Este artículo se publicó hace 4 años.
Craig Hodges, el campeón de la NBA apartado y arruinado por luchar contra el racismo
Ganó dos anillos de la NBA, ganó tres concursos de triples, pero se quedó sin equipo. Se puso firme contra Micheal Jordan y el imperio del dinero, que vio en el baloncesto el nuevo modelo de negocio. No renegó de sus principios y eso le salió caro.
Jose Carmona
Actualizado a
No descorchó champagne la noche que ganó la NBA por segundo año consecutivo. El mundo a sus pies; había triunfado en la liga con el equipo de su ciudad, los Chicago Bulls, y Michael Jordan era Dios bajado de los cielos. Cada dedo anular de sus huesudas manos vestía ya un anillo de campeón. Uno, brillante y dorado con el toro estampado; el otro, aún por diseñar, tendría un estilo más sobrio pero igual de hortera, y empuñaría en mayúsculas grises el sustantivo del morlaco, ligado a la ciudad del viento para siempre. Bicampeón. Ningún niño sueña tan alto.
Pero no hubo ni fiesta ni after, porque Craig Hodges (1960) esa noche acudió a un torneo de baloncesto organizado por el Departamento de Viviendas de Chicago, donde el lumpen más marginal de Illinois no podía creer que ese hombre, que hacía un rato levantaba el trofeo de campeón por televisión, ahora estuviera con ellos como observador e instigador de sus pachangas. Si Jordan era una deidad, inmaculada y etérea, Hodges era el profeta sumergido en el barro; en el barrio. Se adelantó tres décadas al Black Lives Matter.
Craig Hodges jugó diez años en la NBA y su carrera finalizó de la noche a la mañana. Sus memorias, tituladas Tiro de larga distancia (Capitan Swing), circulan por una vida inmersa en la lucha por los derechos civiles mientras se labraba un futuro en el baloncesto, gremio en el que acabó mirando de tú a tú a Kareem Abdul Jabbar y Julius Erving. Su caso es anómalo en la historia del deporte: su contrastado talento, que tuvo su exhibición más obvia en el concurso de triples de la NBA que ganó tres veces consecutivas –hazaña solo igualada por Larry Bird– se quedó sin equipo. Años después, cuando se estrenó el famoso documental The Last Dance sobre las vivencias de esos Bulls, nadie llamó a Hodges para revivir aquellos momentos.
"Vi los diez episodios y son entretenidos –cuenta a traves de una llamada de Skype a Público–, pero veo a toda la gente que sale en el documental y pienso: ¿Por qué no me entrevistaron a mí? Luego ya me fijé en el enfoque, no querían caras polémicas, quisieron hacer que a Micheal le gustara el resultado
final y yo no iba a callarme nada. Me lo tomo como un elogio, agradezco no salir, porque yo sé lo que aporté para ganar esas dos finales, yo estaba ahí cuando Micheal hizo su famoso tiro en Cleveland. Lo más loco de todo es que no salir en el documental me ha hecho más conocido", se defiende el exjugador, que tras varios años volvió a la NBA como entrenador de tiro para Los Ángeles Lakers de Kobe Bryant.
"No es normal que en ese momento de su carrera –dos anillos y tres concursos de triples seguidos– nadie ofreciera un nuevo contrato a Hodges", asegura Piti Hurtado, entrenador de baloncesto y comentarista de NBA y Euroliga. "Alguien que es capaz de ser el mejor a pies parados, que era el mejor tirador tras pase... No obtuvo ningún contrato por culpa de los lobbys de entrenadores y directores generales (en la NBA se les conoce como general managers), que pese a ser rivales dentro de la cancha, existen", sostiene.
Hodges lamenta en sus escritos que, ya en calidad de veterano, en buena forma y con una vitrina a reventar de galardones, no fuera requerido por ninguna franquicia ni siquiera para ayudar a la integración de los novatos, siempre necesitados de veteranos que actúen de tutores en sus primeros años. "Por ejemplo, Jose Manuel Calderón ha tenido siempre una imagen buenísima a ojos de los directores generales. Cuando rendía, fenomenal, pero luego también fue valorado como mentor. Pero de Hogdes se diría que era un peligro. Hubo algo que provocó no volver a verle en la liga", asegura Hurtado.
Ese "algo" tiene muchas raíces, todas germinadas en su propia conciencia de clase. Hogdes se crió en un gueto de Chicago, con una familia inmersa en las luchas por los derechos de los negros, lideradas en los sesenta por los Panteras Negras y Martin Luther King. Cuando alcanzó la NBA no dio la espalda a su espíritu contestatario. Él no quería ser únicamente una estrella del baloncesto como Julius Erving, él quería ser el nuevo Mohammed Ali, un icono, la voz de su pueblo; en sus planes, el pabellón se le quedaría pequeño.
"Para nosotros era conseguir una beca o entrar en el turno de noche de la fábrica de Ford"
"Para nosotros era conseguir una beca o entrar en el turno de noche de la fábrica de Ford. Y cuando la planta de Ford cerró, era el deporte o la calle", escribe Hogdes en sus memorias a modo de ilustrar el futuro que les esperaba en el vecindario. El EEUU donde fue niño no tenía piedad con los afroamericanos, menos aún con los pobres. Cuando llegó al mundo, solo había pasado un lustro de que Rosa Parks no quisiera ceder su sitio en el autobús.
Huelga contra la NBA
Su espíritu reivindicativo tuvo su llama más intensa en 1991, cuando sus Bulls llegaron a la final de la NBA contra los Lakers de Magic Johnson. Hacía pocos meses, el joven afroamericano Rodney King había sido salvajemente apaleado por la policía local y se habían desatado disturbios por toda la ciudad. "Antes del primer partido, mientras calentábamos, llevé a Micheal a un lado y le dije que debíamos animar a nuestros compañeros a boicotear el partido [...] Me dijo que estaba loco. [...] Me acerqué a Magic para proponerle lo mismo y me dijo: eso es demasiado extremo, tío", relata en sus memorias. Sus deseos huelguistas tardaron treinta años en llegar, pero este 2020 finalmente LeBron y compañía frenaron la NBA durante unos cuantos días.
"Llevo 25 años comentando la NBA, pero lo que ha pasado con los jugadores ahora, con sus reivindicaciones, me parece algo que no podía ni imaginar. Es un hecho histórico tremendo", declara rotundo Antoni Daimiel, periodista especializado en NBA. Hogdes quiso algo así en su época, pero no debió encontrar la hermandad alrededor, el calor de la protesta no era tan cómodo, el miedo a la liga era mucho más grande.
"La NBA en los ochenta, por la rivalidad entre Larry Bird y Magic Johnson, crece en todo, y Jordan es el catalizador de todo eso en los noventa. Lo que se lleva por delante el sueño de Hogdes es el dinero, la máquina económica", analiza Hurtado. El intento de piquete de 1991 no salió bien, pero tras ganar esas finales y sumar su primer anillo de la NBA, Hodges eligió para visitar la Casa Blanca en la tradicional recepción del campeón una dashiki, vestimenta tradicional africana, con la que encestó nueve triples seguidos delante de George Bush padre, que acababa de instalar la cancha en la residencia presidencial.
El boicot a Nike, su sepultura
Su intento frustrado de una huelga durante las finales no trajo problemas a Hogdes, ya que nadie respaldó la propuesta. Su sepultura deportiva se construyó cuando no cedió ante las presiones de Jordan y su agente. Esa situación desembocó en que en el verano de 1992, cuando finalizaba su contrato con los Bulls, no recibiera ninguna oferta. Tampoco ayudó que, durante las finales de ese año frente a Portland Trail Blazers, tildara en The New York Times a Jordan de "rajado" por no liderar las movilizaciones entre los jugadores.
Pero el enfrentamiento con David Falk –agente de Jordan– llegó un par de años antes. En 1990 el activista Jesse Jackson lideró un boicot contra Nike, la marca que vestía a la estrella de los Bulls, por hacer negocio entre los jóvenes negros pero no tener ninguna persona afroamericana dentro de su abultado cuerpo directivo. Hodges aprovechaba el vestuario que compartía con Jordan para proponerle diferentes planes, desde romper con Nike hasta montárselo por su cuenta para dar trabajo a los negros de los guetos. Falk, apodado Ave de presa, intentaba por todos los medios que el boicot no llegara a la NBA y no se hiciera fuerte entre los jugadores, ya que dejaría a su cliente en muy mal lugar.
"Falk y Jordan acudieron a mí y me ofrecieron ser presidente del sindicato de jugadores. [...] Sospechaba que Falk esperaba que yo fuera un sello oficial en sus manos, que guardara silencio ante el boicot. [...] Respondí que no y me dije: Falk y Jordan van a echarme de la liga", recuerda el exjugador. Dicho y hecho. Dos años después no tenía equipo ni ofertas. Nadie le cogía el teléfono. Para subsistir, después de malas gestiones –aunque nunca llegó a cobrar los dinerales que ahora se embolsan los jugadores–, tuvo que vender sus anillos, sus trofeos, sus camisetas. Se quedó sin nada y volvió a casa de su madre. En pocos meses, pasó de calentar en el adorado Chicago Stadium para volver a las canchas de detrás de la Iglesia.
"En ese sentido, Hogdes no es una historia especial. Hay una estadística bestial, entre cuatro y seis jugadores de cada diez acaban arruinados siete años después de dejar la NBA. Tienen que mantener a mucha gente, gastan mucho... son poco previsores. Hay gente como Antoine Walker que ganó más de 100 millones de dólares durante su carrera y hace años ya estaba arruinado", añade Daimiel.
Hodges sufrió las consecuencias de hablar cuando salía muy caro. No protestes y juega. Tras su jubilación forzosa sintió que había fracasado: no había cambiado el mundo, con el extra de estar arruinado y sin poder jugar al deporte de sus amores. Ahora ve desde la televisión los playoffs. Fue un pionero, un adelantado a su tiempo: ahora se tiran más triples y es unísona la voz dentro de la NBA que critica el racismo. Él tuvo en contra a Jordan; ahora tendría a LeBron en su bando.
Como los jugadores que este año frenaron los playoffs, sembró el camino, imaginó la trayectoria de la protesta, como un tiro sobre la bocina. Aunque sus actos fueron menores, de un ruido casi opaco salió un testigo que las nuevas generaciones han recogido con un empoderamiento inaudito. Ahora, desde su Chicago natal, sueña con que LeBron James se plante en las finales; que hinque la rodilla en el parqué y diga, como los verdaderos reyes de la cancha de los barrios, que ésta es mi pista y que aquí no se juega.
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