Este artículo se publicó hace 17 años.
El Museo del Holocausto, un recordatorio contra la xenofobia y el racismo
El Museo del Holocausto de Jerusalén, que esta semana recibe el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia, consagra la memoria de seis millones de judíos asesinados por los nazis en una perenne lucha contra la xenofobia y el racismo.
"El mundo está en un problema. Creímos que tras la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto, el mundo había cerrado filas para preservar los valores básicos que garantizan su existencia, sobre todo el derecho sagrado a la vida", dijo a Efe el director del Museo, Avner Shalev, en vísperas de viajar a España para recibir el galardón.
Shalev citó a Darfur (Sudán) como ejemplo de que lo ocurrido con el judío puede suceder a otros pueblos del mundo.
El Museo del Holocausto, conocido en hebreo como "Yad Vashem", considera que el premio es un "reconocimiento" al trabajo de décadas, pero sobre todo un "impulso" a la memoria de la "Shoá" (Holocausto) y a la lucha contra el racismo en todo el planeta.
"El significado del Premio Príncipe de Asturias es muy grande. Expresa el reconocimiento a que el Holocausto debe ser parte de una memoria universal, parte del patrimonio internacional... porque la memoria histórica es muy importante a largo plazo", explicó Shalev.
La institución que dirige no es sólo propiedad del pueblo judío, añade, sino de "todos aquellos que cumplen la misión de educar y concienciar" sobre el Holocausto, en todas sus vertientes.
Y es que en las sobrecogedoras salas de esta institución también se describen las masacres cometidas contra homosexuales, gitanos, comunistas y las prácticas eugenésicas llevadas a cabo por los nazis contra aquellas personas consideradas como discapacitados psíquicos.
Creado en 1953 y vuelto a inaugurar en 2005 con la construcción de un nuevo edificio, el "Yad Vashem" es mucho más que un museo histórico: su verdadera misión es recobrar el pasado para modelar el futuro, aprender la Historia para que no se repita.
El nuevo edificio, en la ladera de una montaña al oeste de Jerusalén, es un prisma de cemento armado en cuyo interior un pasillo con forma triangular e iluminado por un corredor de luz cenital acoge al visitante, que debe atravesarlo en zig-zag para adentrarse en salas donde se exponen fotografías y dispositivos tecnológicos en los que se proyectan testimonios de las víctimas.
A lo largo del corredor de hormigón se exponen objetos como libros de época o el chasis retorcido y ennegrecido de un vagón de tren, que sirven de preámbulo a la entrada en cada sala.
Cerca de 90 testimonios directos de víctimas de la barbarie nazi colaboran en la "personalización" de uno de los períodos más oscuros de la historia de la humanidad.
Farolas, adoquines, raíles del tranvía, un carro para el transporte de mercancías y personas, o las mismas bocas del alcantarillado por el que escaparon algunos judíos del gueto, fueron traídos pieza por pieza.
En la sala dedicada a la "Industria de la Muerte", esto es, a los campos de exterminio, los restos de un oxidado vagón de tren constituyen el fiel testigo de las deportaciones de miles de judíos a sus crueles destinos.
La denominada "Sala de los Nombres", que culmina el recorrido por el museo, está formada por una bóveda de forma cónica decorada con fotografías y testimonios escritos de 600 víctimas.
Ahora que los sobrevivientes van acabando sus días, la concepción museística a la que se ha recurrido trata de mostrar aspectos personales de las víctimas para aproximarlas al visitante.
Cuando oímos hablar del Holocausto, "seis millones es como un número estadístico muy frío, pero cuando vemos aquí los relojes, los zapatitos de los niños y las fotos, (todo ello) te devuelve a la dimensión de que cada uno de esos seis millones fue un mundo en sí", afirma Roberto Czernisky, un emigrante de Argentina.
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