Este artículo se publicó hace 15 años.
Imagina personas que no van a leer esta novela
"¿Ah, sí? ¿Está bien?", preguntarán con el rostro de quienes se quieren interesados pero apenas eso. Quizá si se la encuentran, ya es difícil, en una mesa de novedades, lleguen a abrirla, y la hojeen. "Dos mujeres, la RDA, una forma de escribir donde los recuerdos se funden con los pensamientos. ¿Para qué leerla? Pocos más lo habrán hecho, qué partido le puedo sacar. ¿Me importa el vecindario de un edifico grande y viejo del Berlín Oriental? Ni siquiera hay espías. Cuenta, sí, la historia de una mujer que fue confidente de la Stasi, pero es, lo dice la solapa, una historia inventada, creada, supongo, por el personaje para que el lector se cuestione sus expectativas. ¿Y qué necesidad tengode ponerlas en cuestión?"
Imagina lectores que no son indiferentes a los libros, que horas antes podrían haber hablado del poder de la literatura, la pasión del idioma y el temblor cuando la carne se hace lenguaje y desafía al deseo y duele. Lectores que adoran la complejidad tanto como repudian el dogmatismo. Las grandes ideas les parecen abstractas y simplificadoras; por eso las desdeñan y eligen los amados detalles, Nabokov, ya sabes, lo particular frente a lo general, lo exacto, delicado y único frente al prejuicio, el estereotipo, lo predecible. Ellos, y ellas, no niegan, cómo podrían, que si algo caracteriza la lectura que Occidente ha hecho de la vida en la llamada Alemania Oriental, o en la Unión Soviética, es, precisamente, su falta de complejidad, su dogmatismo, la escasez del detalle en contraste con la abundancia de ideas abstractas y simplificadoras. Pero, ¿qué importa? La RDA cayó, Occidente se impuso y hay, pongamos, escritores, secretarios generales de la OTAN, consejeros delegados de empresas de comunicación, que no necesitan entender ni imaginar; ni siquiera necesitan una belleza distinta de la que ofrecen las, diremos, consignas publicitarias. Les sobra todo, incluso el derecho de negarse a elegir entreel blanco y el negro.
Burmeister describe con libertad y da cabal idea de las cosas hoy, cuando la mayoría de los narradores simplemente reproduce el molde que otros hicieron. "Subí por la escalera oscura y silenciosa, sí, y no lóbrega y desierta como pone en una de tus últimas cartas", dice la narradora. Y llama relamidos a nuestros barrios, nuestras ropas y casas. Pero no hay en Bajo el nombre de Norma ningún juego de ellos frente a nosotros sino la materia con que se hace la vida y unas reglas a veces muy distintas, a veces semejantes, para hacerla. "Jamás", leemos en su novela, "hubo tanto comienzo y ya todo parece estar perdido". Novelas como esta, novelas que no sean tibios planteamientos, comienzos huecos, novelas con nudo deseamos para ir más adentro, y más allá, de las escuetas aseveraciones, para que ya no todo parezca estar perdido.
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