Este artículo se publicó hace 2 años.
Así se destruye la democracia con mentiras y bulos
Los mensajes impactantes, las imágenes insólitas y la voracidad por la atención del público ('lo viral') han degenerado de tal forma que, cada vez más, uno no sabe si lo que está viendo en su pantalla es verdad o una 'fake news'. Por supuesto, hay quien sale ganando con esto.
Madrid--Actualizado a
Estamos rodeados de bulos, mentiras y desinformación. No es algo nuevo pero sí está alcanzando cotas inéditas. En las últimas semanas han circulado versiones falsas de lo que ocurre en la guerra de Rusia contra Ucrania; graves acusaciones entre políticos; mala información y falsedades en medios de comunicación; polarización extrema en las redes sociales. La finalidad de todo esto es generar un estado de desconfianza permanente que, según ciertos expertos, amenaza directamente el corazón de la democracia.
La mala información vuela a la velocidad de la luz y alcanza nuestros oídos, ojos y bolsillos de manera casi instantánea vía teléfono móvil. Su influjo es tan poderoso que incluso puede convertir en desinformación la difusión de los resultados de un importante estudio sobre, precisamente, desinformación. En este escenario todo se pone en duda, y esa desconfianza es un escenario perfecto para la polarización, el enfrentamiento y la violencia social.
En los últimos días hemos visto casos tan claros de desinformación como el intento de blanqueo del bombardeo nazi de Gernika de 1937, al hilo de la reciente intervención del presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, en el Congreso de los Diputados. En la misma sede parlamentaria hemos asistido también al intento de la diputada de Vox Macarena Olona de reinterpretar el Estatuto de los Trabajadores para defender jornadas interminables de los empleados en las casetas de la Feria de Sevilla. Algunos medios que dieron por buena la versión de la diputada tuvieron que rectificar.
La lista es interminable. Por ejemplo, la asignatura de Filosofía no desaparece de la educación sino que se traslada al Bachillerato, y su inclusión en la ESO como optativa dependerá finalmente de las autonomías. Hemos asistido a insultos gravísimos en la sede del Legislativo y a ataques personales entre personajes públicos, como el del exmagistrado del Tribunal Supremo Antonio Salas al exvicepresidente del Gobierno y cofundador de Podemos, Pablo Iglesias, en Twitter, a cuenta de ETA (un comodín recurrente en la España del insulto político).
"No es agradable para nadie", comenta Iglesias a Público, en donde conduce el podcast La Base. Para el exvicepresidente, "la desinformación tiene mucha más capacidad de instalarse que la verdad, tanta que amigos míos con un nivel alto de educación y que se supone que tienen mecanismos para detectar la desinformación se han llegado a creer bulos hasta el punto de llamarme para preguntarme si vivo en Barcelona".
El frente desinformativo
Nadie está a salvo. De hecho, el frente desinformativo es uno más en la invasión rusa a Ucrania, en donde el sátrapa Vladimir Putin utiliza la propaganda para negar lo evidente, como las matanzas de Bucha y otras localidades alrededor de Kiev; mientras tanto, Zelenski sigue construyendo cuidadosamente su imagen de héroe de la resistencia en su país y prácticamente en todo el mundo, sin apenas críticas o disidencias, y pese a las inquietantes noticias del auge de la ultraderecha dentro y fuera de Ucrania.
Toda esta abrumadora marea de desinformación no es nueva, sino que lleva mucho tiempo cocinándose. "La manipulación y la propaganda siempre han existido, lo que pasa es que en el entorno digital la desinformación es eminentemente un negocio", comenta la socióloga y divulgadora Liliana Arroyo a Público. "A las plataformas les interesa muchísimo que circule desinformación a través de sus canales porque eso les genera interacción y atracción a usuarios, genera dinero", apunta, y recuerda además que "hay muy poca democracia en el mundo digital".
Fines y medios
Así, la finalidad de la distribución de bulos y desinformación es doble: la más evidente es exprimir al máximo los beneficios generados por la llamada "economía de la atención" (más contenidos, emociones más fuertes, mayor controversia, más interacciones, más publicidad, más ventas, más ingresos...). Pero hay otra más oscura e inquietante, que es generar un estado de opinión polarizado y dividido para alimentar a los fanáticos y a los escépticos. El resultado es la erosión de la confianza en la democracia y en las libertades públicas.
"La desinformación es un negocio que están sabiendo aprovechar muy bien los populismos y las extremas derechas"
"La desinformación es un negocio que están sabiendo aprovechar muy bien los populismos y las extremas derechas, que son precisamente los grupos que más propaganda emocional hacen, y además crecen con discursos simplistas, superficiales... El entorno digital descrito les va como un guante", añade Liliana Arroyo, que es experta en sociología digital.
El asunto es tan complejo como trascendente. Arroyo apunta que "la desinformación es buena especialmente para generar ruido, que puede ser orientado hacia la confusión (que produce un estado aletargado en la sociedad) o también puede usarse para levantar teorías y explicaciones alternativas". "Además", añade, "aquellas personas que desconfían del sistema porque, probablemente, viven en los márgenes de éste, son mucho más proclives a creer en contenidos desinformativos; por eso hay un auge de las teorías conspirativas en relación con la infodemia". Bienvenidos al imperio de la duda.
Acabar con la verdad es fácil
"Creo que la desinformación o, mejor dicho, la mentira deliberada está destinada no a hacer pasar por verdad una mentira sino a hacer increíble cualquier verdad", sostiene el filósofo y escritor Santiago Alba Rico en respuesta a Público. "En una sociedad polarizada en la que todos tenemos una posición tomada de antemano", añade, "la desinformación premeditada genera o agrava un estado de incertidumbre que demanda respuestas concretas y firmes".
Esas respuestas "concretas y firmes" pueden llevar a menoscabar los derechos y libertades que las democracias más avanzadas protegen y amparan. "Llevamos años erosionando los marcos de credibilidad compartidos, que son al mismo tiempo institucionales y mediáticos; lo hemos visto durante la pandemia de la covid 19 (con los negacionistas) y ahora con la guerra de Ucrania", afirma el filósofo, y agrega: "Cuando se desconfía de las instituciones y los medios, se acaba creyendo cualquier delirio alojado en las costuras de internet, y eso es un síntoma claro de debilidad democrática".
"Es más fácil desincentivar que lograr convencer para abrazar una causa"
Para Liliana Arroyo, "otra clave fundamental del éxito de la desinformación es, precisamente, que es más fácil desincentivar que lograr convencer para abrazar una causa". Y pone un ejemplo casi paradigmático: "En las operaciones mediáticas desinformativas e infoxicadoras de la campaña electoral que llevó a Donald Trump a la presidencia de EEUU, la de 2016, no pretendía convencer al votante sino generar ruido para causar confusión al votante en torno a la figura de su rival, Hillary Clinton".
Es decir, para esta investigadora social, "la desinformación pretende hacer temblar la base de tus ideas, de lo que piensas, y tus valores, ya que inculcarte una idea nueva mediante estas herramientas es mucho más difícil". En este sentido, Arroyo asevera que "la desinformación no pretende convencerte de que votes o elijas otra cosa, sino que lo que quiere es desmovilizarte y que dejes de votar o elegir la opción que tenías planteada".
A un paso del fanatismo
Los mensajes desinformadores suelen tener una gran carga de emoción y tienden a simplificar la realidad. Para Alba Rico, "la contracción simplificadora frente a un mundo fluido e inasible" es lo que conduce al "fanatismo". "Por eso es inseparable de la desinformación" asegura, "de modo que a más desinformación, más fanatismo sectario".
Liliana Arroyo coincide en que el cuestionamiento de la verdad "debilita la democracia en el sentido en que para que exista una democracia es necesario que existan espacios de deliberación". "La red es un bullicio de fanatismos paralelos", puntualiza por su parte Alba Rico, que recuerda que "ni siquiera compartimos la mentira".
Pero la responsabilidad de esta erosión del sistema democrático no es únicamente de las ultraderechas (o de la extrema izquierda). "También es culpa de nuestras instituciones democráticas y nuestros medios de comunicación", afirma el filósofo, y recuerda que "la corrupción, el incumplimiento de promesas, el uso partidista del dolor general, junto al carácter claramente ideológico de muchas de nuestras cabeceras, han dejado el campo abierto a pequeños y grandes conspiradores que acaban ocupando el vacío que va dejando el consenso resquebrajado".
"Es una situación muy peligrosa", alerta Alba Rico, "porque históricamente sabemos que los consensos rotos —y la confianza en las instituciones— sólo se recobran tras un trauma común".
"La derecha mediática y política han asumido que la mentira es un arma política"
En una línea similar, Pablo Iglesias, como doctor en Ciencias Políticas, observa que "vivimos en una época de cambio de paradigma, en el que la derecha mediática y política han asumido que la mentira es un arma política".
Los llamados "hechos alternativos" —el politólogo recomienda la serie de TV The laudest voice (La voz más alta) sobre la cadena Fox en EEUU— se empiezan a ver en España como algo normalizado. "Se está normalizando la mentira y la desinformación en la televisión", afirma Iglesias, que señala directamente "a El programa de Ana Rosa (Telecinco), o cuando Antonio García Ferreras está dando cobertura a Eduardo Inda en La Sexta, o el hecho de que OKDiario es el tabloide con más tertulianos".
El director de La Base afirma que "sobrevive un cierto corporativismo que impide a muchos profesionales de la información denunciar que hay otros que fomentan la desinformación". "Por decirlo claramente", insiste, "alguien que lleve a su tertulia o a su cadena de televisión a miembros de OKDiario está colaborando directamente con la desinformación; uno puede alegar que ha montado Newtral, pero si cuentas con OKDiario, lo que estás haciendo es montar una mentira con una mano y deshacerla con la otra".
Bulos y más bulos
Luchar contra la desinformación es tarea de todos, pero especialmente de los medios de comunicación y, desde hace pocos años, de nuevas entidades que se dedican específicamente a ello. La directora y cofundadora de la Fundación Maldita, Clara Jiménez, reconoce que "siempre hay más de lo que llegamos a abarcar". Maldita se dedica a rastrear las denuncias de su gran comunidad y también "escucha" las redes abiertas en busca de desinformación. "Evidentemente la guerra Rusia-Ucrania ha marcado una diferencia", comenta, "pero habitualmente vemos más picos temáticos [de desinformación] que un incremento total en bloque".
Desde Newtral, su director de contenidos, Joaquín Ortega, dice que han tenido "dos años muy intensos". "La pandemia inauguró sin duda, y desafortunadamente, una era de desinformación sin precedentes". "En Newtral.es tenemos el primer servicio de verificación en España por WhatsApp, por el que periodistas del equipo verifican contenidos que la gente nos manda", recuerda Ortega, y añade: "Con la pandemia el número de mensajes que recibimos al WhatsApp se multiplicó por 16".
Este responsable asegura a Público que "la oleada de bulos relacionados con la covid 19, que poco a poco iba remitiendo, se ha solapado con la gigantesca ola de desinformación vinculada con la invasión rusa de Ucrania", en la que "la desinformación se mezcla con contenido real".
"Circulan muchos vídeos e imágenes del conflicto (explosiones, tanques, víctimas…) que en muchos casos no nos resulta posible verificar sin estar trabajando en el terreno", reconoce Ortega, aunque "ahora la guerra monopoliza las consultas de WhatsApp". Y concluye: "Al mes de la invasión ya habíamos publicado cerca de 100 artículos entre desmentidos de bulos y explicativos relacionados con Ucrania".
El valor de la mentira
Desde su punto de vista como politólogo, Pablo Iglesias indica que "una mentira es mucho más eficaz en el relato ideológico que una verdad". Y la preocupación que existe por la inabarcable distribución de bulos ha ascendido hasta convertirse en política de Estado, con planes del Gobierno para vigilar este fenómeno que están avalados por la UE. El propio CIS ha preguntado sobre el asunto a los ciudadanos.
Es más, el Tribunal Constitucional ha querido aclarar recientemente los límites jurídicamente aceptables de la opinión en redes sociales, de modo que para abordar la desinformación en esas plataformas hay que tener en cuenta la relevancia de los actores, la distribución real del mensaje, el número de seguidores y el llamado "efecto desaliento".
La gigantesca y poderosa industria tecnológica que ha surgido sobre internet depende de nuestra atención. Como ya contaba la periodista Marta Peirano en su libro El enemigo conoce el sistema (Debate, 2019), las aplicaciones que alimentan de contenidos nuestros móviles están específicamente diseñadas para ser lo más adictivas posible, hasta el punto de que imitan a las máquinas tragaperras.
Estamos enganchados a un mundo, el digital, que se mueve demasiado deprisa como para saber si lo que vemos es verdad o mentira, información o desinformación, dato cierto o bulo. El resultado es que las grandes plataformas de contenidos e internet son las compañías más valiosas del planeta. Mientras tanto, los extremistas medran entre nosotros y la democracia está en juego.
Las mentiras son:
Más impactantes: No conocen límites, simplemente el de la imaginación de quien los lanza. Por eso pueden presentar la realidad como algo grotesco, diferente, morboso o atractivo que cautive nuestra atención.
Más baratas: No requieren de ninguna verificación ni comprobación, por lo que su elaboración y distribución implica muchísimo menos esfuerzo y recursos que una información veraz y contrastada.
Más persistentes: La desinformación suele gozar de una excelente redistribución entre los consumidores de este tipo de mensajes, porque reafirma su visión del mundo o, simplemente, porque les resulta entretenido. La aparente falta de impunidad (legal y social) en las redes ha hecho que los usuarios más provocadores encuentren ahí un campo abonado para sembrar dudas.
Más persuasivas: La capacidad para persuadir de los bulos no consiste tanto en que las personas se lo crean, sino en que duden de la realidad al presentarles una 'realidad alternativa', o bien que se reafirmen en sus propias creencias. De hecho, llamar 'realidad alternativa' a una mentira es una forma validarla en cualquier diálogo o negociación.
Demasiado ruido
El volumen de datos que se mueve en la llamada 'sociedad de la información' es casi inimaginable y su crecimiento es casi exponencial. Estamos todo el rato expuestos, bombardeados y enterrados en datos.
Ya hay más de 5.200 millones de usuarios de internet, una cifra que no deja de crecer en un planeta en el que ya convivimos prácticamente 8.000 millones de habitantes. Con ellos crece también el número de interacciones, mensajes, correos electrónicos, tuits, post en Instagram y Facebook, sitios web creados, etc.
Cada segundo hay en el mundo cerca de 10.000 tuits, más de 1.100 fotos nuevas en Instagram, más de 100.000 búsquedas en Google, 3,3 millones de correos enviados... En general, el tráfico de internet mueve casi 150 terabytes (TB) de información en un segundo; un solo TB equivale a unos 6,5 millones de páginas de documentos o a 1.300 estanterías llenas de documentos en papel.
Entre todo ese ruido, la información contrastada, verificada y veraz tiene que competir por la atención de unos ciudadanos desconcertados, distraídos o fascinados por otros contenidos que buscan el entretenimiento y su correspondiente dosis de dopamina. La verdad y el rigor hacen que la información sea más lenta y más costosa de producir, y los medios de comunicación y el periodismo se encuentran atrapados en esa trampa económica. La verdad está en juego y, con ella, el sistema democrático.
La socióloga especializada en el mundo digital Liliana Arroyo apela, optimista, a un cambio en el manejo de la red. "Se habla mucho de la debilitación democrática pero quizá podríamos aprender a utilizar las propias herramientas del entorno digital para reforzar la democracia, para evitar que los espacios virtuales sean una especie de 'club de la lucha' digital y que se acerquen más a un 'club de la escucha'; para ello, es necesario generar unos entornos digitales que favorezcan otras cosas más allá de la confrontación y la superficialidad".
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