Este artículo se publicó hace 3 años.
Adiós al bar de abajo: locales históricos de Madrid, obligados a echar el cierre
El coronavirus se ha llevado por delante a bares, cafeterías y restaurantes, que también han sufrido los efectos de la gentrificación, la subida de los alquileres y la falta de relevo generacional.
Madrid-
En el bar de abajo nos veníamos arriba. Prolongación del salón o salita, su casa era la nuestra, y allí dejábamos las llaves a las visitas y, a veces, hasta la vergüenza. Cuando el recién llegado a la ciudad no tenía fijo y los móviles todavía eran un inasequible pánzer, la familia dejaba recado en la cabina del extremo de la barra, hasta que devolvíamos la llamada moneda a moneda. "El bar de la esquina es uno de los grandes inventos de la civilización occidental", escribía Moncho Alpuente en Un maldito enredo, cultura etílica y cafeinómana que se despide por entregas.
Hace tres años que cerró El Palentino, el bar de todas las esquinas de España — aunque estaba en Madrid—. Y a lo hecho, pecho. Aunque el motivo fue la falta de relevo generacional, desde entonces la gentrificación, la subida de los alquileres y la puntilla del coronavirus se han llevado por delante otros bares históricos de la capital. Ya habían dado el aviso, tiempo atrás, los minis del Lozano, las croquetas de la Pepita, los yayos de O Compañeiro o los bocatas de Noviciado, situados en una Malasaña que también carga la cruz de la turistificación.
Quizás usted haya bajado esta mañana y no se ha encontrado el bar de abajo, porque muchos bares de abajo cierran sus puertas sin ruidos ni redes. El luto es solo suyo, personal e intransferible. El funeral no saldrá en la tele. Quizás nadie deje un mensaje de despedida en la puerta. Se encontrará en la pantalla del móvil, eso sí, con la noticia de un bar histórico —leerá "mítico", aunque llevase abierto un par de años— que ha chapado en algún barrio del centro. Y pensará que, para mito, su bar Paco, su bar Pepe, su bar Manolo.
El bar de abajo no tiene por qué ser un bar, pero sí un templo. Del mismo modo que usted no era un cliente, sino un parroquiano. Casa Patas, por ejemplo, gastaba faralaes de tablao flamenco, aunque quizás nunca hubiese pasado de la barra, donde corrían las cañas y el jamón a precio ibérico. La falta de turistas, por culpa de la pandemia, dejó vacío el esparto de las sillas y se llevó por delante más de treinta años de palmas.
Flamencos también eran, en la cercana plaza de Santa Ana, el Villa Rosa y el restaurante Viña P, de inspiración taurina y ubicado junto al que fue hotel de los toreros. Sin tablao pero con copas, El Burladero también ha dicho adiós entre quejíos, mientras en la misma calle Echegaray resiste el Cardamomo, cante y baile, y los finos de La Venencia. Infelizmente, el Café de Chinitas, junto al Senado, se despidió hace justo un año, antes de que Almonte, en el barrio de Salamanca, entornase la puerta.
El bar de abajo, decíamos, puede ser un bar de viejos, que es como han bautizado los no tan jóvenes al bar de la esquina. Pero, en función del barrio y de sus ínfulas, también se considera un bar de señores, o sea, lo que los señores llaman un bar inglés, léase el Richelieu. A su vera, en el paseo de Eduardo Dato, ha cerrado el Mazarino, aunque cruzando la Castellana sigue en pie Milford, antaño llamado Fleury, de ahí que el trecho que va desde el local de Juan Bravo hasta el Richelieu fuese conocido como la Costa de los Cardenales.
Tres locales que entroncan, salvando las distancias, con los restaurantes Lhardy y Zalacaín, pionero de la alta gastronomía que acaba de renacer con una nueva gerencia. También lo hizo el Melo's, aunque su carta, donde mandan las croquetas y las zapatillas, dista de las estrellas Michelin. Otro icono de la cocina popular, Freiduría de Gallinejas, no pudo afrontar la subida del alquiler, dejando huérfano de entresijos y casticismo al barrio de Embajadores.
La cafetería Hontanares, en la bulliciosa Avenida de América, no soportó la prohibición de consumir en la barra y el esquinazo ahora espera la llegada de un Vip's, que remendará el cierre de la sucursal de López de Hoyos. La pandemia también truncó la reapertura de El Palentino, que tras una remodelación del local volvió a bajar la persiana el pasado febrero. Sin noticias del Café Barbieri, que años atrás había sido sometido a un lavado de cara.
La lista de locales históricos que han echado el cierre es ingente. Del Marula Café y sus sesiones de pinchadiscos, hasta los fiambres y quesos de la cafetería Ferpal, cuyos jamones intimidaban desde su escaparate a los turistas que paseaban por la calle Arenal. Aunque era una tienda de alimentación, contaba con un fértil surtidor de cerveza, por lo que para sus vecinos no dejaba de ser el bar de abajo. Ya saben, como fuera de casa, en ningún sitio, que diría el actor Antonio Gamero, secundario en la pantalla, protagonista en la barra.
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