Este artículo se publicó hace 5 años.
MigraciónLa niña que huyó de una boda en Guinea Bissau y ahora es enfermera contra la ablación genital
Cadidjato Baldé salió de Guinea Bissau a los 11 años para no seguir los pasos de su hermana casada, siendo aún menor de edad, con el imán principal de la región. La trajo a España para estudiar un médico cooperante y ahora, titulada ya en enfermería, colabora con un proyecto de investigación de la Universidad de Alicante para luchar contra la ablación genital femenina.
Sevilla-
Quienes dejan su país, su casa, su gente, tienen razones poderosas, la mayoría dolorosas, para hacerlo y pasar, de ese modo, a ser denominados en España, en Europa, con una palabra cargada de prejuicios: inmigrantes. Cadidjato Baldé tenía una muy clara cuando salió de Guinea Bissau al cumplir los 11 años: no quería seguir los pasos de su hermana mayor, a la que, con sólo 17, obligaron a casarse con un hombre más viejo que su padre, pero muy respetado como imán principal de la región de Gabú, al este de un país donde esa práctica, como en otros muchos de África, suele ser muy común.
Cady, burló ese terrible destino gracias a la obstinación de su madre y a la colaboración de un médico sevillano
Cadidjato, a quien en Sevilla, donde ahora vive y se ha hecho enfermera titulada, llaman Cady, burló ese terrible destino gracias a la obstinación de su madre, que quería para ella un futuro mejor, y a la colaboración de un médico sevillano que descubrió trabajando como cooperante en el pueblo de la familia Baldé las aptitudes de la pequeña, a quien le encantaba ayudarlo en sus tareas sanitarias. El médico, con la connivencia de la familia, se la trajo a España a estudiar y Cady puso tierra de por medio con unas estadísticas dantescas.
Dicen esas estadísticas, un informe de Unicef por ejemplo, que el matrimonio de niñas, de menores, es más frecuente en África, con datos que en el caso de países como Níger revelan que un 77% de las mujeres de 20 a 24 años se casaron cuando tenían menos de 18. “El matrimonio infantil es la forma más generalizada de abuso sexual y explotación de niñas en el mundo”, advierte Unicef, que estima que unas 14 millones de adolescentes dan a luz cada año en nuestro planeta.
“El matrimonio infantil es la forma más generalizada de abuso sexual y explotación de niñas en el mundo”, advierte Unicef
En Guinea Bissau el matrimonio de menores es muy habitual, según Cadidjato Baldé. Su hermana Nenegale se escapó al vecino Senegal para evitar la boda con el imán, pero la familia acabó encontrándola y llevándola de nuevo a casa. Luego, desesperada, estuvo a punto de suicidarse y finalmente no le quedó más remedio que claudicar ante la autoridad de su padre, quien veía en ese matrimonio “con una persona respetada”, una oportunidad para la prosperidad de la familia. Ahora tiene cuatro hijos y comparte la casa con otras dos mujeres del guía espiritual musulmán, poligamia que Cady ya había vivido en su casa, donde su padre convivía con varias esposas que le dieron 21 hijos.
Ésa es la misma senda que han seguido todas las amigas de Cady en Paunca, un pueblo muy pobre de menos de 700 habitantes que sobrevive del cultivo del arroz, el anacardo y los mangos. Todas dejaron de estudiar muy jóvenes, se casaron y a los veintipocos años ya son madres de varios niños. “Es una cuestión de cultura, es algo muy normalizado allí, pero yo prefería cualquier cosa a seguir el mismo camino”, explica ella.
Con esa determinación, de ella y de su madre, y la inestimable colaboración del médico cooperante español, Cadidjato Baldé pudo huir de una “cultura” que no deja ninguna esperanza de progreso a las niñas. Sólo los niños tienen alguna posibilidad, aunque sean también muy escasas, de seguir estudiando en la capital cuando terminan la etapa escolar en escuelas paupérrimas como la de Paunca, donde el maestro aparecía de vez en cuando. Las niñas, después de los 14 años, se quedan trabajando en casa, ayudando en las labores del campo y casándose, siempre casándose.
Las niñas, después de los 14 años, se quedan trabajando en casa, ayudando en las labores del campo y casándose
Evidentemente, a que se produzca cualquier cambio a mejor no ayuda nada la extrema pobreza de Guinea Bissau, que se sitúa en la cola del Índice de Indicadores de Desarrollo Humano de 2018, que elabora la ONU, con el puesto 177 de 189 países valorados. No en vano, el 67% de sus 1,8 millones de habitantes vive con menos de 1,68 euros al día, su PIB per cápita es de 794 euros –el de España asciende a 28.359-, su esperanza de vida no llega a los 58 años –aquí es de 82-, y el promedio esperado de tiempo de escolarización de sus niños y niñas es de tan sólo tres años.
De esas cifras demoledoras también escapó Cadidjato Baldé y encontró en España un futuro que nunca podría ni haber imaginado en su país. Cuando llegó a Sevilla sólo sabía hablar fula, lengua del África Occidental. Ni siquiera hablaba portugués, idioma oficial de Guinea Bissau. Tenía solo 11 años, había cambiado su pequeño pueblo de casas de adobe y chapa sin agua corriente por una ciudad de más de 700.000 habitantes en Europa y había dejado a su familia a miles de kilómetros de distancia para venirse a vivir con un médico de quien al principio, desconfiada por todo lo que había vivido, llegó a temer que la hubiera traído también para casarla, o algo peor, y al que ahora llama su “padre español”.
Contra la ablación genital femenina
Al principio, le costó mucho. En el instituto suspendió todas las asignaturas, menos educación física, del primer curso. Luego, fue mejorando poco a poco y terminó obteniendo la titulación de Enfermería en la Universidad de Sevilla. Ha trabajado ya en un hospital y en una residencia, y ahora, a sus 28 años, está embarcada en un proyecto de investigación de la Universidad de Alicante que dirige el catedrático José Siles sobre mutilación genital femenina para la sensibilización de los profesionales sanitarios.
Cady colabora en la formación del personal sanitario para acercarse a la realidad de una práctica violenta que sufren muchas niñas
Cadidjato Baldé colabora en la formación del personal sanitario para acercarse a la realidad de una práctica violenta que, desgraciadamente, conoce muy bien de su país, donde la sufren muchas niñas. Su objetivo es llegar a hacer un doctorado sobre el tema y después llevar todo el conocimiento adquirido a Guinea Bissau para intentar acabar con una lacra que causa enormes daños físicos y psicológicos a quienes la sufren y que sigue existiendo, a pesar de estar prohibida por la OMS, a causa de la “falta de formación, de información”, dice.
Desde que abandonó Guinea Bissau a los 11 años, Cady ha vuelto a su país en cuatro ocasiones, la última el pasado verano, cuando le organizaron una fiesta en el pueblo para celebrar su título universitario, el primero que consigue un vecino de Paunca. Sin embargo, la alegría de volver a encontrarse con los suyos se mezcla con el dolor de comprobar las pésimas condiciones en las que siguen viviendo sus compatriotas, a años luz de las que ahora disfruta ella en Europa. “Es impresionante –explica- cómo vive la gente allí, la pobreza, el aspecto por la mala nutrición, todo. Y entonces valoras mucho lo que tienes aquí, pero te da mucha pena”.
Especialmente dolorosa fue la experiencia de esta enfermera durante las semanas que estuvo trabajando de cooperante en el principal hospital público de Bissau, la capital del estado. Allí pudo comprobar la tremenda falta de medios con la que se trabaja en la sanidad de su país, que adolece de una extraordinaria falta de medidas higiénicas que puede ser fatal para los enfermos, con escasa formación entre el personal que los atiende y unas tarifas por el uso de una cama o el pago de los medicamentos que dejan sin asistencia a quienes no pueden pagarlo. “Lo pasé muy mal viendo cómo estaba todo”, recuerda.
Cady sólo piensa que es una “privilegiada”, gracias a la ayuda de su padre español, el médico cooperante
Unos 15 años después de su llegada a España, comparando lo que tenía cuando vivía en Paunca y recorría seis kilómetros para llevar agua y comida a su madre en el campo, y lo que tiene ahora en una capital del sur del Europa, Cadidjato Baldé sólo piensa que es una “privilegiada”, gracias a la ayuda de su “padre español”, el médico cooperante al que tanto agradece lo que ha hecho por ella. “Si hubiera seguido allí, sólo de imaginármelo me dan ganas de llorar. Lo que he dejado atrás y la realidad que tengo hoy. Creo que soy muy afortunada y mi sueño es poder trabajar aquí de enfermera y poder ir allí de cooperante para llevarles todo lo que he aprendido”, concluye.
De momento, Cady colabora con el proyecto Laovo Cande que gestiona la Asociación de la Prensa de Sevilla-Periodistas Solidarios, con el que se han puesto en marcha en Guinea Bissau dos escuelas para un centenar de niños y niñas, un aula de alfabetización de adultos, un centro de salud, una granja avícola, una cooperativa de campesinas y la emisora Radio Mujer.
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