Se cumple un año de aquella epifanía en blanco que paralizó gran parte de la península y que alguien tuvo a bien bautizar como Filomena, nombre añejo que evoca a panadera decimonónica. Un manto níveo, que lució algodonoso tras la tormenta y que, una semana después, pasó a convertirse en un triste granizado de mugre.

La borrasca dejó el 8 y el 9 de enero una nevada "histórica", conductores atrapados, aeropuertos no operativos y colegios cerrados. Cientos de miles de árboles no sobrevivieron al temporal y otros tantos quedaron maltrechos. El escenario, pese a su innegable belleza, generó importantes pérdidas. 

La pasada semana supimos que las ayudas por la insólita borrasca no empezarán a llegar hasta el primer trimestre de 2022, es decir, un año después de que tuviera lugar el temporal que dejó a media España paralizada, miles de carreteras bloqueadas y cuatro fallecidos (una pareja en Málaga, un hombre en Madrid y otro en Zaragoza).

Todo esto sucedió en plena tercera ola de la pandemia, cuando las Urgencias de los hospitales estaban sobrecargadas por la covid-19 y se llenaron aún más por las caídas. El acceso a hospitales fue un gran problema, que se mitigó en parte gracias a los ciudadanos voluntarios que pusieron sus 4x4 para médicos y enfermos.

Después de la nevada, llegó la reparación de daños. El Gobierno declaró los territorios afectados por la nieve como "zonas catastróficas" y se calcularon pérdidas de cientos de millones de euros. Entre todos los territorios, Madrid fue el más afectado con pérdidas de 279 millones de euros y una recuperación que no es la que se esperaba, como el caso de los 700.000 árboles dañados de los cuales la Comunidad solo prometió replantar 100.000 ejemplares.