Entrevista a José Antonio Luengo, psicólogo"El dolor es un problema que no hemos conseguido configurar como un reto social"
María Martínez Collado
Madrid--Actualizado a
José Antonio Luengo, experto en Psicología Educativa y catedrático de Enseñanza Secundaria, es decano del Colegio Oficial de la Psicología de Madrid y miembro de la Unidad de Convivencia de la Comunidad de Madrid. Ha escrito decenas de ensayos y publicaciones científicas, además de un cuento, El jardín de los abrazos, cuyo breve relato nos habla del acoso escolar. Recientemente, ha publicado El dolor adolescente, una obra que defiende la necesidad de emprender cambios en el sistema educativo y en la Atención Primaria para que el acompañamiento y la atención psicológica sea accesible, pues "la salud mental nos la jugamos en el día a día". En una conversación con Público, Luengo nos habla de su último libro, donde ahonda en el dolor, el sufrimiento y la desesperanza, partiendo de la infancia y la adolescencia. También aborda temas como la falta de tiempo en las relaciones, el deterioro de los vínculos estables y lo paradójico que resulta sentirse solo en un mundo hiperconectado.
¿Qué le llevó a escribir 'El dolor adolescente'?
Hablamos mucho de salud mental, sobre todo a raíz de la pandemia. Uno de los efectos positivos de esto tiene que ver con que comunicamos con más naturalidad lo que sentimos, lo que pensamos, lo que nos inquieta o lo que nos desasosiega. Y me parecía necesario traer a la reflexión, fundamentalmente de madres, padres y educadores, lo que yo he podido aprender a lo largo de más de 20 años trabajando en estos contenidos. Como profesional, he vivido y me han contado muchas historias que hacen referencia, precisamente, a cómo sufren nuestros niños, niñas y adolescentes sin que demos la suficiente dimensión social a los componentes que encierra este dolor. Me parecía necesario explicar que todo esto que vemos ahora, este daño del que solo somos capaces de ver la punta del iceberg cuando leemos en los medios de comunicación el número de suicidios, era algo que ya se veía venir.
En concreto, la infancia y la adolescencia son etapas muy vulnerables, sobre todo en los momentos que vivimos, donde parece que como sociedad huimos hacia adelante embarcados en esa idea de conseguir más, más y más, sin darnos cuenta de que dejamos a mucha gente en las cunetas. Entre esas muchas personas están los de siempre, los más frágiles, que son las personas mayores, las personas con algún tipo de discapacidad, los adolescentes... Cuando me puse a redactar el libro, quería explicar esta realidad para poder entender de dónde partimos y qué herramientas tenemos, o cuáles podemos aprender, para poder tomar buenas decisiones que nos conduzcan a que todo el mundo pueda vivir mejor. Luego, si me permites una cosa más de corazón, quien terminó de convencerme fue la madre de un chico que se había quitado la vida y que me escribió una carta donde pedía expresamente que hablara de esto.
¿Considera que se han incrementado los problemas de salud mental en los últimos años o ese aparente aumento responde más bien a una mayor visibilización?
Se están haciendo investigaciones que dicen que se han disparado los trastornos de ansiedad y depresivos, pero la respuesta más adecuada en este sentido es que a ciencia cierta no tenemos el dato de si es una subida real de casos o efectivamente hay un aumento en la visibilidad. Tener una referencia exacta de si es la primera de las argumentaciones o la segunda es complejo de definir. Probablemente sea una combinación de ambas. Ahora mismo se considera que entre un siete y un 15% de los adolescentes tiene algún tipo de trastorno psicológico. Si bien estas cifras abren una horquilla que es excesivamente amplia.
En cualquier caso, es una evidencia que hay algunos trastornos concretos, relacionados con la vida cotidiana, con cómo vivimos y cómo interpretamos, que tienen que ver con ansiedad, con sintomatología ansiosa o depresiva que se han incrementado. Esto no sólo es que se pide más ayuda. La gente dice: "Yo antes no estaba mal y ahora lo estoy". Por lo que hay indicios que nos hacen ver que el malestar psicológico, sin llegar a hablar de enfermedad, se ha hecho fuerte. Ha llegado para quedarse.
Ha habido un tsunami de muchas defensas psicológicas de la gente normal que vivía su día día sin mayor problema, pero ahora aparece con más frecuencia que antes esa sensación de dolor, de cierta angustia. En este sentido, probablemente las poblaciones más vulnerables psicológicamente se han hecho más vulnerables todavía y, al mismo tiempo, esta franja de población se ha hecho más grande, es decir, que cuantitativamente han crecido.
En su libro hace alusión a las nuevas tecnologías como un foco fundamental para entender el malestar psicológico en la actualidad. ¿De qué manera nos influyen?
Cuando se hacen valoraciones generales del momento vital en el que nos encontramos, tanto personalmente como referidas a colectivos, se generaliza. Y al generalizar, siempre se cometen errores. Pero lo que está claro es que hay indicadores que deben hacernos pensar que lo que nos pasa está relacionado con cosas, con situaciones, con hechos, con modelos de vida que han aparecido ahora.
El cambio no aparece porque sí, se produce porque las condiciones de vida cambian y por lo tanto cambiamos psicológicamente. Si hace 40 años las familias tenían hasta ocho miembros y ahora tienen dos o uno, es evidente que eso modificará mucho la experiencia de crecimiento personal. Antes los hermanos mayores educaban a los pequeños y esto marcaba una manera de educarse, de estar, de aprender, de sentir, que es diferente a la que pueden vivir chicos adolescentes que son hijos únicos. Los jóvenes pasan mucho tiempo en una habitación aislados donde tienen de todo y, a su vez, están interconectados con el mundo. La calle ha dejado de ser, de alguna manera, el espacio de socialización donde aprenden a relacionarse. Hoy en día, diría que los procesos de transferencia de información prácticamente nublan la comunicación. Es verdad que estamos hiperconectados, pero la comunicación ha quedado rasgada. Tenemos menos habilidades para comunicarnos como el ser humano se ha comunicado siempre, que es con la palabra, con la mirada, con el gesto.
Así, la inversión en el mundo de las tecnologías y de los contenidos informáticos afectan a la infancia y a la adolescencia de manera directa. Esto es así, con más razón aún, porque, en primer lugar, el tiempo de uso normalmente esta desproporcionado. Es decir, claro que tienen que usar las tecnologías para mil cosas, incluso para divertirse o estar con sus amigos. Lo que pasa es que está desequilibrado en relación al tiempo que dedican a otras actividades como puede ser hacer deporte, ver la tele con sus padres, estar en el salón o, sencillamente, escuchar. En segundo lugar, aunque los contenidos a los que acceden son en su mayoría normales, aquellos que son nocivos, son muy nocivos. Algunas veces, se exponen a un mundo que no pueden comprender todavía y que muestra una realidad, diríamos, hiper-representada. Lo vemos con el acceso a la pornografía, pero también lo padecimos en su momento con las páginas proanorexia y probulimia.
Todo lo que tiene que ver con la no educación afectivo-sexual tiene efectos, tiene un impacto, consecuencias sobrevenidas en el modo en que nos relacionamos cuando somos adultos. Para más inri, todas estas experiencias acostumbran a vivirse en soledad, sin posibilidad de supervisión, de consideración o de contrapeso. Esto hay a muchos chicos a los que no les genera impacto, pero hay otros a los que claramente sí. El papel de la sociedad de la información en el mundo, en general, es muy relevante.
Como comentaba, los últimos datos sobre suicidios son alarmantes. De media, 11 personas se quitan la vida cada día en nuestro país. ¿Cree que estamos fracasando como sociedad a la hora de ofrecer ayuda y alternativas para evitar que esto ocurra?
Probablemente la palabra fracaso la podamos usar. Pero me parece más oportuno decir que el dolor es un problema que no hemos conseguido configurar como un reto social. El que las personas se quiten la vida nos afecta tanto como sociedad que tendemos a esconderlo y ocultarlo porque nos avergüenza. No hemos sido capaces de mirarlo de cara y afrontarlo para pensar cómo lo podemos solucionar.
Por ejemplo, algunos problemas como las muertes en carreteras sí que se han mirado de frente: se configuró como un reto, se consideró que había que abordarlo y se han salvado muchas vidas. Sin embargo, con la conducta suicida seguimos manteniendo en cierto modo el ocultamiento, el tabú. Por lo tanto, ¿hemos estado a la altura en las políticas para prevenir el suicidio? Evidentemente no. Pero hay una mirada, una luz al final de este túnel que estamos viendo ya, y es que tenemos suficientes argumentos y ejemplos de cómo planes adecuados de prevención de la conducta suicida en diferentes países han dado resultados. Hay soluciones, lo que tenemos que hacer es caminar hacia ellas. Creo que, aunque todas las comunidades autónomas tienen un plan de prevención, es imprescindible que desde el Estado se organice un plan nacional.
¿Piensa que se habla poco del suicidio?
Hablar de suicidio no consiste en sacar en los medios de comunicación cada chico o persona que se quita la vida, explicando el método que ha usado para hacerlo, la edad que tenía y los porqué. Lo dice la Organización Mundial de la Salud y lo dice el Ministerio de Sanidad. Hablar de suicidio significa profundizar en los escenarios de prevención, esto es, desestigmatizar los problemas psicológicos, aprender cómo ayudar y cómo pedir ayuda, formar a los profesionales que tienen contacto directo con personas vulnerables o implementar en los centros educativos programas de aprendizaje emocional. Cuando nos limitamos a dar una batería de datos, sólo se consigue generar un estado de aturdimiento en quien te está escuchando.
Prevenir es hablar de la tristeza, de la desesperanza y de lo que esto supone. Hablemos del suicidio cuando no ha muerto alguien para contar las vidas que se salvan con los planes de prevención. De eso se trata. Yo creo que no estamos hablando adecuadamente del tema, como encomiendan las organizaciones internacionales especialistas en la materia. En esta línea, conviene tener muy presente una frase que suele decir una amiga mía: "El silencio mata, pero el ruido también".
Una de las características de la sociedad actual con la que se muestra más crítico en su libro es el individualismo. ¿En qué medida nos condiciona a la hora de afrontar el sufrimiento?
Los sistemas y mandatos sociales son dispositivos que parece que no existen, pero están ahí permanentemente como centros de orden. Y estos se defienden de las críticas al modelo que representan buscando un chivo expiatorio. En el tema de la salud mental el chivo expiatorio ha sido siempre la enfermedad mental: decir "el problema lo tiene el enfermo". Como lo tiene él, el individuo, le voy a medicar y se acabó el debate. Porque en el momento en que entramos a debatir por qué aparece la enfermedad, por qué surge, no interesa. Claro que hay algunos trastornos que tienen un componente genético y el entorno en el que viven no es tan determinante, pero existe una gran parte de los trastornos de la conducta que crecen fundamentalmente en función de las experiencias adversas que has vivido y tus condiciones, por ejemplo, socioeconómicas.
Con esto quiero decir que es más probable que chicos que han pasado el confinamiento en una casa de 50 metros cuadrados con habitaciones compartidas, conviviendo con el maltrato o con el hambre acaben con algún síntoma ansioso. Lo que tenemos que intentar es ver dónde se origina el problema para atajarlo. Pero eso al sistema le produce picor porque supone mucho dinero, mucha inversión, e incluso mover los cimientos de la sociedad. Si miráramos las tasas de pobreza que tenemos en nuestro país y viéramos la relación con determinados tipos de problemas de salud mental, probablemente nos asustaríamos. Y esto no es una cosa de ahora, sino que ha ocurrido siempre.
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