Este artículo se publicó hace 6 años.
EEUU y los grandes mercados emergentes frenan la lucha contra el cambio climático
Los BRICS -Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica- y la mayor economía mundial son las grandes rémoras al control de emisiones de CO2. Y, por ende, los principales causantes de que la temperatura del planeta suba por encima de los 2 grados centígrados en 2050. Un estudio de la consultora BCG compara sus políticas, sus inversiones y su tecnología junto a las de Alemania, adalid del cumplimiento de los Acuerdos de París.
Madrid-
Los gobiernos están aún muy lejos de adquirir conciencia plena de los efectos del calentamiento del planeta. Sus políticas son inadecuadas y abocan al desastre. El Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) lo advertía a comienzos del pasado mes de octubre. Persiste la idea de que las consecuencias del efecto invernadero son inevitables, fruto de la normal evolución de la Tierra y que la acción del hombre no resulta determinante.
Un cóctel explosivo que convierte en distopía la declaración de intenciones de los Acuerdos de París, de 2015, de lograr que el globo terráqueo no supere un calentamiento superior a los dos grados centígrados respecto a los niveles de la era pre-industrial a partir de 2020.
Superado el ecuador de esta primera fase de actuación, el IPCC no sólo alertan del freno que, para la consecución del tratado, supone la salida del pacto de la primera potencia mundial, por decisión expresa de la Administración Trump. También del riesgo aparejado de que, probablemente, no habrá más oportunidades de revertir la situación. Y de que los grandes mercados emergentes -China, Brasil, Rusia, India y Sudáfrica- tampoco están haciendo esfuerzos de la suficiente intensidad como para contribuir decididamente a la causa. Priman entre sus dirigentes el deseo de seguir con su ritmo de desarrollo, con medidas anacrónicas, propias de la revolución industrial, en la que los límites a las emisiones de CO2 nunca fueron un obstáculo.
Los expertos independientes del IPCC, además, han empezado a clamar contra el propio acuerdo. Lo consideran poco ambicioso. Aconsejan a la comunidad internacional que, si de verdad desean paliar los desastres que provocará el calentamiento global en el futuro, deberían tratar de lograr un repunte de temperatura más ambicioso, de 1,5 grados.
En juego está la brusca extensión de amplias franjas del territorio planetario que pasarán a registrar súbitos episodios de calentamiento extremo, de desabastecimiento de agua, de sequías y de miles de islas, primero, y zonas costeras, después, que quedarán irremediablemente sumergidas bajo el nivel de mares y océanos. Todos estos fenómenos afectarán a la vida diaria de cientos de millones de habitantes, provocarán flujos de migraciones, acabarán con la producción y la rentabilidad de vastas áreas agrícolas, destruirán los arrecifes de coral, imprescindibles para la subsistencia de millones de especies de la fauna y flora marinas y precipitará la extinción de especies terrestres. Y lo más irónico de todo -enfatiza el IPCC- es que se está en disposición de lograr contener el calentamiento a sólo 1,5 grados en sólo 22 años. De lo contrario, perdurará más de lo recomendable el uso de combustibles fósiles, desde el carbón hasta el gas o el petróleo, los mayores detonantes del cambio climático.
Reconversión de los mix energéticos
Hay estados, ciudades, empresas, inversores y asociaciones filantrópicas que han iniciado acciones en la dirección adecuada. Pero sin la involucración de las grandes potencias, los esfuerzos serán demasiado dispersos y vanos. De ahí que los investigadores carguen contra la permisividad en esta materia de EEUU y los mercados emergentes. A ellos les encomiendan especialmente que pongan en marcha medidas para corregir sus mix energéticos. Para reducir las emisiones de los combustibles fósiles. Y que apuesten todo a las energías renovables.
Incluso no dudan en hacer un llamamiento abierto a los ciudadanos de los países incumplidores para que castiguen en las urnas a los candidatos que no revelen un compromiso expreso en este desafío. Más allá de los partidos a los que representen. Su juicio es premonitorio. Con un control exigente -el reto de aumentar 1,5 grados la temperatura global para 2050- el nivel promedio del mar sería aproximadamente 17,7 centímetros menos que bajo un incremento de 2 grados. Mientras que, si se alcanzase esta cota, algo difícil de cumplir con los parámetros de actuación actuales, el derretimiento de las barreras de hielo de la Antártida será ineludible y propiciará catástrofes por todas las latitudes con subidas de los niveles de agua de los océanos. Sin contar con esta negra predicción sobre el continente del sur, el mar subiría diez centímetros más que si se limitara a 1,5 grados, con el consiguiente daño o desaparición de numerosos ecosistemas y, probablemente, transformaciones irreversibles, más a largo plazo, para frenar el cambio climático.
Pero, ¿cuál es el escenario actual en el que se mueven los grandes países contaminantes? Un reciente informe realizado por Boston Consulting Group (BCG) pasa revista a las iniciativas que se siguen en seis países -Alemania, EEUU y los BRICS que, juntos, son responsables de casi el 60% de las emisiones de CO2-, arroja luz sobre sus diferentes estrategias y añade argumentos sólidos al mensaje de Naciones Unidas de que el mundo aún dispone de doce años para tratar de evitar la catástrofe climática.
Las economías que han iniciado la agenda ecológica "se enfrenten a desventajas" a corto plazo, pero, a la larga, "se convertirán en motores de prosperidad"
El estudio, dirigido por Jens Burchardt y Philipp Gerbert hacen hincapié en que la ausencia de la prioridad esencial para este cometido, una acción concertada global, implica para las naciones que se han enfrascado en la reducción de emisiones “se enfrenten a significativas desventajas”, porque sus iniciativas “les pasarán factura” en el orden macroeconómico. Incluso si programas ambiciosos como los que han empezado a implantar los líderes en el cambio climático, logran suprimir entre el 75% y el 95% del CO2, a través los avances tecnológicos implantados para tal misión, para 2050. Contribución que dejaría el alza de temperatura en 1,5 grados. Pero este escenario sombrío sólo se produciría a corto plazo. Porque, a la larga, “los obstáculos al crecimiento se convertirán en un motor indiscutible de prosperidad”. En línea con el tenor de otros informes como el de la Comisión Global sobre la Economía y el Clima (GCEC, según sus siglas en inglés) que pronostica un aumento del PIB mundial de 26 billones de dólares (equivalente a la suma de las economías de EEUU, Japón e Italia) si los gobiernos y las empresas focalizaran sus políticas y sus negocios al reto del cambio climático. A razón de 2 billones de dólares anuales en el próximo decenio. Aunque sus científicos advierten que, para ello, “hay que erradicar la idea de que suprimir la combustión de carbón y de otros combustibles fósiles es demasiado costoso”, dice Helen Mountford, directora del estudio.
El diagnóstico de BCG, que lleva la firma de su think-tank corporativo, el Instituto Henderson, pasa revista a tres escenarios: las políticas ecológicas en vigor en cada país; la aplicación de tecnología para la contención de emisiones científicamente probada y sus agendas reformistas encaminadas a la consecución del objetivo de limitar el calentamiento a los 2 grados que estipula el Acuerdo de París. Su conclusión es clara: “subyacen sobradas razones económicas y medioambientales para que los estados aceleren sus esfuerzos para mitigar el cambio climático” sin que haya motivos que impidan que “no empiecen ya” a paliar los efectos de las energías contaminantes.
El espejo alemán
Alemania surge como modelo a seguir. Para alcanzar tal aseveración se basan en otro estudio, en esta ocasión, realizado en colaboración con la empresa de investigación Prognos, que revela que el Gobierno germano está en la senda de reducir las emisiones de CO2 entre un 72% y un 93% de los niveles de polución de 2015, para el ecuador de este siglo. Lo que equivale -dice el informe- a unos recortes de entre el 80% y el 95% en relación a la cota de gases de efecto invernadero de 1990.
Un esfuerzo de reconversión energética que sitúa a Berlín ante un horizonte considerado ya como “económicamente viable”; incluso si siguiera su protocolo de actuación de manera unilateral; es decir, sin un conveniente consenso internacional, que impulsaría los distintos proyectos nacionales en todo el planeta. Si se diera este caso, Alemania lograría, sin problemas, la cota de recorte de emisiones de las bandas más anchas de su doble horquilla mencionada -la que se compara con las cotas de contaminación de 2015 y 1990- y añadiría más crecimiento a su economía; tan sólo con una mayor apuesta -e inversión- en tecnología. Cuantitativamente, exige un recorte de 62 millones de toneladas métricas de dióxido de carbono y la eliminación de ciertos sectores industriales, que serían suplidos por segmentos de actividad. Y constantes inversiones. Toda reducción superior al 77%, además, requiere nuevos instrumentos tecnológicos para llevarla a cabo. Pero Alemania, uno de los líderes indiscutibles de la Revolución 4.0, la digitalización industrial, está en ello.
La factura alemana para lograr el objetivo de los dos grados es similar al PIB español hasta 2050, a razón del 1,1% de su PIB cada año: 20.000 millones anuales sin costes operativos
Según datos de la BDI, la patronal industrial alemana, el sector energético está en condiciones de abastecer con energías renovables -solar y eólica- el 80% de la demanda del país y de sustituir la generación eléctrica de carbón y lignito por gas. En paralelo, el resto de segmentos productivos se adaptarían con bastante diligencia a las nuevas pautas de consumo; desde la construcción hasta el transporte. Sin problemas de que se produzca caso de sobredimensionamiento del potencial energético renovable. También el escenario tecnológico resulta idóneo para que la biomasa supla, en el sector industrial, a los combustibles fósiles en los procesos de generación calorífica. Aunque los avances futuros deben concentrarse en ampliar la red de suministro energético, conseguir una mayor capacidad de almacenamiento, especialmente de baterías limpias, en crear un sistema de integración energética más flexible y en apostar por inversiones que ayudan a cambiar el parque automovilístico hacia los vehículos eléctricos o las sustituciones de caladeras y bombas de calor en hogares e industrias. Algo factible, si se tiene en cuenta que, por ejemplo, en la construcción, más del 80% de los edificios del país deben acometer obras de rehabilitación antes de 2050, lo que adelantaría la renovación hacia las energías de bajas emisiones contaminantes. O que, en el sector del transporte, los vehículos eléctricos hayan empezado a sustituir, no sin controversias sociales, aunque mínimas, las flotas de furgonetas comerciales, autobuses y otros servicios públicos o la red de camiones que circulan por las grandes autovías del país.
El coste de las inversiones necesarias para que Alemania alcance el objetivo de la reducción de dos grados es substancial: 1,6 billones de dólares hasta 2050. Casi el PIB español. Pero asumible, si se tiene en cuenta que esta cifra supondría apenas un 1,1% de su economía cada año. Además, si se descuentan el ahorro de los costes operativos, la cantidad se reduciría a menos de 20.000 millones anuales.
Europa y EEUU, en distinta dimensión
Las potencias industrializadas, incluidas mayoritariamente en el espacio europeo, y EEUU registran aún altas emisiones per cápita. A pesar de sus agendas industriales de bajas emisiones y la notable eficiencia de sus adelantos tecnológicos. Todos ellos, han aumentado su porción de suministros de electricidad en detrimento de los combustibles fósiles. Al igual que Alemania, gran parte de sus socios de la UE han minimizado su crudo-dependencia. Sin embargo, Europa, con perspectivas de pérdida demográfica en los próximos decenios, pese a los flujos de inmigración que recibe, no está ante el mismo escenario futuro que EEUU que, donde se espera un incremento de población de 67 millones de personas. Las necesidades de transporte en la primera potencia mundial serán una fuente mayor de emisiones. Aunque también hay otro notable hecho diferencial. EEUU tiene sobradas fuentes de energía en su territorio, fósiles y de otros orígenes, con las que puede jugar a la hora de modificar su mix energético.
Con la legislación actual, EEUU sólo reduciría sus emisiones en un 11% frente al 45% de Alemania sin inversiones ni implantación de nuevas tecnologías
En cualquier caso, el parón en la atención al cambio climático de la Administración Trump, que ha dado manga ancha a la contaminación industrial para espolear su producción y generar puestos de trabajo inmediatos -dentro de su política proteccionista- deja una brecha substancial entre ambas orillas del Atlántico. El impacto mínimo de las actuales políticas medioambientales entre Alemania, prototipo europeo, y EEUU arroja unas predicciones muy distintas. Así -señala el informe de BCG-, mientras la locomotora europea rebajaría su huella de emisiones en un 45% el mayor mercado del mundo lo haría en apenas un 11%. En 2050. De forma que el esfuerzo ecológico de la Casa Blanca debería ser mucho mayor en las próximas décadas.
El resto del mundo, a remolque
La mayoría de las economías emergentes anda en el furgón de cola. Aunque en longitudes de onda distintas. Todos siguen empleando tecnologías de bajo coste e intensivas en carbón. Causa de que sus emisiones per cápita “no sean sostenibles”, según BCG. Aun así, sus trayectorias son también ambivalentes. China espera un crecimiento de más del 300% de su PIB para 2050. Es, sin embargo, del grupo BRICS, el que más ha impulsado la agenda ecológica. Para ese año, con una población en descenso y con aumentos de la eficiencia energética y tecnológica, la gran factoría mundial aumentará un 6% sus emisiones. India, por su parte, tiene una proyección de incremento de su PIB del 700%, con fuerte expansión demográfica (un 26% más) y una apuesta decidida por el carbón, principal fuente de su tejido industrial. Doblará sus emisiones en 2050, lo que le convertirá en el segundo país más contaminante del planeta. Escenario similar al de los tigres asiáticos.
Los avances en China, India, Brasil, Rusia y Sudáfrica generan dudas, que aumentan por las presiones demográficas y las perspectivas de fuertes crecimientos de sus economías
En Brasil, tanto la economía como su población crecerán a ritmos que harán ineludibles las subidas de las emisiones. En todos los sectores productivos. Por si fuera poco, la victoria de Jair Bolsonaro no invita al optimismo. En una nación en la que más del 40% de sus emisiones de gases de efecto invernadero procede de la agricultura, unos de sus motores exportadores. Sudáfrica, en cambio, es el que mejores perspectivas obtiene. Hasta el punto que reduciría sus emisiones, pese al fuerte repunte económico y demográfico, ya que se espera que su población crezca más del 40%. El país africano ha empezado a reemplazar centrales de generación eléctrica de carbón. El éxito de Rusia depende, en gran medida, de la demanda global de combustibles fósiles y de que transforme su agenda de reformas con mayores medidas de mitigación de la polución.
Ante esta tesitura, las voces internacionales en favor de acciones concertadas se dejan sentir cada vez con más fuerza. JP Morgan cree que, si EEUU no contribuye a parar el cambio climático, el 40% de su población, la que vive en zonas costeras, estará amenazada. Al Gore asegura seguir siendo optimista de que estalle una revolución sostenible. Y el presidente de la Cruz Roja, Peter Maurer, piensa que el cambio climático promoverá la conflictividad mundial y tendrá un impacto decidido sobre las crisis humanitarias y, en consecuencia, sobre los flujos de inmigración globales.
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