madrid
"Exhausto por la rabia sobre la que había construido" sus tres películas anteriores, una trilogía social sobre las consecuencias del capitalismo, el cineasta Stéphane Brizé quiso escapar de la confusión y la desilusión que sentía y buscó "algo que no convocara la misma brutalidad que las películas previas. Al igual que mis personajes, había que bajar la guardia". Y así llegó a Fuera de temporada, una historia de amor o, mejor dicho, el final de una historia de amor.
Matthieu y Alice se reencuentran quince años después de que él la abandonara sin explicaciones. Actor de éxito en crisis con los cincuenta cumplidos, se va a descansar a un balneario al oeste francés, donde vive Alice, que ahora es profesora de piano. Es una segunda oportunidad para decirse adiós de una manera diferente.
La pareja protagonista, interpretada por Guillaume Canet y Alba Rohrwacher, concede una luz especial a una historia convencional que, sin embargo, Stéphane Brizé sabe conducir por territorios inesperados, con un humor que por momentos recuerda a Jacques Tati, y que es también reacción a sus trabajos anteriores. "Un poco de burla" después de mostrar las dificultades de la clase trabajadora en La ley del mercado, En guerra y Un nuevo mundo. "Lo contrario, evitar ese humor, habría parecido indecente".
La precariedad de la existencia
Fuera de temporada es heredera también de la soledad que se vivió durante el confinamiento por la pandemia. Una experiencia "muy desestabilizadora", en palabras del propio director, que reconoce en las notas de producción de la película que entonces sintió "muy profundamente la increíble precariedad de nuestra existencia".
"Mis personajes son también el reflejo de este momento de vértigo —explica—. Un hombre y una mujer que están llegando al final de la lógica de las decisiones que tomaron hace quince años, cuando se separaron. El hotel demasiado tranquilo y el balneario fuera de temporada con sus calles casi vacías se convierten entonces en los lugares privilegiados para que los personajes vivan este momento de consolidación interior".
Mujeres audaces
Matthieu, que ha abandonado días antes del estreno una obra de teatro con la que iba a debutar en un escenario, está bloqueado por el miedo y por miles de dudas. Su mujer, una conocida presentadora de televisión, le anima desde París a que lea los guiones para cine que le han enviado y deje a un lado su incertidumbre.
Alice vivió ese miedo hace quince años cuando Matthieu la abandonó. Pianista con ambiciones, sintió que no estaba a la altura del talento de él. Buscó refugio en ese pequeño pueblo, se casó, tuvo una hija y se dedicó a dar clases de piano. Ahora, por fin, se atreverá a decir todo lo que no dijo entonces.
"Nunca hemos hablado directamente de esto con Stéphane, pero esta película ha sabido colocarse del lado de los personajes femeninos para contarlos en toda su plenitud", dice la actriz Alba Rohrwacher, en una conversación con Público. "Las mujeres de esta película son mujeres audaces, capaces de darle la vuelta a sus vidas. Pienso en la valentía de Alice, capaz de meterse de nuevo en una historia que acabó mal y que, por fin, le dirá a la cara lo que no tuvo el valor de decir años antes; es todo un logro, una victoria.
Síndrome de la impostora
"Conozco mujeres que renunciaron a un sueño y terminaron viviendo una vida de concesiones. Conozco esa condición y la entiendo, pero me duele saber que, por ejemplo, una querida amiga mía vive su vida habiendo renunciado a su sueño de ser artista", añade la actriz. "Y creo que es una bendición reconocer hacia dónde dirigir nuestras vidas y ser capaz de vivir dentro de nuestra vocación. Ahora bien, si esa dirección coincide con el trabajo que nos gusta, es una suerte más", comenta Rohrwacher.
La intérprete, que confiesa que le gusta "ponerse en peligro" cuando trabaja, encuentra mucha luz en la verdad del personaje de Alice, atormentada desde aquella ruptura por el síndrome de la impostora. Es una mujer que no creía en ella misma, pero que va encontrando el camino de la recuperación en otras mujeres, referentes que viven en su entorno. Una de ellas, Lucette, una anciana de la residencia del pueblo, es el espejo en el que Alice quiere ahora mirarse. Viuda y madre, ha decidido vivir libremente su sexualidad y se ha casado con su compañera, "creo que la audacia de estas mujeres puede inspirar a otras y animarlas a seguir su deseo más profundo".
Lucette no solo contagia decisión y coraje, es también el centro de una celebración en la que Stéphane Brizé sorprende con una memorable escena, en la que el humor aplasta al drama en esta tragicomedia romántica. Una película con la que el cineasta ha conseguido revelar el dolor de sus personajes, pero sin olvidar que son de una clase acomodada y que sus congojas amorosas son al mismo tiempo sublimes y vanas. "Necesitaba mezclar el vértigo de los sentimientos que atraviesan a mis personajes y la banalidad trágica de este momento".
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