Este artículo se publicó hace 7 años.
InsumisiónGoldi Libre: autorretrato de un insumiso
El actor César Goldi lleva a escena los catorce meses de prisión que sufrió por negarse a cumplir con la patria.
Madrid--Actualizado a
Las horas de carretera entre bolo y bolo pueden ser tediosas, por lo que la furgoneta suele pedir conversación. Cuando viajaba con la compañía teatral Chévere, César Martínez (Bóveda, 1965) no podía contar sus historias de la puta mili, pues no la había hecho. Sin embargo, su oposición al servicio militar obligatorio y las consecuencias posteriores ocupaban buena parte de su anecdotario. Hay quien todavía recuerda las pintadas de Goldi Libre en las paredes de Santiago de Compostela. Años noventa, tiempos de insumisión.
“La idea de la obra surgió precisamente sobre ruedas. Para evitar que el conductor se durmiese, le hablaba de mi paso por el talego. Cuando regresamos a casa, la actriz Patricia de Lorenzo me dijo que había material para hacer un experimento. Simplemente debía darle un par de vueltas a aquella historia, por lo que me animaron a escribir un borrador”, recuerda César Goldi, cuyo espectáculo fue el primer fruto de la Berberecheira, un criadero teatral de la compañía Chévere que recupera vivencias personales para hacer memoria colectiva.
Goldi Libre terminó siendo, además de un lema político, una obra entre la biografía y el documental. Él es hoy el único protagonista sobre el escenario, como antes miles de jóvenes fueron protagonistas de la historia. El rechazo a cumplir con la patria les llevó a ser encerrados en la cárcel, pero la lucha desembocó en una ley que establecía una alternativa civil a la mili —la prestación social sustitutoria, denostada también por el movimiento insumiso— y, posteriormente, en el fin del servicio militar obligatorio.
“Escribir e interpretar la obra fue una experiencia gratificante, porque me di cuenta de que lo que vivido había supuesto un acontecimiento. Aquella anécdota, de repente, cobró importancia para mí”, explica Goldi, quien en 1993 fue condenado a dos años, cuatro meses y un día de prisión. “Cuando estaba en la antigua cárcel de A Coruña, me preguntaba qué cojones hacía ahí, si bien hoy no me arrepiento de todo aquello. En la vida debes asumir que, si quieres cambiar cosas, a veces te vas a sentir derrotado, pero hay que hacerlo”.
Lo dice porque en la obra hay un poso de derrota personal. “La gente que espera ver la victoria de los insumisos se sorprende, porque cuando terminé la condena me sentí vencido y abandoné mi activismo político”. También de homenaje a los compañeros de trinchera, un movimiento heterogéneo que durante años permaneció unido. “La obra desmitifica y al tiempo glorifica la lucha antimilitarista, porque quería honrar a todas esas personas que abandonaron lo terrenal para meterse en este fregado. Allí había maoístas, leninistas, trotskistas, independentistas y malabaristas”, bromea.
Pese al homenaje, usted cuestiona algunos mitos del activismo social y político.
No fue todo un camino de rosas, tal y como ocurre hoy en la izquierda. La derecha lo tiene claro: vamos a instalarnos y punto. Sin embargo, lo malo de ser de izquierdas es que no puedes traicionar tus principios. También corres el peligro de llegar a convertirte en un eterno luchador sin sentido. È un mondo difficile...
Cuando estaba en la cárcel, denunció ante la Justicia que las autoridades carcelarias chantajeaban a los presos con las llamadas. Una reivindicación que, aun siendo justa, perjudicó a los reclusos. ¿Fue ahí cuando cayó del guindo y se convirtió en un descreído?
Hay que ser realista sin abandonar la utopía, aunque sepas que ésta no va a llegar nunca. La utopía es un motor que te alimenta, pero no puedes vivir sólo de eso, porque te desentiendes de la realidad y le haces la vida imposible a los tuyos. Es decir, para conservar la honestidad no puedes abandonar la utopía ni la esperanza. Sin embargo, la gente muy idealista, si se deja llevar, puede hacer mucho daño. Resulta muy peligroso que el fin justifique los medios. En la vida, somos todos más antihéroes que héroes.
Algunos políticos se atribuyeron el fin de la mili para sacar provecho, mas el movimiento insumiso siempre ha defendido que fue abolida gracias a su lucha.
Aznar no quitó la mili. La decisión correspondió al PP, pero fue el fruto de todo el cristo que montamos, sumado al descrédito del Ejército y al caos de la objeción de conciencia. La prestación social sustitutoria era un coladero, porque los objetores no hacían nada en los destinos. En aquella época, los insumisos gozábamos de simpatía social. En cambio, el Ejército venía del franquismo y el servicio militar tenía mala fama. Cuando creó una alternativa a la mili, el objetivo del Gobierno era reducir la antipatía que generaba reprimir a los insumisos. En realidad, siguió habiendo represión, simplemente la suavizaron. Finalmente, como hubo tantas presiones, decidieron suprimir la mili.
La obra no aparenta ser real, sino que fue verdad. O, al menos, su verdad.
Interpretarse a uno mismo es complicado, por lo que debes trabajarlo previamente. Al principio me resultaba difícil ser yo mismo, pero el logro consistió en contarlo en tercera persona, lo que te permite poder reírte de ti mismo con distanciamiento. En realidad, la obra es el relato de la transformación de una persona, de César a Goldi.
Algo de caricatura también hay. ¿O le parece una historia tragicómica?
El tono es ligero. No se presenta la prisión como algo muy dramático. Se huyó del dramatismo, de la proclama ideológica y del teatro político. Cuando el personaje ingresa en prisión, se entra en lo íntimo. Confieso que entre rejas lo pasé muy mal, porque conocí el miedo. Hubo momentos de soledad y de enfrentamientos con otros presos. Preferí contarlo con ligereza, para que luego el espectador armase todo el puzle en su cabeza. El texto es fácil de escuchar, si bien luego aflora su dimensión trágica.
Decía antes que no se arrepiente de nada, pero la cárcel lo cambió.
Hubo que dejar a César encerrado en la prisión para que apareciese Goldi, que ya no es un activista político, pero sí un actor con familia.
Los padres de Goldi, maestra y funcionario, emigraron a Solsona. Su carné pudo ser catalán, aunque él vio la luz durante unas vacaciones en Bóveda, por lo que regresó a Lleida lucense. Cuando cumplió dieciocho años, se fueron a vivir a Santiago de Compostela, donde estudió Biología. “Casi la termino... Andaba metido en cosas de teatro universitario y, al salir de la cárcel, me di cuenta de que esto era lo mío”. Goldi, más que un actor, es un artista. También fue cabaretero de la mano de Luis Tosar y Piti Sanz en Magical Brothers: magia y rocanrol. Ha hecho cine, tele y, claro, teatro. De vez en cuando, da el salto de Compostela a Madrid para meter un pie en series como El comisario, Aída o El Ministerio del Tiempo.
Antes de todo esto, Santiago bullía política y culturalmente y, según él, era imposible no terminar relacionándose con algún colectivo. Tiró el dado sobre el tablero y cayó en la casilla del movimiento insumiso. Le dijo no al Estado y lo acusó de usar a los jóvenes como mano de obra gratis y, consecuentemente, de quitarle el empleo a las personas cualificadas que deberían desempeñarlo. Luego estuvo catorce meses a la sombra. De aquellos polvos, Goldi Libre. Autorretrato de un insumiso preso en las cárceles de Felipe González, dirigida por Xesús Ron.
Un rebelde cívico e incruento. Un desobediente civil. Se negó a que el Estado secuestrase un año de su vida y al final terminó secuestrando sus noches. La gente lo veía de día por ahí y pensaba que la represión no era tal, pero el tercer grado lo obligaba a dormir en la cárcel de A Coruña. En 2002, cuando todo llegó a su fin, el Gobierno amnistió a cuatro mil insumisos procesados. Goldi sonríe: hoy la chavalada no se imagina cómo es un cuartel por dentro, ni mucho menos una celda, pero todavía entonces había cuatro mil jóvenes dispuestos a retar al poder e ir a la cárcel. Por una idea.
Goldi Libre. Del 24 enero al 1 febrero de 2018, en el Teatro del Barrio (Madrid).
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