Este artículo se publicó hace 13 años.
La bolsa o la vida
Acuerdos como el cerrado entre los herederos del fotógrafo Xavier Miserachs y los responsables del MACBA es ejemplo de que ha primado la generosidad
La conservación del patrimonio es una cuestión de generosidad, de la misma forma que la universalidad de una obra de arte supera a sus gestores y a su creador. Nada, ni las herencias ni las colecciones, ni los presupuestos ni las ambiciones, ni el mercado ni las instituciones, someterá a la experiencia artística. Hay que asumir que a la obra de arte no se le puede recortar el vuelo, ni encerrar en verdes campas segadas. La generosidad favorece la comunión pública de la creación. Y habría que ser un necio para creer que se puede apartar al arte de su finalidad y abandonarla al olvido.
Desde que la sangría económica apartó a la cultura de las prioridades de la gestión de nuestros gobernantes, el rescate del patrimonio artístico se debate entre la conservación y el provecho. La bolsa o la vida. Y la obra observa ahí, impertérrita, firme en su testimonio, sorprendida en su silencio, cómo pierde el sueño de darle la vuelta como un guante al ánimo del que la mira. Pero qué son esas manifestaciones de la esencia de las ilusiones de un ser humano frente a una sociedad en la que todo es canjeable y corruptible, en la que todo tiene un precio y todo se puede pervertir. Han convertido el arte en un cheque en blanco, en un motivo de presión política para exprimirle la última gota de euro a unas cuentas públicas sofocadas.
Han convertido el arte en motivo de presión política
La creación, en 2003, del Museo Jorge Oteiza, gracias a la donación de toda su obra a la Comunidad Foral de Navarra, la reciente salvación de los fondos del pintor José Guerrero con una Fundación o acuerdos como el cerrado entre los herederos del fotógrafo Xavier Miserachs y los responsables del MACBA, son ejemplos en los que ha primado la generosidad y la conservación por encima de los intereses económicos. Los herederos demostraron que nadie es capaz de encerrar en la caja de un banco el preciado tesoro, a la espera de rematar el negocio en escenarios al margen de la mirada pública del ciudadano.
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