madrid
Actualizado:La calle de Juan es un infierno desde que hace unos años abrió una discoteca: griterío, orines, vómitos… Rocío, en cambio, descubrió el ruido cuando se relajaron las restricciones de la pandemia: el club que tiene bajo su casa comenzó a llenarse porque la competencia seguía cerrada. Xosé Manuel está cercado: discotecas y bares, pero también tiendas 24 horas donde se congregan los jóvenes. Todos comparten el mismo problema: el alboroto que se forma a las puertas de los locales. Un padecimiento que conoce de cerca Marta, quien sufre la proliferación de terrazas en la plaza donde vive.
Rocío recuerda la fecha que separa el sueño del insomnio. En julio, la discoteca situada debajo de su casa comenzó a llenarse de gente. Y quien dice la discoteca, dice la calle. Antes de la pandemia no le había supuesto un grave problema, puesto que no era un local muy frecuentado, pero la reapertura del ocio nocturno en Madrid hasta las tres de la madrugada tuvo un efecto de arrastre: como los clubes de su barrio permanecían cerrados, el establecimiento se puso de moda.
"Hace tiempo el público era de mediana edad, aunque fue desplazado por jóvenes que no frecuentaban el lugar. Y lo que era una calle tranquila se ha convertido en un foco de ruido permanente", explica Rocío, quien prefiere no imaginarse lo que estarán sufriendo los vecinos que residen en las zonas más conocidas de ocio nocturno. "Antes del coronavirus, el problema surgía bien entrada la madrugada, pero tras el pico de la pandemia comenzó a abrir más temprano, por lo que el bullicio empezó a medianoche. En verano era imposible ver la televisión y ya no digamos dormir con la ventana abierta".
"La fiesta es continua. Si a mí me cuesta dormir, no quiero pensar en los ancianos"
Sin embargo, el ruido no cesaba a las tres de la madrugada, con el cierre del local, puesto que muchos clientes se quedaban en la calle charlando, gritando o cantando. "Ahora la fiesta es continua, porque abre hasta las 5.30 horas, pero durante toda la noche hay personas en la calle. Si a mí me cuesta dormir, no quiero pensar en los ancianos. Y no veo ninguna solución a corto plazo, excepto que vuelvan a abrir las discotecas que permanecen cerradas y los chavales vuelvan a sus locales habituales", reflexiona Rocío, quien prefiere omitir su nombre.
El escándalo ante el edificio de Juan, en cambio, puede considerarse un mal arraigado. En 2015 se inauguró en la calle Maldonadas una discoteca enmascarada, según denunciaron entonces sus vecinos, como una asociación cultural. Fue cerrada, pero volvió a reabrir, para disgusto de los vecinos. "La calidad de vida ha ido incluso a peor. Fuera del local, la gente grita, canta, mea, vomita… Se reúne tal cantidad de personas que parece un botellón, aunque el Ayuntamiento lo tolera y mira para otro lado, pese a que es una Zona de Protección Acústica Especial".
Por eso, le parece "increíble" que permitan la actividad, que afecta a los vecinos de una vía de ochenta metros que va desde la plaza del Cascorro hasta la calle Toledo. "La discoteca nos está haciendo la vida imposible y minando la convivencia. Los hosteleros no pueden colonizar una zona residencial y convertirla en una zona industrial de ocio con el argumento de que lo han pasado mal por culpa de la pandemia. Por más que nos quejemos, con su silencio administrativo el Ayuntamiento nos está trasladando el mensaje de que no va a hacer nada por nosotros", protesta Juan, quien omite su identidad real.
Se queja de la contaminación física: "Por las mañanas la calle está hecha un vertedero". Y de "la contaminación que no se ve, pero que hace imposible vivir aquí": el ruido. "Somos parejas, niños y mayores, con todo el derecho del mundo a descansar. Sin embargo, es el salvaje Oeste. Estamos desesperados y nos sentimos indefensos y acosados, frente a la impunidad con la que opera la discoteca. Parece que el Ayuntamiento está secuestrado por la hostelería, mientras que la vicealcaldesa, Begoña Villacís, amadrina la hostelería como si fuera un nicho de votos, mientras ignora la situación de los vecinos. Es un escándalo y solo sentimos incomprensión, rabia e indignación".
Ni Rocío ni Juan sufren las terrazas, al contrario que Marta, una vecina del barrio de La Latina que ha visto cómo se han multiplicado las mesas y las sillas en la plaza de la Paja, donde se instaló hace veinte años. "Cuando llegué, había dos terrazas. Hoy hay más de una docena, cuatro de ellas debajo de mi casa. Se han apropiado de nuestro espacio, que era un parque con bancos, aunque cada vez hay menos árboles", explica esta vecina, quien prefiere no decir su verdadero nombre. "Nos hemos convertido en una herramienta para la hostelería, lo único que prima. No sé cómo han otorgado tantas licencias de bares, pero para ellos desplegar una terraza en este precioso rincón del Madrid de los Austrias es un chollo".
Marta afirma que el ruido comienza por la mañana con las furgonetas y camiones de reparto, si bien lo peor llega por las tardes de jueves a domingo. "La resonancia en la plaza es brutal y escuchas las conversaciones desde tu piso. Bailan, cantan y gritan, pero si les digo algo me llaman amargada. Cuando cierran los locales, siguen de botellón, aunque la policía no acude, excepto que haya incidentes, como sucedió en Las Vistillas, donde ha habido agresiones y destrozos", añade esta vecina de la plaza de la Paja, que se queja también de las molestias que le causan los músicos callejeros.
No entiende la "permisividad" municipal con las terrazas, que ha convertido el vecindario en un "sindiós". Es inevitable, asegura, que el ruido se cuele en su casa. "Por las noches es insoportable, sobre todo si abres la ventana en primavera y en verano. Ya no sabemos qué hacer, porque nadie nos hace caso", añade Marta, quien se ha planteado mudarse de barrio o irse a un pueblo. "Quería vivir aquí y me compré un apartamento, pero su precio se ha devaluado. ¿Quién va a querer residir en un sitio así más allá de un turista o un estudiante? Están destrozando una plaza histórica, nos están fastidiando la vida y hay vecinos que se están marchando. Sin embargo, me daría mucha rabia irme y pensar que me han echado".
Marta denuncia que las terrazas han invadido de manera descontrolada el espacio público y perjudicado la movilidad de los viandantes, por no hablar de la suciedad. "¿Qué pasa? ¿Que en Madrid solo hay cervezas y tapas?", se pregunta la vecina, quien critica que las autorizaciones de terrazas no tengan en cuenta a los residentes, al tiempo que perjudican a los bares que no cuentan con ellas, pues no pueden competir en igualdad de condiciones. "Algún local con encanto que lo está pasando bastante mal, porque la gente quiere tomar algo en el exterior, aunque sea invierno o los precios sean caros, hasta el punto que algunos vecinos no nos los podemos permitir".
Para defender su derecho al descanso, asociaciones vecinales del centro de Madrid se han reunido con la delegada del Gobierno, Mercedes González, a quien le han transmitido las molestias que generan las terrazas, desde el ruido a la ocupación del espacio público. Un problema que, según El Organillo de Chamberí, ya existía antes de la pandemia, pero que ha cobrado otra dimensión debido a la permisividad del Ayuntamiento.
Ruido nocturno, de Valladolid a Santiago
Una situación que se repite en muchas otras ciudades, como Valladolid, donde el Colectivo de Vecinos Zona Centro pretende que el Consistorio limite el horario de cierre de los bares musicales y que elimine las terrazas que les concedieron a causa del coronavirus. "Esto viene de atrás, aunque después de la pandemia ha habido más concentraciones en el exterior de las discotecas, porque hay puntos conflictivos que se han vuelto a activar", explica Xosé Manuel Durán. "Es un problema crónico, considerado casi normal, cuando no debería serlo", añade el presidente de la Asociación de vecinos Raigame, del Ensanche de Santiago, que sufre como vecino y comerciante los ruidos de la zona nueva compostelana.
Las concentraciones de jóvenes ante una discoteca de la calle Curros Enríquez terminaron convirtiéndose en macrobotellones, hasta el punto de que en la madrugada del 24 de septiembre llegaron a juntarse más de dos mil personas. "Hubo un enfrentamiento con los antidisturbios, que se vieron desbordados por la cantidad de gente, que ya no distingue un uniforme de una maceta", ironiza Durán, quien aboga por una acción integral que proporcione una alternativa de ocio para la juventud que no esté centrada en el consumo de alcohol.
"Es insoportable. Nos están fastidiando la vida y hay vecinos que se están marchando"
"La solución no es el control policial, porque lleva el problema de las calles a los portales y a los pisos. Simplemente, cambia de sitio", cree el presidente de la asociación de vecinos santiaguesa, quien critica la "banalización" del consumo de alcohol entre los más jóvenes.
Si las limitaciones de aforo impedían que muchos chavales pudiesen entrar en la discoteca de Curros Enríquez, por lo que montaban la fiesta en la calle, la reciente apertura de otras dos en las calles Alfredo Brañas y Doutor Teixeiro han provocado molestias a más vecinos del Ensanche, aunque Durán deja claro que hay otros "puntos calientes" donde se concentra la juventud puertas afuera, desde bares hasta tiendas 24 horas, pasando por algunos locales de hostelería y restauración que abren a primera hora de la mañana. "Insisto, es necesario fomentar otro modelo de ocio alternativo al alcohol y educar a los jóvenes desde el colegio", concluye el vecino de la zona nueva compostelana, uno de tantos barrios de nuestras ciudades afectados por el ruido nocturno.
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