Este artículo se publicó hace 4 años.
ContaminaciónAparece el mayor agujero de ozono sobre el Ártico
Una acumulación de frío extremo sobre el polo Norte libera elementos destructores del gas protector en la estratosfera.
Malen Ruiz de Elvira
Madrid-
La infrecuente confluencia de varios factores meteorológicos ha provocado la mayor disminución de la capa de ozono sobre el océano Ártico medida hasta la fecha. Este invisible agujero de ozono es el testimonio de la fragilidad continua en el equilibrio en las capas atmosféricas, todavía amenazadas por los refrigerantes producidos por el hombre y que siguen siendo liberados a la atmósfera cada vez que un frigorífico no se recicla adecuadamente. Allí destruyen estos gases el ozono estratosférico, un fenómeno recurrente aunque cada vez de menor gravedad sobre el polo Sur y que ahora también se está dando sobre el polo Norte.
La capa de ozono protege la vida terrestre frente a los rayos ultravioleta del Sol y su debilitación supone un grave peligro, lo que llevó a promulgar en 1987 un tratado internacional, el Protocolo de Montreal, para dejar progresivamente de fabricar los gases refrigerantes, y otros productos, más perjudiciales para el ozono. El problema, sin embargo, persiste, aunque las constantes observaciones permiten, por lo menos, cuantificarlo. El ozono (tres átomos de oxígeno) es un gas incoloro, químicamente muy activo, ya que reacciona con un gran número de sustancias. Cerca de la superficie terrestre su acción es muy variada e incluso perjudicial, pero a gran altura una tenue capa de ozono absorbe los rayos ultravioleta B, protegiendo la vida que hay debajo.
Una elevada pérdida de ozono se observa estos días en un área equivalente a tres veces la de Groenlandia, aunque se espera que vaya despareciendo en las próximas semanas. Para Martin Dameris, físico de la atmósfera, es la primera vez que se puede hablar de un verdadero agujero de ozono en el Artico, según ha comentado en Nature. La última vez que se observó un fenómeno similar, aunque menos pronunciado, fue en 2011.
El origen de este agujero y el de la Antártida es el mismo. Caen mucho las temperaturas entre los 10 y los 50 kilómetros de altitud, donde se encuentra el ozono, y se forman nubes a gran altura. En estas nubes viajan las moléculas de origen artificial (compuestos de cloro y flúor) destructoras de este gas, que a pesar de su disminución, tardaran todavía décadas en desaparecer de la atmósfera.
Como sobre el polo Norte la caída de las temperaturas no suele ser tan pronunciada y duradera como sobre el polo Sur, una gran disminución del ozono no es lo habitual. Pero este año se ha formado un fuerte vórtice polar con aire muy frío en su interior y se ha producido el agujero, explican los científicos. A 18 kilómetros de altura, en plena capa de ozono, se han medido solo 0,3 partes por millón de ozono, cuando lo normal es 10 veces más, indica el especialista Markus Rex.
La Agencia Europea del Espacio (ESA) ha detectado el fenómeno con uno de los satélites Copernicus, y lo califica como el de mayor intensidad desde que empezaron sus observaciones en 1995, aunque sea pequeño en extensión. “El agujero de ozono que observamos sobre el Ártico este año tiene una extensión máxima de un millón de kilómetros cuadrados. Esto es pequeño si se compara con el agujero antártico, que puede alcanzar de 20 a 25 millones de kilómetros cuadrados con una duración de entre tres y cuatro meses”, explica Diego Loyola.
Fue al final de invierno polar, cuando el Sol empieza a aparecer por encima del horizonte, cuando se inició esta fuerte disminución del ozono, que todavía no ha terminado. El agujero no significa, por ahora, una amenaza para la vida y se espera que desaparezca pronto, a medida que suban las temperaturas en la zona, pero es un muy fiable indicador de la capacidad destructora que todavía está en la atmósfera.
Los datos recogidos en un informe de 2018 indican que la capa de ozono en algunas zonas de la estratosfera se ha recuperado a un ritmo de entre un 1% y un 3% por década desde el año 2000. Si sigue así, la recuperación total en el hemisferio Norte se alcanzaría en 2030, en el hemisferio sur en 2050 y las regiones polares no volverían a la normalidad de tantos siglos anteriores hasta 2060. Un gran precio a pagar por algo que es muy reciente, la Revolución Industrial en general y la capacidad de enfriar en particular.
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