Los refugios antiaéreos de València que salvaron a su población de los bombardeos fascistas en la Guerra Civil
En la provisional capital de la II República se construyeron más de 330 refugios, que supusieron una inversión global de 8.500.000 pesetas pagadas por los vecinos y empresas de la ciudad.
Enzo Iriarte Moyano
València-
"Esta madrugada aparecieron sobre los alrededores de València seis o siete aparatos de bombardeo procedentes del mar. Sin llegar a volar en los primeros momentos sobre la población, se dirigieron a los alrededores y asediaron algunos pueblos inmediatos. Dos de los lugares más castigados han sido los pueblos de Castellar y Frontera de San Luis, donde hubo que lamentar la muerte de un labrador, quien, al oír las detonaciones, salió de su casa para dirigirse al campo".
Así narraba el periódico La Vanguardia uno de los ataques a los que se enfrentaron los ciudadanos de la capital del Turia un lunes 5 de julio de 1937.
El comienzo de la Guerra Civil generó en València "un tiempo de impasse, porque no se sabía lo que estaba pasando en los cuarteles y rompió con las estructuras del Estado y el orden público", relata José Azkárraga, coordinador de la Guía urbana de Valencia durante la Segunda República.
Como cuenta Azkárraga, València era una ciudad de retaguardia de la que salían ayudas alimentarias con destino a Madrid y donde se ubicó la capital de la II República (noviembre 1936 - octubre 1937). Pero todo cambió con el comienzo de los bombardeos por parte de los barcos y aviones fascistas hacinados en el Mediterráneo.
"En esta contienda se sistematizó el uso de bombardeos masivos contra la población civil de retaguardia", explica la doctora en arqueología Andrea Moreno, quien define la Guerra Civil como "el campo de experimentación de la guerra moderna".
La ciudad de València recibió su primer bombardeo por mar el 13 de enero de 1937. Para hacer frente a los ataques, en julio de 1937 el Gobierno crea la Junta de Defensa Pasiva Organizada (JDPO), que se encargó de la construcción de los refugios antiaéreos.
Como explican Moreno y Ángela Muñoz Ballester en su artículo Arqueología de la memoria: los refugios antiaéreos en la ciudad de València, en los primeros meses de guerra se tomaron "medidas de prevención" como la selección de espacios que podían servir para la protección de la población.
Los refugios se financiaron con "una cuota mensual pagada por los vecinos", que supuso una inversión global de 8.500.000 pesetas. Cada vecino con familia debía pagar dos pesetas, y las empresas y negocios pagaban una cantidad que dependía del número de trabajadores.
"Hoy en día estamos acostumbrados a ver aviones, a conocer las guerras, pero en ese momento lo que pasaba era una cosa novedosa", sostiene Moreno.
Por ello, la JDPO se encargó de realizar acciones de alfabetización. A través de la prensa y de la radio, la II República explicó a la gente qué tenía que hacer en caso de un bombardeo. "Informaban y educaban a la población porque había gente que veía un avión y se quedaba hipnotizada", cuenta.
Más de 330 refugios antiaéreos documentados en València
Los proyectos de los refugios antiaéreos debían ser presentados al Ayuntamiento con una memoria técnica y sus correspondientes planos. Entre los requisitos indispensables, debían contar con instalación eléctrica y sistemas de ventilación. Solo en la ciudad de València se conocen más de 330 refugios documentados. Todos ellos se pueden clasificar en dos tipos: los oficiales, creados por la JDPO, y los particulares.
Como explica el arquitecto Francisco Taberner, los oficiales eran fundamentalmente los colegios, ya que todos contaban con uno. En general, estos refugios eran abovedados, formados por varias galerías con arcos de medio punto y contaban con un sistema de energía y dos salidas, por si una de ellas resultaba inutilizada por los bombardeos.
Del otro lado se encontraban los refugios particulares, elaborados también por arquitectos. Estos se ubicaban en la calle o en fincas, muchos de ellos en la zona del Cabanyal, que resultó bastante afectada por la proximidad a los barcos enemigos.
Los refugios de València se han conservado hasta nuestros días gracias a la calidad de sus materiales y a la experiencia de sus arquitectos. Estaban preparados para soportar el impacto de bombas de hasta 200 kg y entre sus materiales destacaban la arena, usada en la cubierta de refuerzo; hormigón armado, para la parte inferior y con un grosor de entre 70 y 150 centímetros; y otros como hierro, ladrillos, yeso o cemento.
Los refugios del Ayuntamiento y Bombas Gens
Moreno sostiene que los refugios requieren de relatos para que ese pasado conflictivo sirva de algo en el presente
Uno de los refugios más emblemáticos es el del Ayuntamiento de València. Construido por el arquitecto José Luis Testor en 1938, este fue destinado a las niñas y niños del colegio que se encontraba en la parte trasera del consistorio y tenía una capacidad de 700 infantes. De esta manera, podían mantener una relativa normalidad y seguir dando clases mientras durase el bombardeo.
Este en concreto contaba con tres espacios claramente delimitados, con muros de hormigón y arcos de medio punto que sujetaban toda la estructura. Además, como la mayoría de los refugios, contaba con dos entradas -o salidas-. La principal, por la que actualmente se accede desde el Ayuntamiento, es una escalera estrecha, con un giro hacia la derecha pensado para amortiguar el impacto del bombardeo.
Las paredes del interior eran azules y blancas y contaba con bancos y ventilación para hacer la estancia más agradable a todos los estudiantes que allí se encontrasen.
El conjunto de refugios construye un espacio para la memoria histórica, que permite hablar de cómo la guerra afecta a la población civil y a su vida cotidiana, así como de la solidaridad y convivencia entre los vecinos.
"Aunque es un recurso a nivel turístico, no es solo un espacio de visita sino de memoria, que requiere narrativas y relatos para que ese pasado tan conflictivo nos sirva de algo en el presente, ya que hoy en día seguimos viendo bombardeos contra la población civil", cuenta Moreno.
En el refugio de Bombas Gens ocurre algo similar, "la gente llega atraída por el morbo de la Guerra Civil", explica Alejandro Beltrán, supervisor del espacio cultural. "Su conservación también es importante para explicarles que Bombas Gens no solo hacía bombas de guerra, sino que su finalidad era elaborar bombas hidráulicas para las huertas de València".
Al finalizar la guerra pasa a ser un almacén de carbón, lo que permitió su buen estado de conservación
Esta fábrica abrió sus puertas a comienzos de los años treinta pero, cuando se instauró la capital de la República en València, el Gobierno comisionó algunas fábricas y esta pasó a producir bombas de guerra. "Era perfecta para la misión encomendada porque tenía los trabajadores adecuados, sólo debían cambiar el molde de las bombas", cuenta Beltrán.
En Bombas Gens se construyó un refugio de tipo fabril para los trabajadores, estrecho y con una capacidad de 30-40 personas, aunque en algún momento llegó a resguardar a más ciudadanos. A diferencia del refugio del consistorio, este era pequeño, tanto que se instalaron carteles con normas de salubridad como la prohibición de fumar o escupir en el suelo.
Cuando finaliza la guerra pasa a ser un almacén de carbón, lo que permitió su buen estado de conservación. "El polvo se fue pegando a las paredes. Cuando se descubrió era un espacio muy oscuro y su reparación fue de las más rápidas y menos costosas", explica Beltrán.
Dos personas equipadas con EPIS y gomas de borrar fueron quitando esa capa de carboncillo durante tres semanas. Así empezaron a salir los letreros y los colores del refugio, que delimitaban la zona segura.
Memoria patrimonial y cultural valenciana
Moreno: "Hoy en día estamos acostumbradas a la violencia. Parece que estamos anestesiadas y no nos afecta"
Para Beltrán, su conservación es importante porque remarca la importancia de proteger a los trabajadores. "Ahora hay una serie de derechos laborales que todos damos por asumidos pero que en ese tiempo no lo eran".
Los refugios son arquitectura, patrimonio de guerra protegidos por la ley de memoria democrática que nos trasladan a una época gris, donde el esfuerzo colectivo del Gobierno de la II República y los vecinos logró salvar la vida a la población valenciana de retaguardia.
Por ello, es importante comprender su valor patrimonial y cultural valenciano, ya que no solo permite hablar de la guerra, sino de los relatos más humanos. "Hoy en día estamos acostumbradas a la violencia, con medios de comunicación muy visuales. Parece que estamos anestesiadas y no nos afecta, pero este tipo de patrimonio tiene ese valor, generar estos relatos de aprendizaje", explica Moreno.
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