Este artículo se publicó hace 12 años.
Peces-Barba, un socialista en la corte de Juan Carlos I
Juan José Téllez
Era amigo del rey, algo de lo que no pueden presumir algunos expresidentes del Gobierno. Juan Carlos I, de hecho, terminaría entregándole personalmente en 2010 el premio Pelayo de estudios jurídicos. Catedrático de Derecho y miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, Gregorio Peces Barba se licenció en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid y en Derecho Comparado por Estrasburgo. Fue uno de los siete padres de la Constitución Española, un proyecto crucial para la historia reciente española y del que sólo sobreviven ya José Pedro Pérez Llorca, Miquel Roca i Junjent y Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón.
Víctima de una insuficiencia renal y de un problema cardíaco, Peces Barba falleció ayer en Oviedo, a los 74 años de edad y no muy lejos de donde muriese su admirado Jovellanos. Una fundación que lleva su nombre perpetuará su legado, que en sus orígenes se vinculó a la defensa de demócratas encausados en consejos de guerra y frente al Tribunal de Orden Público del franquismo. Claro que esa amistad con el Jefe del Estado le llevaría, a caballo entre lo público y lo privado, a aconsejar al Príncipe Felipe sobre su matrimonio o a restarle importancia a los gastos de La Zarzuela, como en una reciente y controvertida emisión del programa de televisión Salvados.
Fundador de la revista Cuadernos para el Diálogo, junto con Joaquín Ruiz Jiménez, se unió a él en la creación del partido democristiano Izquierda Democrática, aunque en 1972, se afilió al PSOE, aún en la clandestinidad y poco antes del histórico Congreso de Suresnes. En las filas socialistas, participó activamente en el proceso de la transición, pero no le dolieron prendas a la hora de elogiar a algunos de sus adversarios políticos de la época, como a Manuel Fraga Iribarne, tan vinculado por otra parte al último periodo de la dictadura franquista: "Era un animal político puro", dijo a la muerte del fundador de Alianza Popular. Y un calificativo semejante habría que imputarle a él mismo. Fue el presidente del Congreso de Diputados durante la legislatura del cambio, entre 1982 y 1986. Fue entonces cuando decidió retirarse de la escena política para, a pesar de su soltería, asumir responsabilidades paternas tras la adopción de un hijo.
Con posterioridad, retornó a su vida académica para crear la Universidad pública Carlos III, aunque en 2004 volvió a primer plano de la actualidad cuando fue nombrado por José Luis Rodríguez Zapatero como Alto Comisario para el Apoyo a las Victimas del Terrorismo. Con las heridas del 11-M aún recientes, su papel al frente de dicha institución no satisfizo a todas las asociaciones golpeadas por la violencia supuestamente política.
Su visión del Estado se aproximaba a los planteamientos jacobinos, aunque aceptaba la descentralización administrativa y determinadas cotas de autogobierno, siempre y cuando no pusiera en cuestión la unidad entre las distintas comunidades. La suya no era la España invertebrada de Ortega y Gasset, pero se le parecía bastante. De ahí que cosechara críticas considerables por parte de distintas formaciones nacionalistas y, sobre todo, a partir de que afirmara a finales del pasado año y a raíz de la sentencia del Constitucional sobre el Estatut de Catalunya que, esta vez, no sería preciso bombardear Barcelona como en tiempos ancestrales. Su desafortunada frase se produjo durante una conferencia que pronunció con motivo del X Congreso nacional de la Abogacía celebrado en Cádiz y en cuyo transcurso aludió a la guerra de la restauración portuguesa y a la de Els Segadors, en Catalunya, que tuvieron lugar en 1646 y que se resolvieron con la independencia de Portugal: "No se cuantas veces hubo que bombardear Barcelona. Creo que esta vez se resolverá sin hacerlo". Peces Barba se refería indirectamente a la controversia sobre la reforma del Estatut catalán y, aunque se disculpó asegurando que se trataba de una broma y de un comentario jocoso, sus colegas catalanes fueron los primeros en abandonar el recinto donde pronunció tales palabras: "Los catalanes no tienen por qué ser tan susceptibles", comentó un poco más tarde de que lamentara que aquella solución histórica hubiera impedido, a la postre, los derbys futbolísticos entre el Barça y el Real Madrid.
En Cádiz, con motivo del Bicentenario de la Constitución de 1812 y durante una de sus acostumbradas comparecencias públicas junto a Alfonso Guerra, también cargaría sus tintas contra comunidades como las de Madrid y Valencia por ser desleales con sus respectivos estatutos al permitir la privatización creciente de la educación en detrimento de la enseñanza pública.
Respecto al Estatut de Catalunya, Peces Barba se había mostrado especialmente crítico desde antes de que se produjera la sentencia del Constitucional. De hecho, en un artículo publicado por El País, a 14 de septiembre de 2009, vaticinaba que el gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero, a pesar de su moderación respecto a ese asunto, iba a sufrir "el precio que se paga por una permisividad exagerada, y una dejación de responsabilidad poco justificada".
"Cuanto más se acerca la posibilidad de una sentencia del Tribunal Constitucional sobre la última reforma del Estatuto de Cataluña mayor estupor producen algunas de las reacciones que rechazan cualquier corrección, como de declaración de inconstitucionalidad o como sentencia interpretativa de preceptos que en otras interpretaciones serían inconstitucionales –planteaba entonces–. Hay algunos temas que han tenido, a mi juicio, regulaciones que desbordan el marco constitucional. A título de ejemplo podrían señalarse alguna que afecta a competencias fiscales, a la imposibilidad de acción del Defensor del Pueblo en Cataluña, o la obligación de aprender y conocer la lengua catalana a la bilateralidad Estado-comunidad autónoma".
Sin embargo, jacobino pero menos, no rechazaba el término nación en el preámbulo del Estatuto catalán: "En mi opinión –aseveraba–, es perfectamente constitucional la referencia a la nación catalana en el preámbulo del texto. En primer lugar, porque no tiene carácter normativo el preámbulo y ese precepto no obliga a nada, y en segundo lugar porque creo que Cataluña es una nación cultural, con una lengua, una cultura y una literatura distintas, en parte, de las literaturas y la cultura españolas, aunque también esa cultura española es cultura catalana para muchos de sus ciudadanos".
"Por fin –señalaba a la postre– la razón definitiva es que la única nación soberana, el hecho fundante básico de nuestro ordenamiento es la nación española. Comprendo reticencias tácticas de muchos porque parece evidente que la consolidación de Cataluña nación cultural sería el punto de partida para reivindicaciones independentistas partiendo del viejo, obsoleto y desacreditado principio de las nacionalidades de que toda nación tiene derecho a ser Estado independiente".
Frente a lo que él consideraba "la deriva independentista" y los "delirios de grandeza" del Estatut, defendió la sentencia final del Tribunal Constitucional, ya que si bien la comisión constitucional del congreso "corrigió una parte de los excesos" supuestos del Estatut, el Constitucional, al podar algunos de sus extremos, habría "acabado de arreglar con mucha prudencia y mucho sentido común". Ni que decir tiene que sus declaraciones no gustaron un ápice en Cataluña. Ni tampoco en otras comunidades.
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