a coruña
Actualizado:El derecho está compuesto de normas que se expresan con palabras, así que la justicia, muchas veces, depende del lenguaje y de los términos que le dan forma. Sin palabras que describan detalladamente cómo y cuándo un acusado pudo haber cometido un delito, no hay herramienta probatoria que permita afirmar que lo hizo sin género alguno de duda.
Los dos menores implicados en el asesinato de Samuel Luiz que reconocieron su participación en los hechos hace dos años, aseguran que ya no recuerdan prácticamente nada de la paliza que acabó con su vida. Y que no pueden describir con palabras, por tanto, el papel que desempeñaron sus otros cinco amigos, con quienes compartieron parranda nocturna —bebieron Whisky con Red Bull, de eso sí se acuerdan— en la madrugada del 3 de julio de 2021 en el pub Andén de la playa de Riazor, poco antes de que Samuel muriera apaleado.
Así lo declararon este jueves por videoconferencia en la Audiencia Provincial de A Coruña, conectados a la sala de vistas desde los centros de menores en donde se encuentran recluidos. A cambo de admitir su autoría, ambos habían apalabrado con la Fiscalía de Menores en 2022 un internamiento de tres años y medio, del que ya habían cumplido varios meses en reclusión provisional. El resto de sus amigos, que sí eran adultos cuando sucedieron los hechos, se exponen a penas de prisión de entre 22 y 27 años. Ellos, en cambio, saldrán en libertad en enero.
Contestaron con evasivas
Los dos chicos contestaron con evasivas, casi siempre rápidas y secas, a las preguntas de la fiscal y a las acusaciones popular y particular. Algunas tan certeras y exactas que resulta difícil presumirlas espontáneas. Varias de las defensas incluso renunciaron a interrogarlos, incluida la de Diego Montaña, el principal encausado, y quien por vez primera en lo que va de vista obtuvo cierto alivio en el silencio de sus amigos, que el día de los hechos tenían 16 y 17 años. A Diego le benefició más de lo que lo hubiera hecho cualquier respuesta a una pregunta de parte.
Como resultado, el jurado apenas pudo extraer de sus declaraciones una narrativa mínimamente concordante sobre las sucesivas agresiones en masa que recibió Samuel y que le causaron la muerte mientras le proferían insultos homófobos. "No lo sé", "no lo recuerdo", "no lo ví", "no lo oí", "no podría decirle"...
Los dos jóvenes pueden permitirse la desmemoria porque, tal y como advirtió la jueza antes de su interrogatorio, aunque comparecían como testigos ya habían sido juzgados por esos hechos, y podían negarse a responder cualquier pregunta cuya respuesta pudiera incriminarles. También advirtió a los letrados de las defensas que no iba a permitir ninguna cuestión que se refiriera a su propia participación, y no a la de sus amigos adultos.
De hecho, tuvo que parar de nuevo al abogado de Alejandro Freire, Yumba, quien intentó que uno de ellos admitiera que a la salida del pub, y durante la primera paliza a Samuel, se le cayó al suelo una botella, que otros testigos aseguran impactó contra la víctima empuñada por uno de sus agresores.
Jugarretas dialécticas
Para defender a sus clientes durante las testificales de la vista oral, a los abogados como el de Freire no les queda otra cosa que la palabra. El lenguaje, o sea, que a veces vuelven goma flexible en jugarretas dialécticas que la jueza casi siempre detecta y frena. "Dice que no lo recuerda si lo vio, pero si lo hubiera visto, lo recordaría, ¿verdad?", pregunta el abogado de Catherine Silva a uno de los menores. "Letrado, sabe que no puede condicionar su repuesta. Testigo, no conteste", reprende la magistrada.
Pero el abogado ya lo hecho. Y es difícil calibrar hasta qué punto es posible borrar esas palabras improcedentes de la mente de los miembros del jurado. Las defensas lo saben. Y da la impresión de que muchas de sus cuestiones no pretenden tanto interpelar a los testigos como ir sembrando lentamente argumentos frente en el tribunal, aun a costa de que la jueza los aperciba, esperando que sea su relato el que luego florezca en el veredicto.
Acompañado del silencio de los dos menores, eso benefició especialmente a Catherine y a las defensas de Alejandro Míguez y de Kaio Amaral Silva. Los únicos momentos en que los que dijeron recordar algo fue para situarlos en acciones y lugares que convenían a sus respectivas versiones. Claro que si todas fueran ciertas, ninguno de ellos tendría que estar en el banquillo, ni sus amigos testificando por videoconferencia desde un centro de internamiento. Porque entonces Samuel estaría vivo.
Quizá fue inconsciente, pero los dos chicos también retorcieron el lenguaje a su manera en esa dirección y calificaron como "tumulto", "pelea" y "barullo" lo que en realidad fue un sanguinario linchamiento, un ataque feroz, cobarde y desalmado contra un inocente desvalido.
Tres testigos que se cruzaron con los acusados
Los otros tres testigos que comparecieron en la vista del jueves no vieron esos hechos ni pudieron identificar a cada uno de sus presuntos autores, pero no se les llamó por eso sino porque se cruzaron minutos después con parte de la pandilla mientras ésta se dirigía a un parque a una media hora andando de donde habían dejado a Samuel agonizando.
Primero vieron discutir a Catherine y a Diego, ambos exaltados y a gritos. Decidieron seguirlos porque él estaba manchado de sangre y pensaron que la estaba agrediendo. Incluso se dirigieron a ella y le preguntaron si necesitaba ayuda.
Luego los siguieron hasta el parque, donde vieron que llegaba más gente. Catherine y Diego seguían discutiendo, y, según narraron la escucharon decir algo así como "¡Pero cómo le habéis dejado!" o "¡Pero cómo le has dejado!", refiriéndose al estado de Samuel.
La diferencia es relevante porque si la palabra que define al sujeto de esa frase se expresa en plural, eso significaría que Catherine no estaría delatando sólo a Diego, sino también al resto de los acusados. Los testigos no pudieron asegurar cuál fue exactamente el número gramatical que empleó. Lo que sí escucharon dos de ellos fueron más insultos homófobos: "¡Se lo merecía, era un puto maricón de mierda!", "¿quién le mandaba meterse a es maricón de mierda?".
Otra vez el lenguaje como herramienta de y para la justicia. Porque si el jurado considera probado que los acusados pronunciaron esas frases y otras similares, y ya son varios los testigos que lo han afirmado, se deducirá que a Samuel lo mataron por la condición sexual que le atribuyeron. Sin conocerlo de nada, sin que les provocara, sin piedad. Sin mediar palabra.
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