Manuel Rivas: "El brutalismo ultra está ganando la guerra cultural"
El escritor coruñés, flamante Premio Nacional de las Letras Españolas, reflexiona sobre el poder despótico y depredador en su última novela, 'Tras do Ceo' (Xerais).
Madrid-
Si en el país donde reinaba un millón de vacas bastase una sola luciérnaga para guiarnos en la oscuridad, quizás el faro de Manuel Rivas, intérprete de una Galicia sometida y rebelde a un tiempo, pueda evitar el naufragio. Tal vez sea tarde, esa historia terca. Sin embargo, desde tierra, él insiste con su centelleante código de palabras.
Tras do Ceo (Xerais) habla de las máscaras del poder. "También de la resistencia al poder déspota, que va entrelazado con el poder depredador", explica el escritor coruñés, embarcado en un proyecto en el que medita sobre la caza del hombre por el hombre. Un poder depredador de la naturaleza, pero también de las ideas y de las palabras.
Manuel Rivas ha escrito un petroglifo, una novela en espiral, el primero de los círculos concéntricos —en expansión o en contracción— con los que quiere contar el mundo: "El embrión, la célula madre, el punto cero". Un mundo que desaparece y un mundo que nos hace desaparecer.
Tras do Ceo es, además, una novela ecologista. Una protectora de animales. Un refugio climático. Una reserva humana.
También una casa de fieras antropomorfas.
"Como contaba el joven Marx, hay momentos de la historia en que la esfera del mundo siente fatiga y se apoya en un lugar, donde ocurre algo extraordinario". Aquí y ahora, ese espacio es Tras do Ceo: "Una comarca de comarcas, un lugar real e imaginario, lo que hace que sea más real. O sea, una metáfora de Galicia, de España y del mundo".
La trama: una cuadrilla de cazadores a la procura del Solitario, un jabalí mitológico.
Narra la acción Dombodán, el mozo. Un chico para todo, aparentemente sumiso, víctima y victimario. Un buen perro.
El trasfondo: la muerte del campo, la explotación sexual y laboral, la emigración de ida y vuelta, el machismo acechante y la caza "porque tengo derecho y por mis cojones".
Tras do Ceo es un "un lugar paralizado por la niebla", que ejerce de "muro de hormigón para que no avance la trama", detalla Manuel Rivas (A Coruña, 1957), responsable de la traducción al español: Detrás del cielo (Alfaguara). Es la segunda vez que lo hace, después de En salvaje compañía. ¿Traducir es reescribir? "Traducir es reexistir".
Una novela muy física, que personifica el clima, la naturaleza y la fauna, a la vez que animaliza al hombre.
Cuando cede la niebla, "se desatan todos los conflictos".
Una novela sobre las metamorfosis del poder, cuyos personajes burlan el estereotipo y son descritos a través de sus diálogos: "Las palabras de mando van creando el terror semántico, que pavimenta el camino de la violencia".
De novela negra tiene la radiografía de la sociedad.
De una sociedad que tapa los ojos ante las mujeres prostituidas. De unas instituciones encargadas de protegerlas que, en cambio, ejercen esa explotación. De un infierno terrenal que tiene nombre de paraíso: el club Edén. Un trasunto de la Operación Carioca.
"El espacio de la cacería está interrelacionado con el espacio de la trata y de la esclavitud", precisa el escritor coruñés, flamante Premio Nacional de las Letras Españolas 2024, el primero concedido a un autor en lengua gallega. "Ese grupo de compinches tienen en común la argamasa de un machismo que es el germen de todo".
Quizás ese origen de todo sea el relato de Caín. El primer asesinato de la historia. La historia como un crimen prolongado.
Manuel Rivas alumbra su envés oscuro. Como un jabalí iluminado en medio de la carretera oscura por los faros de un jeep, se le aparece Carl Schmitt, el arquitecto jurista del nazismo que se refugió en la España de Franco.
"Un cabrón muy inteligente, hoy convertido en un referente de los ultras y neoconservadores en temas como el decisionismo y la dialéctica amigo-enemigo, es decir, la política como una prolongación de la guerra. Carl Schmitt estaba ahí, con una frase que también es el embrión de esta novela: Caín mata a Abel: así comienza la historia del mundo". Viene a decir: "¿Por qué os escandalizáis? La historia es una sucesión de crímenes".
Aquí, "ese poder despótico es un poder depredador, por eso la caza animal se transforma en una caza humana".
"Esta historia es la descripción del mundo desde esa perspectiva, como un infierno terrenal".
Sin embargo, hay personajes con ciertos valores que se dejan arrastrar hacia el mal. ¿Cuál es el paso que lleva al ser humano a dejar de serlo?
Me apasiona el matiz, esa zona secreta del ser humano donde hay una alquimia extraña. A veces, la gente más maltratada es la que reproduce ese maltrato. Son unas paradojas perturbadoras que realmente te tambalean.
El poder se sostiene sobre la sumisión y es más fuerte en el secreto.
El poder despótico siempre está insatisfecho con las dimensiones de su dominio. No le basta con la obediencia debida, la obediencia servil o la obediencia legal, sino que quiere también afectos. Como aquellos afectos —y desafectos— al régimen franquista.
¿Dónde está la avería para que, además de ser sometido, te conviertas en un afecto, o sea, en un buen perro? Tiene que ver con esa abducción y con ese dominio de la excitación destructiva, que exige menos esfuerzo y es adictiva.
Dombodán conserva ese espacio interior de rebelión. Lo toman por simple, pero posee una inocencia sagaz. Sin embargo, lo cosifican porque lo ven como un ser dócil e inofensivo. Es un vencido de antemano. El perfecto subalterno que no molesta ni incomoda, porque no compite.
Pienso en él y veo al actor Diego Anido. ¿Usted escribe en clave audiovisual?
Fui acunado y criado por el cine y la televisión, por ese mundo de la imaginación en imágenes, aunque mi educación sentimental y estética también tiene que ver con lo oral. Me encontré un feliz cruce de mundos culturales, porque escuché cuentos al lado del fuego y el fuego a veces era la televisión. Más que escribir con imágenes, es una escritura muy sensorial: a eso yo lo llamo poesía. El andar propio de la literatura es un andar de vagabundo, campo a través, por eso hay muchas curvas.
Los personajes se sienten impunes. Son abanderados del malismo. Aquella frase de Donald Trump: "Podría disparar a gente en la Quinta Avenida y no perdería votos".
Ese es el cambio. Hace tres décadas, en el Foro Social Mundial de Porto Alegre, hablábamos de que "otro mundo es posible". La conversación de hoy, dicho con ironía, es "otro fin del mundo es posible".
No me propuse retratar el mundo de hoy, sino que la novela está escrita respirando una atmósfera.
¿Qué ha pasado? El terror semántico se ha apropiado del lenguaje. El mundo civilizado ha sido completamente fagocitado y el brutalismo se ha hecho con las riendas. Ese brutalismo, que es jaleado y resulta rentable políticamente, sería la aceleración de la excitación destructiva. Esa maquinaria es muy pesada y su manifestación es el brutalismo político. Ante esa intimidación, la reacción es el estupor y el silencio, la melancolía democrática.
¿Dónde estaban antes esas personas? ¿O estaban, pero calladas?
¿Qué ha pasado para que se fuera escorando tanto el Titanic? Antes, mucha gente no se sentía preocupada por perder su lugar en la fila. Quizás ha funcionado la fábrica del miedo y de la mentira, que se utilizan como munición.
Los negacionistas son los que más utilizan el miedo. De hecho, los líderes ultras consideran que los principales enemigos son el ecofeminismo y la inmigración, o sea, lo que llaman el gran reemplazo. Witold Waszczykowski, exministro polaco de Asuntos Exteriores, llegó a decir que también había que acabar con los ciclistas. Nos reímos, pero qué puntería, porque los ciclistas ponen en cuestión el mundo fósil.
¿Cómo explica esta deriva reaccionaria? ¿Es un ciclo? ¿Hay vuelta atrás?
Yo lo veo con la imagen del Titanic —el gran símbolo de un progreso entendido como la suma de codicia y velocidad, la metáfora de la soberbia tecnológica— tumbado por la naturaleza, que está lanzando algo más que avisos.
Hay gente que va detrás de un discurso que no te hace cuestionar tus condiciones. Por eso resulta imprescindible la literatura, porque es un viaje hacia dentro contra las propias estupideces que hace tambalear creencias.
El brutalismo intimidatorio, en cambio, convierte a las personas en hooligans, porque es un espacio donde no existen las preguntas. Eso ya estaba en el manual propagandístico de Joseph Goebbels, donde también abogaba por atacar y nunca pedir disculpas, como hace Trump. Las preguntas pueden desarticular el discurso. Por eso es tan interesante el humor que va acompañado de la retranca y el doble sentido, porque desmonta el poder, como hace el personaje del Otro en la novela.
Antes planteaba que pasamos de "otro mundo es posible" a "otro fin del mundo es posible". También de la lucha contra la celulosa de Pontevedra, cuya vida fue prorrogada ilegalmente por Mariano Rajoy, al nuevo proyecto de la empresa Altri en A Ulloa.
Y también pasamos de "otro mundo es posible" a un mundo donde desaparece la palabra paz. Me parece tremendo que haya sucedido eso o que conviertan a un secretario general de la ONU en un duende que parece zombi. Lo de Gaza es terrible. Y cuando Trump dice "Make America Great Again", yo pienso en "Make America Grief Again" (Haz que Estados Unidos vuelva a sufrir).
¿Qué ha pasado? Pues que, efectivamente, el brutalismo está ganando la guerra cultural. Cuando empezaron a darse cuenta de que la ideología y la comunicación eran muy importantes como un instrumento, hubo un giro y una desatención. Por eso, también hay que preguntarse por la avería y el estupor en el mundo progresista, o sea, en lo que sería la excitación creativa.
Usted siempre ha apelado a la sociedad civil y a su capacidad de lucha y resistencia.
Hay que recuperar la confianza en la esperanza, aunque a veces la esperanza se esconde en la desesperanza. El activismo de la memoria es imprescindible, porque mantiene vivo el sentido de las palabras y supone una operación de rescate de la esperanza.
La avería es que han desaparecido las escuelas de democracia en la sociedad. No todo va a ser mandar, ¿no? Sin embargo, la cuestión política se ha centrado en cómo mandar y en cómo ocupar el poder. No digo que sea un asunto menor, pero lo fundamental es qué está pasando en las mentes y en las personas. Aparentemente, pueden vivir mejor, aunque están desasosegadas e insatisfechas. ¿Dónde está la llave de la esperanza?
El gran éxito del brutalismo ha sido romper la idea de comunidad. Tenía muchísima razón Martin Luther King: o comunidad o caos. Por eso hay que recomponer las escuelas de democracia, como las asociaciones culturales y de vecinos.
Pienso en los ateneos de aquella Coruña libertaria, veo a un obrero capaz de abrir una biblioteca popular y un centro cultural en un barrio pobre con el nombre de Resplandor en el Abismo, y me digo: "¡Joder!". Yo creo que el problema está ahí: se ha hecho añicos a la comunidad y el individuo, solo y náufrago, se agarra al cabo que le mandan del Titanic y piensa que va en primera clase.
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