A la Cuba profunda, la que cultiva caña de azúcar con machete, se llega por caminos endiablados. Los más de 300 kilómetros que separan La Habana de Cienfuegos, una ciudad de postal alimentada por la gran refinería construida en 2006 por Hugo Chávez, transcurren por un paisaje agostado por la estación seca. El campechano responsable de una tienda de bocadillos, Julio Rodríguez, un calvo patilludo de 56 años, atribuye la homogeneidad del género en venta 'a la monotonía de la vida'.
Cuando se le cuestiona si es cierto que falta suministro, se excusa diciendo que no puede decir nada, que él sólo se ocupa 'de dar de comer por dos pesos cubanos'. Julio fue combatiente en Angola contra los surafricanos, pero aunque jura amor eterno 'por la revolución' denuncia la penuria. Separado y con una hija de 15 años a su cargo, no culpa sólo a los estadounidenses de su difícil situación. 'Gano 50 pesos al mes. ¿Qué puedo hacer con eso? Nada, mi amigo, nada', clama.
Cientos de kilómetros lleva en sus largas piernas Betsy Sánchez. Cada día recorre en bicicleta 10 kilómetros para llegar a su centro de trabajo, en el pueblo de Remedios, en la provincia de Santa Clara. Betsy, 35 años y asistente social, cree que las cosas terminarán cambiando 'pero hace falta voluntad para hacerlo'.
No ha visto jamás a un estadounidense en este pueblo de ensueño -casas coloniales de dos pisos perfectamente arregladas, jardines irresistibles y música a todo volumen -pero conoce a la perfección quién es Barack Obama: 'El negro que dice que cambiará el mundo'. Y sonríe con sorna. 'Más le valdría levantar el bloqueo. Nosotros no les odiamos ni les quemamos banderas. Ellos se lo pierden', afirma mientras golpea las palmas de sus manos como desprendiéndose de un polvo ausente. El que algunos se empeñan en crear para cubrirse los ojos.
Cuba exprime el tiempo de espera a Obama. Sin prisas. Para La Habana no se ha iniciado un partido de tenis con Washington. Ni siquiera creen que lo habrá. El duelo de gestos iniciado tras las Cumbre de las Américas nunca será un intercambio de pelotazos. Es algo más complejo. Para ellos es abolir un desprecio que dura 50 años. Sin contrapartidas. Porque Cuba se mira en el espejo de Puerto Rico y se echa a llorar. No quiere caer en la misma trampa.
Por eso, la condescendencia gestual mostrada en los últimos meses por la Administración estadounidense respecto a su estéril presión hacia La Habana no ha servido para mover ni un músculo en el Gobierno de la isla. 'Nosotros no tenemos vigente ninguna sanción contra EEUU ni ponemos condiciones para hablar con ellos. Sólo exigimos respeto', declaró el jueves pasado el venerado historiador Eusebio Leal.
El mismo día, la mayor empresa inversionista de Qatar, Qatarí Diar, rubricaba en un lujoso salón del Hotel Nacional la entrada árabe en el negocio turístico de la isla: 75 millones de dólares y el compromiso de ampliar su presencia a sectores como alimentación e infraestructuras. El representante qatarí adelantó que estudian crear 80 empresas mixtas el 51% del capital cubano y el 49% qatarí para lo que han reservado un fondo de 60.000 millones de dólares.
A pesar de la envoltura de paciencia que intentan transmitir todas las instancias oficiales, basta recorrer el país para darse cuenta de que Cuba vive una especie de estado de esperanza. Algo más que el agua turquesa se mueve entre los 180 kilómetros que separan Florida de la gran antilla del Caribe. La oficina de intereses estadounidenses en La Habana ya no emite tantos mensajes alentando a la disidencia.
El monte de las banderas, la plaza con los casi 200 mástiles colocados por Fidel para impedir la visión correcta de la propaganda del American way of life, de lo buenas que están las hamburguesas en la orilla libre del océano y de lo que ganan los jugadores en las ligas de béisbol de Estados Unidos, sólo cuartea la visión de escuetas notas informativas sobre el avance o retroceso de la gripe A.
Los gestos, para los cubanos, son tan importantes como la salsa y el son. 'Se ha cambiado alguna cosa, es cierto, pero el desprecio sigue siendo el mismo', explica a Público un funcionario cubano. Hace unos días, Estados Unidos denegó el visado al cantautor Silvio Rodríguez, que acudía a la invitación cursada por el músico Pete Seeger. 'Creo que esta actitud contradice el deseo expresado por el presidente Obama de un acercamiento a Cuba. Me siento discriminado. Ojalá esto cambie de verdad algún día', señaló.
El país continúa incrementando sus ingresos procedentes del sector turístico un 2% en 2008 y las empresas mixtas ya ascienden a 230, aseguran en las herméticas instancias oficiales. Cuba avanza de espaldas a su poderoso vecino liberal.
Ulises Pérez hace una larga pausa cuando se le pregunta qué es lo que le diría a Obama sobre la relación entre Cuba y EEUU. Restaurador de casas en Habana Vieja, desde su andamio sólo otea los resentimientos de una guerra económica tan inútil como desgarradora. 'Le diría que no desespere por las presiones internas. Que si bien en este momento hay gente en su Gobierno que no se muestra totalmente proclive al razonamiento, vale la pena poner fin al bloqueo. La voluntad del pueblo cubano es crear un ambiente en el que se pueda razonar'.
En ello no difiere del análisis de la Organización de Estados Américanos, que ha dado la espalda a un castigo heredado de la guerra fría e insiste en que si EEUU no pone fin al embargo, la normalidad política no llegará nunca a Latinoamérica.
Ulises, cerveza en mano, viste camisa y pantalón azul, zapatos negros y un sombrero guajiro cuarteado que a duras penas le protege del ardiente sol del mediodía. No quiere alimentar el rencor, pero proclama sin ambages: '¿Cuántos estadounidenses murieron en Vietnam? Miles, pero desde 1995 tienen relaciones plenas con los vietnamitas. Aquí no ha muerto ni un solo americano en 50 años subraya pero se resisten a reconocernos'.
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