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Actualizado:Tener a Paul Rudd y Will Ferrell como protagonistas de The Shrink Next Door puede llevar al equívoco de creer que la que se estrena este viernes en Apple TV+ es una comedia. No lo es. Hay cierto humor, cosa inevitable con dos actores como ellos en el reparto principal, pero, tras ver los tres primeros episodios resulta más que evidente que la serie basada en los hechos reales narrados en el podcast de Joe Nocera apunta más hacia un drama con tintes de comedia negra. El de un hombre plagado de inseguridades que tropezó con un terapeuta, apodado como el ‘psiquiatra de las estrellas’, con una personalidad arrolladora que supo cómo sacar partido de su amistad. Si es que se puede llamar así a lo que surge entre ambos.
Lo primero que se ve de la relación entre los personajes de Ike Herschkopf y Marty Markowitz es cómo esta salta o parece estar a punto de saltar por los aires. Una fiesta de lujo, de esas que tan bien quedan en pantalla con jardín y piscina, y un tipo, Ferrell, totalmente desquiciado que la emprende a golpes con todo lo que encuentra a su paso. Qué está pasando y cómo ha llegado hasta este punto es de lo que trata The Shrink Next Door. Para llegar a ello, el guion firmado por Georgia Pritchett y dirigido por Michael Showalter y Jesse Peretz da un salto tres décadas atrás, a 1982. El objetivo es contar los inicios de la relación profesional, de amistad, dependencia y manipulación entre doctor y paciente.
Ferrell interpreta al segundo, a Marty Markowitz. Es un hombre adulto con ataques de pánico que lleva desde su más tierna infancia luchando contra su timidez, su inseguridad y su necesidad de esconderse de los problemas. No lleva bien la presión, ni el conflicto. No sabe imponerse y es incapaz de gestionar toda situación que implique hacer valer su opinión. Además, hace poco que perdió a su padre. Ha quedado al mando de la empresa textil familiar con un tío que quiere su parte y una hermana pequeña, Phyllis (Kathryn Hahn), que lleva toda su vida velando por él. Ella es algo así como su comodín en las situaciones difíciles y su faro en la indecisión perpetua que le acompaña. Es ella quien le sugiere, en el primer episodio, buscar ayuda para superar sus problemas.
Pronto se dará cuenta de que cometió un error. Porque a quien acude Marty, el psiquiatra Ike Herschkopf, se convertirá en una bomba de relojería para su familia. Pese a tener acostumbrado al público a papeles mucho más amables, no se le puede poner ni una sola pega a Rudd como un tipo advenedizo y manipulador. Su fachada amistosa y fiable ayudan a construir un personaje aún más turbio. Ike, como le llama Marty solo unas sesiones de terapia después, parte de la creencia de que está ayudando realmente a su paciente, pero la ética y los límites no parece tenerlos muy claros. Su dinámica psiquiatra/paciente se rompe muy pronto y se dan numerosas muestras de la manipulación de Ike sobre Marty, que acabará absorbiéndolo como persona.
Cada episodio es un paso más en esa relación entre ambos que acaba por emponzoñar la de hermanos. Phyllis, que no se fía, se convierte en la peor enemiga del especialista que ella misma recomendó a quien tanto ha protegido. Y este, por su parte, no duda a la hora de malmeter entre ambos haciéndose el ofendido. Entre ambos ríos y sintiéndose mejor tras cada encuentro (al menos en esos tres primeros episodios), Marty se entrega con fe ciega a los consejos de su nuevo amigo. Le da confianza, seguridad en sí mismo… Justo lo que necesitaba. Se siente bien, mejor y no está dispuesto a renunciar a ello.
Una de las cosas que funciona muy bien a la hora de trazar cómo se van cruzando líneas en esta relación es el planteamiento de los capítulos. En cada uno de ellos hay un conflicto con el que Marty debe lidiar y en el que la ayuda de Ike es clave para su resolución favorable. Mientras, episodio a episodio, la hermana que ve venir la catástrofe intenta avisar sin éxito al tío de sus tres hijos y figura paternal para ellos tras el divorcio. Se ha convertido en el enemigo. Un conflicto por capítulo, un encontronazo familiar que se resuelve a favor del psiquiatra y una escena final que evidencia cuál será el siguiente paso del personaje de Paul Rudd.
Los duelos entre quien ha sido Ant-Man en el cine para Marvel y Agatha Harkness también para Marvel en la televisión es uno de los mejores regalos de esta serie. Como lo es ver en acción a dos actores tradicionalmente cómicos y amables metidos de lleno en una historia tan llena de oscuridad y descenso a los infiernos. Porque de esa relación tóxica que se atisba no puede salir nada bueno. Aunque solo sea porque es lo que cuentan los hechos reales en los que se basa y esa escena de apertura en una casa de los Hamptons 30 años después de que empezase todo.
Otro punto fuerte de The Shrink Next Door –la estética ochentera es lo que es– está en cómo se ha jugado con la banda sonora para acompañar los estados de ánimo de Marty en el montaje. Por un lado, ese momento tan de vergüenza ajena cantando en su segundo Bar Mitzvah que celebra en los 40 para resarcirse del bochorno del de los 13 años. Y luego hay, en los primeros tres episodios que se estrenan este viernes, uno al ritmo de Waiting for a Star to Fall y otro de Ferrell dándolo todo con Gloria sonando que merecen una mención.
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