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Fernando Mansilla, el escritor que retrató en 'Canijo' la Sevilla clandestina

Se cumplen cinco años del fallecimiento del polifacético artista que describió, gracias a sus propias vivencias, el 'underground' sevillano.

Fernando Mansilla en una foto de archivo.
Fernando Mansilla, en una foto de archivo. Luis Castilla

"Seguramente tú también has conocido a Fernando Mansilla muy tarde, pero nunca es demasiado tarde". La frase es de los responsables de Barrett, la editorial sevillana que hoy publica toda su narrativa. Zaca y Manolete, que además de editores fueron sus amigos, lo resumen así: "Quien descubre a Mansilla, se engancha. A veces nos llaman de cualquier librería de España diciendo que un lector ha comprado Canijo –su novela más célebre– y vuelve pidiendo los otros tres libros". Belén, la tercera pata de Barrett, remite a la feria del libro para resaltar la heterogeneidad de su público: "Se acerca al puesto la persona que aparentemente menos te imaginarías y te dice que es lector suyo".

Fernando Mansilla nació en 1956 en Barcelona, en un barrio de Gracia que, según contó a Maasåi Magazine, por entonces era muy castizo, de trabajadores, donde se podía jugar en las calles. Aquel niño que vivía cerca del Park Güell era hijo de un catalán y una murciana. El saxofonista Luis Navarro, al reflexionar sobre la juventud de su amigo y compañero, sostiene que "para entenderlo como autor hay que comprender las condiciones en las que surgió. Con 13 años, Fernando vagaba en busca de elementos culturales que trascendiesen un poco la sociedad gris, violenta y salvaje en la que vivía. Un disco de Bowie era como una revelación sagrada".

Según resumió el propio Mansilla, aparcó los estudios universitarios porque se sintió interpelado por la época hippie y cogió la mochila para recorrer los caminos. Sus pasos lo llevaron a Mallorca y vivió allí cuatro años, pero también a Granada o Alicante hasta establecerse en Sevilla, donde se quedó para siempre. Llegó en 1982 atraído por el clima, la forma de vida y la proximidad con Marruecos –garantizándose un hachís de buena calidad–, y en la capital andaluza cursó estudios de solfeo y clarinete.

Mansilla encadenó diferentes producciones teatrales. El escritor David Montero define su primera etapa como "muy vinculada al underground de los años setenta y ochenta", mientras que el dramaturgo Antonio Álamo apunta también "la influencia de la generación beat. Se puede relacionar temáticamente con William Burroughs o Allen Ginsberg, pero siendo muy de aquí, porque era un gran defensor del sur, que le encantaba".

Álamo considera que Mansilla podría haber tenido más oportunidades volviendo a Barcelona o mudándose a Madrid, alternativas vitales que siempre desechó: "Jamás tuvo la ambición de hacerse conocido, incluso su popularidad en Sevilla se debió más al interés ajeno que al suyo. Él, con poder pagarse sus movidas, tenía suficiente".

Tanto es así que, como corroboran sus allegados, durante largas temporadas la fuente de ingresos más estable de Mansilla fue tocar la flauta para los turistas en el céntrico barrio de Santa Cruz, algo que años después reflejaría en su narrativa. "Lo hacía sin ningún tipo de frustración, como un trabajo y sin ningún problema", apunta Antonio Álamo. Luis Navarro describe su modus operandi: "Tenía muy estudiados los sitios que funcionaban y se plantaba allí con su flauta dulce, que tocaba muy bien, con muy buena afinación". Navarro recuerda que uno de sus mayores admiradores era el organista de la catedral de Sevilla, que siempre se paraba a saludarlo. "Eso sirve como metáfora de lo que le pasaba a Fernando. Él hacía sus cosas y siempre había alguien a quien le llamaba la atención ante la indiferencia general".

Mansilla tocando la flauta en una foto de archivo
Mansilla tocando la flauta en una foto de archivo. Cedida por la familia de Fernando Mansilla

Antonio Álamo sintetiza el estilo de Mansilla al escribir teatro: "En general, su obra no estaba dentro de lo que podemos llamar una gramática aristotélica, sino que tocaba otros palos. Era una palabra escénica, pero muy poética. No se basaba en personajes e historias, tenía un mundo propio".

En su vertiente actoral, cabe destacar su papel como Robert Oppenheimer en la obra Los borrachos, escrita por Álamo, que retrataba la fiesta organizada por los científicos después del lanzamiento de la bomba atómica. "Estuvo genial, porque se necesitaba un tipo de enorme carisma –recuerda el autor–. Tenía una presencia alucinante y un saber decir los textos que era maravilloso escucharlo".

"Tenía una presencia alucinante y un saber decir los textos que era maravilloso escucharlo", le describe Álamo

De entre todos sus recursos sobre el escenario, el que descollaba era la voz. Para su compañero Luis Navarro, Mansilla recitaba de forma muy poco artificial, sencilla pero distinta, e incluso sin música ya era un espectáculo en sí mismo. El polifacético Álex O'Dogherty escribió esto en el prólogo de uno de sus libros: "Esa oscura, profunda, rasgada y temible voz que tiene, esa manera de recitar, de rapear, tan genuina que hace que te introduzcas en su mundo solo con oírle unas pocas palabras".

Sí, O'Dogherty emplea el verbo rapear. No es el único que lo utiliza como aproximación a lo que Mansilla hacía; el dramaturgo David Montero lo define como "rapteatro". Durante siete años, Antonio Álamo ocupó el cargo de director del teatro Lope de Vega en Sevilla, y en ese período organizó un festival de spoken word; evidentemente, pensó en su amigo como participante: Mansilla le preguntó qué era eso, y Álamo le respondió: "Spoken word es lo que tú llevas haciendo toda la vida".

Eso sí, su compañero Luis Navarro puntualiza que, aunque esa fuese la etiqueta que se les ponía, "en realidad lo que hacíamos eran canciones con estructura clásica, porque muchas veces sus poemas ya venían así. No era que él recitase y nosotros tocásemos por detrás como cosas independientes, sino que la melodía iba métricamente medida". Según recuerda, buscaban trascender las fronteras entre ambas disciplinas con "poemas musicales o músicas poéticas". Sea como fuere, Navarro resume así su actividad juntos: "Todo lo que hicimos buscaba poner en valor la estética, la poética y el mundo de Fernando. Yo, antes que un amigo y compañero, era un admirador".

Esa voluntad cristalizó con el nacimiento del grupo Mansilla y los espías. Su primer disco, publicado en 2011, se bautizó Literatura de baile, y siete años más tarde llegaría otro, cuyo título condensaba la filosofía de Mansilla: Dejad que los colgados se acerquen a mí. Las letras de las canciones salían de sus propios poemas. Algunos fueron recopilados en un libro –que rompió su larga carrera de escritor no publicado, un honor que correspondió a la editorial Cangrejo Pistolero– aparecido en 2011 con el elocuente título de Poemas para la no posteridad. 

Precisamente, el grupo Mansilla y los espías jugó un papel clave en la ulterior publicación de su obra narrativa. Zaca, uno de sus editores en Barrett, decidió obedecer la enérgica recomendación de una amiga que le insistía para que acudiese a un concierto. Allí quedó prendado de la personalidad del líder de la banda: "Lo flipamos con su poesía y con él, con todo", recuerda. Su compañero Manolete va más allá: "De hecho, nos pasamos el año siguiente hablando como él, moviéndonos como él, imitando sus gestos cuando bailaba".

Por aquel entonces, Canijo aún no existía. O lo hacía solo en forma de manuscrito rechazado por varias editoriales y con el título de Buscarse una ruina. Terminó viendo la luz en 2012 gracias al empeño de Olga Beca, responsable de la ya extinta editorial El Rancho. El protagonista se instalaba en Sevilla en 1982 –igual que Mansilla– y pronto se cruzaba en su vida la adicción; según resumió el autor, la novela reflejaba la historia de las familias que movían la heroína en la zona del Pumarejo.

"Para luchar contra los estragos morales del tiempo / fue por lo que comencé a tomar drogas / para agarrar por los huevos a este presente huidizo". Estos versos de Mansilla constituyen una de las muchas alusiones al consumo que dejó repartidas por su obra. A las primeras experiencias alucinógenas le siguió la heroína, cuyo infernal síndrome de abstinencia tuvo que combatir. Uno de sus amigos recuerda que el escritor se vio, como tantos en la época, vendiendo objetos personales para poder pagarse la siguiente dosis.

El dramaturgo David Montero no encuentra en Canijo ni un ápice de impostación: "Muchas veces, uno conoce esas historias de oídas y tiene casi más referentes en las películas americanas que en la realidad. En su caso hay vivencias personales, pero no basta con haber sido testigo de primerísima mano, después tienes que ser un escritor sólido y solvente para contarlo así de bien".

"Los de mi generación lo leemos y somos incapaces de ir ahora por esas calles sin pensar en 'Canijo'", asegura Belén

A Belén, la editora más joven de Barrett, el libro la transporta hasta una época que no conoció. "Los de mi generación lo leemos y somos incapaces de ir ahora por esas calles sin pensar en Canijo, y eso me parece una pasada. Que nos haya cambiado hasta la forma de ver nuestra propia ciudad es increíble". Desde una perspectiva más veterana habla Luis Navarro: "Es una novela muy cartográfica, va a la anécdota y al sitio exacto donde pasó. Todo transcurre en un espacio reducido, en una manzana, y resulta emocionante recorrerlo. Es curioso porque antes eran tugurios de criminalidad y hoy son abacerías llenas de turistas".

Imagen de la portada de 'Canijo' de Fernando Mansilla
Imagen de la portada de 'Canijo' de Fernando Mansilla. Pablo Peña

Todo lo reflejado por Mansilla está inspirado en la realidad, aunque solo a algunos personajes les mantuvo el nombre. Un ejemplo: "Fernando sufrió episodios violentos con ese al que apodaban el Caraniño, un policía que torturaba a la gente –al que Alberto Rodríguez y Rafael Cobos retrataron en su película Grupo 7–. Lo que se cuenta en el libro es literal", rememora Navarro.

Antonio Álamo echa la vista atrás y reflexiona sobre una Sevilla que se fue: "La gente en la Alameda hacía fogatas por la noche. Era todo de albero, creo que solo había un bar, y ahora es una zona familiar. Irreconocible. El Pumarejo ahora es un sitio tranquilo, pero antes era territorio comanche. Veías a los espectros pasar por tu lado, era un sitio peligroso, y de eso da buena cuenta la novela".

Canijo se convirtió casi inmediatamente en una obra de culto a nivel local. Su primera editorial solo distribuía en Sevilla y vendió dos mil ejemplares, según recuerdan hoy los de Barrett. A eso hay que añadirle las cuatro reimpresiones desde que ellos la incorporaron a su catálogo en 2022.

"Nosotros lo decimos medio en coña, pero en realidad es en serio: fundamos la editorial para publicar a Fernando Mansilla –confiesa Zaca–. Fue la primera persona con la que hablamos. Nos contó que tenía relatos escritos desde hacía un montón de tiempo sobre animales, y ese fue nuestro primer libro".

Mansilla repetía que, de no haberse dedicado a las artes, le hubiese gustado ser veterinario. Quizás por eso, el también excelente Relatos faunescos vincula animales con personas. El volumen se abre con una escena de narcotráfico contada desde el punto de vista de una dorada recién pescada, mientras que el último, el de mayor extensión, lleva por título El tigre de Malasia y supone una primera aproximación al universo y al tono de Canijo.

Para adentrarse en su siguiente novela, Matar cabrones, conviene comenzar explicando por qué tuvo que publicarse de manera póstuma. "Fuimos a verle a un concierto por el día de la música  –recuerda Manolete, de Barrett–. Fue bastante triste. Él tenía una canción en la que de repente se detenía y decía: Para, para. Entonces hizo algo similar, creíamos que era esa parte, pero dijo que había que parar porque se le había olvidado todo. Se había quedado sin memoria".

Desde aquel primer susto, su salud fue decayendo y se recluyó en casa. "Nos decía que estaba contento, redactó un email muy feliz diciendo que avanzaba con la escritura de la novela, pero a los pocos días nos enteramos de su fallecimiento", recuerdan sus editores. Mansilla murió el 7 de junio de 2019, con 63 años.

"No pudo terminar Matar cabrones. Nos encontramos mil archivos de Word con un orden que seguramente solo entendía él. Fuimos leyéndolos todos hasta encajar los capítulos de forma que quedase una historia cerrada –describe Zaca–. También incluimos un final alternativo, porque parecía haber tomado dos direcciones sin decidirse aún por ninguna de las dos".

Su otro editor, Manolete, describe esa novela como una manera de reencontrarse "con todos esos colgados que aparecen en Canijo, esos yonquis que ahora son personas sin hogar, gente con la que él se identificaba mucho. Sabía que no llegó a terminar así por alguna buena decisión que tomó en la vida, pero tenía presente que perfectamente podría haber sido uno de ellos. Lo veías en la terraza de un bar, cómo actuaba con esas personas, y te entraba un escalofrío".

David Montero traza una línea lúcida que une el relato Tigre de Malasia con Canijo y con Matar cabrones: "Hay algo que está en los tres títulos: un personaje cobarde que se ve obligado a enfrentarse a la violencia. Por algún motivo, era un tema muy importante para Fernando, casi central". Sobre su estilo, añade: "Mansilla tenía lo que todos los escritores quieren, pero que es muy difícil: una mirada personal sobre la vida. Esa observación tan a pie de calle, incluyendo la gente medio lumpen, es una de las cosas más especiales de su obra".

Montero: "Mansilla tenía lo que todos los escritores quieren, pero que es muy difícil: una mirada personal sobre la vida"

A Montero le encargaron desde Barrett la tarea de editar el último libro de su amigo, Mansilla street view. Se trata de un recorrido por todo el material inédito que acumulaba no solo en su ordenador, también en folios mecanografiados. "Encontré alguna joya, que es lo que siempre se anda buscando cuando se bucea en los archivos de un escritor. Hay algo de poesía, un par de cuentos y mucho teatro".

Aquel libro no tuvo presentación, puesto que se publicó en plena pandemia, pero más tarde la bibliotecaria Yolanda Gómez organizó una suerte de peregrinación: David Montero recorrió los rincones sevillanos que sirvieron de escenario a Mansilla y, acompañado por los músicos de su grupo, leyó fragmentos de su obra para deleite de los muchos amigos y admiradores que se unieron a una comitiva que terminó en la biblioteca Julia Uceda, muy próxima a la casa donde Mansilla residía con su mujer —que acogió un concierto en el balcón—.

Si bien la obra literaria de Mansilla permanece en los libros para quien quiera descubrirla –"nunca es demasiado tarde"–, su obra vital, su manera de ser, hoy ya solo resiste viva en el recuerdo de quienes lo trataron. Antonio Álamo recalca "su sentido del humor, su ironía y su grado de observación social. Era un tipo con mucha calle. Escuchaba mucho y tenía la facilidad de tratar con cualquiera. Eso despertaba cariño y simpatía. Pese a ser un outsider durante tanto tiempo no perdió jamás esa elegancia que tenía, siempre lo veías andando por la calle con su sombrero. Era el arte de saber estar".

Mansilla en una foto de archivo
Mansilla, en una foto de archivo. Cedida por la familia de Fernando Mansilla

David Montero añade: "Se dice mucho de la gente cuando falta, pero Fernando fue muy querido en vida porque era un tipo realmente bueno". Manolete, su editor, lo refrenda: "Mansilla enamoraba por lo buena persona que era. No es el típico que se le subía a la cabeza, a pesar de su grandeza artística".

Cuando a Montero se le requiere una definición de su amigo, reflexiona unos segundos y concluye: "Fernando tenía una mirada relajada de la vida, así diría que era una mezcla entre un monje budista y un underground auténtico de la España de los ochenta".

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