día de mañana te descubres siendo injusto utilizando de una forma impecable la palabra, entonces no serás jurista. Y si el día de mañana intentas ser justo, pero utilizando de una forma lamentable la palabra, me temo que tampoco, porque al final tampoco conseguirás la justicia. Así que hay que conseguir ese equilibrio entre la forma y en el fondo. Tienes que ser implacable en el fondo e impecable en la forma.
¿Toda literatura es política?
Incluso la literatura más nihilista, la que aparentemente más se desprende y más se evade de la realidad, también es política precisamente por evadirse. Edmund Burke decía para que triunfe el mal basta con que los hombres de bien no hagan nada. Bueno, pues cuando alguien no hace nada ante lo que está ocurriendo, utilizando el arma de la que dispone que, en este caso, es la palabra, también es una actitud política, displicente, de mirar hacia otro lado. Parafraseando a Vicente Aleixandre a veces hay que utilizar los labios como espadas. En este caso la palabra.
Toca usted otros palos, además, ensayo, poesía, música... ¿Hay alguna disciplina que prefiera sobre otras?
Lo que he intentado hacer es adecuar el lenguaje al mensaje. Hay veces que para decir una determinada cosa prefiero utilizar la música. Mensajes más directos y políticos sobre la situación andaluza contemporánea creo que llegan mejor utilizando la música que la literatura. Lo que yo intento es utilizar diferentes lenguajes en función del mensaje que quiero lanzar y sobre todo a quién quiero llegar. Aunque mi lenguaje natural es la música, donde yo me siento más cómodo en la música, y es verdad que es el que tengo más abandonado con mucha diferencia.
¿Tiene un horario para escribir?
Eso es complicado, la verdad. Depende de mis circunstancias laborales, de mis circunstancias personales. Intento aprovechar al máximo el tiempo. Cuando la vida me lo permite, hago una especie de ejercicio espiritual previo, que es el de colocarme en la posición. Invierto un tiempo en eso, a lo mejor doy un paseo o me quedo en silencio. Esa parte es quizá para mí la más emocionante.
¿Es un proceso doloroso escribir o le da placer?
Cuando me siento frente al ordenador, me duele lo que escribo. Soy un ser sintiente y no puedo entender la literatura sin sentir. Para mí escribir no es un proceso desalmado, para mí escribir es colocar una parte de ti, arrancarte una parte de ti y hacer la palabra. En la medida en que te estás arrancando carne, claro que duele, pero cuando llega un momento en que la ves escrita es como si hubieras recompuesto una parte de ti en otra parte, en otro lugar, como si hubieras colocado una parte de otro lugar y luego es muy satisfactorio. Al final sí.
Mientras tanto es realmente doloroso, pero al final sí es muy gratificante. Lo que también sucede es que esa sensación es muy efímera. En el momento en que tú pones el punto final y ya se ha acabado la obra, es prácticamente olvidar. Ya no me pertenece. Ya se acabó el proceso creativo. Se acabó y a mí lo que me hace feliz es el proceso creativo. Me pasaba mucho cuando tocaba con mi grupo. Me lo pasaba muy bien componiendo, me lo pasaba muy bien en el local de ensayo, me lo pasaba fenomenal mezclando, masterizando y lo pasaba fatal en directo. Lo pasaba muy mal y además tenía cierta envidia a mis compañeros de grupo porque se lo estaban pasando como indios. En verdad lo que me hacía feliz era el proceso creativo.
Un compañero que tuve, decía que lo perfecto era enemigo de lo muy bueno. Que había que escribir y ya.
Es otra cosa que tienes que aprender. Asumir que somos seres imperfectos, Nosotros, como andaluces, somos un pueblo obsesionado con la perfección y la belleza. Quizá lo que más nos atraviesa es eso. No soportamos una imperfección, no soportamos un desconchón en la pared, no soportamos el polvo sobre la cómoda. Y cuando vamos a hacer algo, tiene que ser perfecto, pero claro, esa perfección es una anomalía vital, es algo que te puede que te puede lacerar y te puede destrozar la vida. O sea, aprender que si tú eres imperfecto, tu obra también lo será y asumirlo con normalidad, es muy importante. Cuando escribí La luz que fuimos la anterior novela, mi editor me dijo: 'mira, Antonio Manuel, tienes una capacidad para para tocar la fibra sensible muy alta, pero no lo hagas en todas las frases. Que descanse el lector, que no pasa nada'. Hay que asumir la imperfección como parte de tu obra.
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