Desaliñado, desorientado, Basilio Martín Patino (Lumbrales, Salamanca,1930) iba trazando con sus pasos un dibujo desordenado, como de trompo, inquieto entre el trajín de periodistas ansiosos por arrancarle una entrevista a lo fast food. No le gustan las charlas apresuradas, la publicidad, el tedio de decir rápido para vender. Él sólo quería coger el micrófono y explicarse, decir qué ha querido hacer con ese juego de luces, sombras y memoria que ha llamado Espejos en la niebla y que inauguró ayer en el Círculo de Bellas Artes de Madrid.
Basilio había dormido poco. A las 3 de la madrugada del viernes acabó de montar la exposición, que es un pasito más en la visión amplia y libre del cine con la que empezó a jugar en 1963 con cortos como Torerillos y, luego, continuó con la audaz y emocionante Nueve cartas a Berta (1966). Más tarde vendría Canciones para después de una guerra (1971), Queridísimos verdugos (1973), Caudillo(1974) -ambas prohibidas durante el franquismo- o ese testimonio a modo de confesión tan suyo que es Madrid (1987).
De butacas hacia afuera
'Siempre he tenido ganas de salirme del formato de butacas, de esa sala maravillosa que tiene también tantas limitaciones. Es un sueño que intuí desde que empecé a hacer cine', decía ayer. Un sueño -que no es la primera vez que prueba- en forma de ocho habítaculos con sus pantallas. En la exposición, Patino escarba en una historia -que son muchas- de la Salamanca de los oligarcas y, esa otra de los campesinos que fueron expulsados de las tierras que trabajaban a principios del siglo XX. Espejos en la niebla es el relato dialéctico entre los de una finca y los de un pueblo -El Cuartón y Centenares -que apunta a dar a las rupturas que han marcado a España.
Como él dice, 'este es un recorrido de intuiciones, de sensaciones'. Un tanteo. En ningún caso una historia lineal. Al revés, es una propuesta de la que salen múltiples historias, tantas como se componga uno en su cabeza. El juego no es nuevo -aunque sea ahora más evidente-, es el mismo que ha entablado desde hace décadas este salmantino de manos finas y orejas enormes.
Maestro del montaje, Patino lo sabe: 'Hay otra forma de entender la totalidad. Las películas admiten el troceado', para saltar en miles de ficciones. ¿Recuerdan Canciones para después de una guerra? Pues eso, pero fuera de la sala de cine. Estas son Canciones para antes de una guerra.
La memoria y el desorden
Recuerdos: 'En este mismo Círculo de Bellas Artes, por el 77, nos llamaron a unos cuantos para hacernos cargo de esto. Porque esto, antes, era un casinillo. A mí me tocó ir a echar a los militares que se pasaban aquí las noches entre juegos arriba, y un cabaret en el sótano, donde había hasta bidés en los servicios... Fui a la sala de juntas y les dije: ‘señores que se tienen que marchar que esto va a ser para la cultura'. Y recuerdo que le dijo incrédulo un general a otro: ‘Mira, hay un chico ahí que dice que nos tenemos que marchar'. Y Patino te lo cuenta así, desordenado, como quien teje con cien hilos a la vez. Porque resulta que el hombre de la memoria es un desmemoriado.
'Se da la paradoja de que no tengo memoria. Y va a más... es algo que me preocupa. No recuerdo ni los nombres de la gente', confiesa. Pero para él, la memoria es 'un mundo de sensaciones', más que una agenda. 'El cerebro es como una esponja y de ahí sale todo y sale como es, desordenado. Eso es lo que quería hacer aquí. En el fondo son vivencias, que suscitan ideas e imágenes', dijo. Parece como si este juego cinematográfico que ha establecido fuera una manera de luchar contra esa mala memoria. ¿Ficción o documental? Qué más da, al final el cine es siempre una mentira que emociona.
Un cine que, para Patino, no está muerto. 'Cuando empecé, lo primero que me di cuenta es que había que ser libre, porque si no, no se hacía nada. Que la libertad consiste en ser dueño de tus sistemas de producción, y dueño de tu libertad para hacer lo que te salga de los cojones'.
Vinculado a Pasolini -tanto como, a su vez, Isaki Lacuesta o José Luis Guerín lo están a él-, inquieto y apasionado por las viejas y nuevas tecnologías, para Martín Patino, 'está casi todo por decir. El cine empieza ahora'.
Para hacer el proyecto audiovisual ‘Espejos en la niebla’, Basilio Martín Patino y la gente de su productora La linterna mágica, no contaban con demasiados elementos. Así que recurrió, además de a esos archivos y a las fotografías filmadas que son una constante en su trabajo, a los testigos que quedan, a los nietos de algunas de aquellas familias de campesinos que fueron expulsados de una dehesa en la que trabajaban y que se vieron obligados a construir su comunidad desde cero. Eso era en la Salamanca de principios de siglo XX, cuando el oligarca y padre de Inés Luna Terrero –amante de Primo de Rivera, entre otros– echó a los que trabajaban sus tierras. Para reconstruir las voces de aquellos años que, para Patino marcaron la división que viviría España en la Guerra Civil, dio con los herederos de aquellas trifulcas. Entre ellos, Macu Fernández, autora del libro ‘Centenares’, una mujer diminuta que empezó a escarbar en la historia de sus abuelos y que ayer se paseaba, discreta, por la exposición. En la instalación, ocho pantallas cuentan trozos de aquellos días y las huellas que han dejado hoy. Unas pantallas se reflejan en otras, las vidas de hoy y las de ayer se superponen, para que cada quien lea lo que quiera. Y entienda algo. Además de los vídeos de ocho minutos, de Patino, también se pueden ver películas como ‘La aldea maldita’ (1929), de Florián Rey, que fueron rodadas en Centenares. Un ejercicio de memoria en construcción.
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