Este artículo se publicó hace 8 años.
Cómo integrar a los inmigrantes a través de la historia de tu barrio
La dinamizadora vecinal Marcela Manubens implica a jóvenes y mayores del distrito madrileño de Tetuán en un proyecto para limar las diferencias entre generaciones y culturas que incluye un taller de teatro comunitario cuyas obras visibilizan la realidad
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Tetuán de las Victorias, tres inmigraciones en un solo barrio. Su nombre, precisamente, alude al triunfo en la Guerra de África del ejército español, cuyas tropas acamparon a su regreso en la Dehesa de Amaniel y acá se fueron quedando. Aunque 1860 queda lejos, un siglo después de su gestación el distrito madrileño vuelve a acoger a nuevos moradores, en este caso gente de provincias que viene a buscarse la vida a la capital. Hoy, Tetuán es la tierra de los hijos del último boom económico, extranjeros que dejaron atrás sus países para recalar entre Cuatro Caminos y Plaza de Castilla, separados de la City por la kilométrica frontera de Bravo Murillo. A la izquierda, casas bajas y humildes. A la derecha, el Madrid financiero, con sus Torres KIO y el estadio Santiago Bernabéu.
En el distrito, formado por seis barrios, viven 155.684 personas, una quinta parte extranjeros, según datos del Ayuntamiento. La Asociación Vecinal Solidaridad Cuatro Caminos-Tetuán trabaja principalmente con los vecinos del sur, donde el barrio de Bellas Vistas alberga a 29.074 habitantes, un cuarto de ellos llegados de otras latitudes. Pese a que hay filipinos, marroquíes, chinos, rumanos e italianos, uno de cada dos inmigrantes procede de América Latina, de ahí la denominación popular que recibe: el Pequeño Caribe. Currantes que están pagando los platos rotos de la crisis. La construcción ha dejado en la estacada a los hombres, mientras que muchas mujeres sacan a sus familias adelante con sus trabajos en la hostelería, la limpieza, el cuidado de niños y mayores...
Es un territorio bullicioso, aunque hasta su llegada sufría los achaques propios de la edad. La población había envejecido y el paso de los años, deteriorado las viviendas de este barrio alimentado por gente trabajadora. Como ellos, los nuevos tetuaneros. “Los extranjeros le han dado un vuelco al distrito”, asegura Marcela Manubens, encargada de engrasar un proceso de transformación que viene de lejos y no tiene fin. Siempre llega alguien de fuera, que pasa a nutrir una experiencia enriquecedora que, al tiempo, acarrea ciertos inconvenientes. Nada que no suceda en cualquier otro enclave obrero porque, como recuerda Manubens, “todos los vecinos vienen de un lugar anterior y aterrizaron en Tetuán”. Emigración forzosa, llámese Andalucía o República Dominicana. “Las historias se repiten. La emigración es eso”.
Ejerce como dinamizadora vecinal desde hace diez años. Su labor consiste en favorecer la integración y la convivencia entre los habitantes. No importa el color de su piel, a quién recen, ni de dónde vengan. Para lograrlo, pone el foco en la prevención de situaciones que dificultan el trato diario y en la sensibilización de la ciudadanía. Usa la cultura como herramienta y se vale de los viejos del lugar para establecer puentes con los jóvenes foráneos. Es un decir, porque muchos ya han nacido aquí y cuando le preguntan de dónde son la respuesta es simple: de Madrid. “Somos nosotros quienes los categorizamos. Algunos nunca han pisado la tierra de sus padres, por lo que obviamente son españoles”, explica Marcela, decidida a fomentar la interculturalidad a través del proyecto Historia e historias de Tetuán, impulsado por la expresidenta de la asociación Carmen Míguez. O sea, el barrio contado por sus vecinos.
La memoria es frágil. A veces, idealiza el pasado. Por eso pidió a los mayores que recordasen cómo era el barrio antaño. En el fondo, les estaba preguntando quiénes fueron ellos. “No se acuerdan de que sus vidas han sido iguales que las de los extranjeros. Hay que procurar que se sientan identificados, porque gracias a la reflexión empatizan con el otro”, afirma la responsable del Servicio de Dinamización Vecinal Barrio de Bellas Vistas, que presta sus servicios gracias a un convenio entre el Ayuntamiento y la Federación Regional de Asociaciones Vecinales de Madrid (FRAVM).
“Los veteranos tienen que sentir que la inmigración no es una invasión sino que también produce beneficios. Deben desechar el etnocentrismo y verla como una posibilidad, no como un problema, porque la aportación de otras culturas nos hace mejores personas”, piensa la dinamizadora chilena, que atiende el distrito junto a sus colegas Isis Zappala y Lara Columba, enroladas en Radio Almenara y en la Asociación Vecinal Ventilla-Almenara.
La crisis, según ella, ha forzado que hayan empezado a verlos como iguales. “Cuando un español está en situación de necesidad y tiene que recurrir a un banco de alimentos, se pone en la piel del otro”. Sin embargo, también ha traído a otros vecinos: en agosto de 2014, los ultras del Hogar Social Ramiro de Ledesma ocuparon un edificio y comenzaron a repartir comida sólo a españoles. “Aunque intentaron desestabilizarlo, la reacción del barrio fue sorprendente, porque la gente está a favor de los inmigrantes”. Tras ser desalojado, el colectivo de extrema derecha volvió este mes a la plaza del Canal de Isabel II para protestar “contra las bandas latinas”, pero se encontró con la resistencia de los antifascistas del centro social La Enredadera.
“Con datos objetivos, desmontas el discurso xenófobo”, cree Manubens. “Como les ha explicado un médico a los vecinos, los centros de salud no están colapsados por culpa de los extranjeros. Los pacientes suelen ser españoles de cierta edad, porque quienes vienen de fuera son personas jóvenes y están sanas”, explica mientras deja atrás la sede de la Asociación Vecinal Solidaridad Cuatro Caminos-Tetuán, un pequeño local situado al norte del distrito que comparte con la dinamizadora de empleo, Delia Medina. Mientras radiografía las calles con sus pasos, Marcela reflexiona cómo le ha ayudado en su trabajo su propio itinerario vital: exiliada chilena, llegó a Madrid hace treinta años, donde siempre ha trabajado como formadora, orientadora y mediadora intercultural. Aquí también pudo terminar la carrera de Trabajo Social, que había dejado a medias porque se vio obligada a abandonar Santiago de Chile para huir de la represión. En su despacho, cuelga un retrato de Allende sobre fondo rojo.
En la zona apenas hay espacios públicos de esparcimiento. La inhabitable plaza del Poeta Leopoldo de Luis, construida sobre el techo de un aparcamiento y sembrada de accesos y respiraderos, no podría calificarse como zona verde. Ni siquiera como plaza. “Por una parte, faltan lugares de encuentro. Por otra, apenas contamos con apoyo, necesitamos más ayudas”, se queja Marcela. Sin embargo, la plaza es muy concurrida y, en ocasiones, la convivencia produce roces. “Pero los autóctonos también fueron niños que jugaban en la calle, por eso siempre nos ha interesado trabajar en la historia del barrio”.
Así, los nativos Fernando, Isabel y Miguel Ángel se retrotrajeron a su infancia: “una etapa deplorable”, “había hambre”, “no se puede decir que fuéramos jóvenes alegres”, “estábamos reprimidos por cosas que hoy parecerían absurdas”... También hay relatos positivos, claro. Y sentimientos de pérdida y desarraigo: “Me sentí totalmente desubicado al alejarme de todos los amigos que tenía en mi antiguo barrio”. Textos publicados en un libro ilustrado por las imágenes del taller de fotografía digital dirigido por Carlos Donaire y en el que participaron los adolescentes Ismael, Yéssica, Nicolae y Yolanda, cuyos nombres de pila remiten a la República Dominicana, Colombia, Rumanía y España.
Tras el rescate de la memoria pasada y presente con el objetivo de combatir los estereotipos, el proyecto dio el salto a las tablas con la obra El Tetuán de ayer y de hoy. Una experiencia de teatro comunitario por el que han pasado argentinas, peruanas, chilenas o colombianas, todas tetuaneras. “Tratamos de integrar a gente de diferentes edades y procedencias con un fin social, a la vez que eliminamos los prejuicios”, explica el director teatral, el porteño Jorge Cassino. “Esto no es un taller terapéutico, pero ayuda de una forma indirecta, pues pierden el miedo, se sienten integradas, se meten en la piel de otras personas y, en definitiva, les permite ser protagonistas en un conjunto de iguales”.
Sus representaciones dramatizan la historia del barrio. La quinta, pendiente de estreno, narra la vida de una chica que deja España para buscar trabajo en otro país. “Ahondamos en el conflicto que genera su partida tanto en su familia como en su entorno”, comenta Cassino en un café de Bravo Murillo mientras apura un cortado antes de acudir al ensayo. Arte social donde “lo importante no es el fin sino el proceso” y que consigue “crear un nuevo público que, por cuestiones económicas o culturales, no iría al teatro”.
Manuela, María, Teresa, Antonia, Natalia y Felipe, el único varón, esperan la llegada de su director en una sala del Espacio de Igualdad Hermanas Mirabal. Están encantadas, pues reconocen que ha estimulado sus habilidades y les ha ayudado a expresarse en público. “Yo era tímida y ahora soy una deslenguada”, bromea Teresa, que recuerda a Jovita, la primera migrante que participó en el taller de teatro: “Siempre fue una más”. Antonia la secunda: “No miramos si las compañeras son extranjeras o españolas. Todas somos iguales”. También son todas amateurs, aunque algunas, como María, ya habían hecho sus pinitos. “Sin embargo, la relación con la gente aquí es más estrecha y cómplice”, confiesa esta vecina de Tetuán, que apunta que la obra también alude a las preferentes y a los desahucios.
“Estas obras visibilizan la realidad de nuestra comunidad en clave jocosa”, describe la joven colombiana Ana Pinilla, técnico comunitario del Servicio de Convivencia Intercultural en Barrios, gestionado por la asociación La Rueca. Junto a ella, el venezolano César Rodríguez también trata de facilitar las relaciones entre vecinos más allá de su procedencia. “El objetivo es que vean a los extranjeros como iguales y que pierdan el miedo a lo diferente”, apunta Rodríguez, quien valora la veteranía de Marcela y su profundo conocimiento del medio. “Es un trabajo inacabable”, concluye la dinamizadora vecinal de Bellas Vistas. "Pero me siento una privilegiada por cursar este máster de la vida que te hace ser más tolerante”.
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