Entrevista a Francie Cate-Arries"Los vencidos están empezando a contar la historia de España 85 años después"
Madrid--Actualizado a
A ella, que siempre estuvo enfrascada en su despacho de catedrática de Estudios Hispánicos en la Universidad de William & Mary, en Virginia, esta investigación le hizo ver que la poesía podía superar los libros y los propios versos en los que basó su tesis doctoral. Francie Cate-Arries ha investigado, desde 2013, cómo la transmisión oral de la memoria democrática ha sido clave para lograr que las historias no mueran entre el miedo y el silencio que impuso la dictadura franquista.
La investigadora participó en el I Congreso Internacional La Desbandá, celebrado en Mollina (Málaga). Desde allí charló con Público en torno al silencio y el miedo impuesto por la dictadura, pero también el nuevo régimen de memoria y la posmemoria que se abre paso gracias a la lucha de los descendientes de las víctimas.
Usted trata lo que el historiador Pablo Sánchez León denominó un nuevo "régimen de memoria". ¿A qué se refiere exactamente?
Sin ir más lejos, lo que se está viviendo ahora mismo en España, la significancia de la memoria que nos legan los descendientes del trauma, del momento de la violencia, de las tragedias y catástrofes que produjo la Guerra Civil española y sus represalias, que siguieron entrada la democracia con los bebés robados, por ejemplo. Aunque siempre lo han hecho los vencedores, los vencidos están empezando a contar la historia de España. Es la ciudadanía la que 85 años después busca la justicia ocupando el escenario público que siempre se les negó.
El movimiento memorialista actual en España, ¿existiría si no se hubiera producido una transmisión intergeneracional del testimonio oral?
No, sin dudas. La transmisión entre generaciones del testimonio oral ha sido clave para la memoria democrática. Cuando empecé mi investigación, los entrevistados siempre hablaban del tiempo de silencio, del no poder hablar. Y sí, claro que lo hubo, no solo en los espacios públicos sino también en los privados. Lo cierto es que en muchas otras familias sí que se hablaba, pero siempre en la seguridad de la casa, alrededor del brasero, o con vecinas de muchísima confianza, porque la mayoría eran mujeres sufrientes por una pérdida.
Para que una historia sea contada no solo hace falta alguien que la narre, sino alguien que quiera escuchar. Y así lo vi en todos los hijos y nietos que entrevisté, que recordaban cómo de pequeños les encantaba escuchar a sus madres y abuelas lo poco que decían al respecto del fusilamiento por parte de los sublevados de un ser querido.
Además, afirma que "el testimonio oral no solo protege la memoria familiar de los seres queridos perdidos a las balas y bombas lanzadas por los fascistas, sino que abre paso al camino de la verdad, la justicia y la reparación".
Es algo que lleva sucediendo en España unos veinte años. Los mismos testigos de la historia oral que les legaron sus mayores son los que están en primera fila financiando exhumaciones. Ellos han sido los motores de búsqueda de los desaparecidos, teniendo que lidiar contra el olvido de la sociedad y la negación por parte de muchas administraciones. A mí me impresiona mucho esa lucha feroz y persistente por demostrar que las cosas se pueden hacer, de no conformarse con el no que siempre les dieron por respuesta.
Muchas de estas historias orales, imagino, comienzan en el llanto privado del duelo familiar. ¿Cómo de importante es el miedo en todo esto?
El miedo es uno de los principales motivos del silencio, obviamente. He conocido relatos en los que reinaba este fenómeno, que son la mayoría. Sí es cierto que hay otros casos en los que, motivados por el intenso duelo de la madre o la abuela, eran ellas mismas las que salían a la calle y si veían a los asesinos les empezaban a gritar cosas como "cabrón" y "asesino", exponiéndose a la cárcel y fuertes represalias. Eso me lo contó una nieta, que jamás había visto decir a su abuela una palabrota, excepto cuando se cruzaba con algún falangista al que empezaba a gritar por la calle y luego se metía a llorar en su casa de forma inconsolable.
Cayetano Roldán fue el último alcalde republicano en San Fernando, en Cádiz, detenido y asesinado por mantenerse fiel al Gobierno de la Segunda República. Usted charló con su nieto, Juan Manuel Fernández Roldán, en 2016, dos años antes de que falleciera. ¿Cómo nació la curiosidad de Juan Manuel por saber lo sucedido?
Él era bastante revoltoso, así que su madre le castigaba al lado de ella mientras cosía, y así escuchaba todo lo que ella contaba sobre su abuelo. Se llamaba Catalina Roldán y había sido la mano derecha de Cayetano. Gracias a estar cerca de ella, de pequeño, Juan Manuel pudo saber que poco antes del 18 de julio un falangista a quien antes había prestado asistencia médica llamó a casa de su abuelo para avisarle de que algo malo iba a pasar, y que se podía escapar, que estaba todo preparado, solo tenía que meterse en el coche que le habían dispuesto.
Todo esto lo escuchó Catalina, escondida. También escuchó la respuesta de Cayetano: "Yo no me voy a ninguna parte, este es mi pueblo y no he cometido ninguna ilegalidad", dijo. Gracias a que Catalina escuchó eso, la historia nos ha llegado hasta nuestros días.
Cuando hablábamos del miedo remarcábamos que su consecuencia lógica es el silencio, ¿pero hubo silencios que fueron una forma de resistencia?
Sí, sí. Por ejemplo, Ángeles y María, hermanas de Juan Manuel, también me contaron que su madre les repetía que si en el colegio les pedían hablar sobre la historia familiar o algo parecido, no dijeran nada. Eso sí creo que sea una forma de resistencia, porque el silencio evitó que fueran señaladas. En los años cincuenta, imagínate, nada bueno podía pasarles. La madre, Catalina, sabía que esa historia era suya, y era lo único que les quedaba.
Y de nuevo, otra historia oral: Andrés Barreno fue asesinado en la masacre de civiles de La Sauceda en noviembre de 1936. Su hija Juana tenía catorce meses por aquel entonces, y fue su madre, Eleuteria, la mujer doliente que le transmitió la memoria familiar. Una de las cosas que Eleuteria decía a su hija Juana: "No hija, yo no podía llorar, yo tuve que dejar mi pena en un rinconcito e irme a trabajar". ¿Hablar o mostrar los sentimientos era un privilegio?
Este caso es muy curioso, porque Eleuteria tenía cuatro hijos y ninguna fuente de ingresos. A mí me lo contó Andrés Rebolledo Barreno, que terminó presidiendo una asociación memorialista y estuvo presente en la exhumación del cadáver de su abuelo Andrés. A Eleuteria le habían fusilado a su marido y la familia de él renegaba de ella y los críos. Por eso, trabajaba, trabajaba y trabajaba. También cogía del campo lo que podía, y pedía por las casas. Según contaba Juana a su hijo, recuerda cómo en un cortijo le dieron una rebanada de pan y cuando llegó a casa la repartió entre los cuatro. "Cuando nos lo dio, parecíamos pajaritos esperando en el nido, hambrientos", decía Juana sobre esta escena. Mostrar los sentimientos, en esta realidad, quizá era más un lujo que un privilegio. Era un lujo que no se podía permitir: descansar, reflexionar y llorar.
Ana María Venegas se crio en los años cincuenta y sesenta observando a su abuela Isabel practicar un ritual inexplicable para una niña. ¿En qué consistía?
Su abuela siempre cortaba una rosa blanca y la ponía al lado de la foto de su abuelo, José Bazán Viruez. Era un ritual, y Ana siempre le preguntaba, y su abuela siempre le respondía lo mismo: no me preguntes, no me preguntes. Más tarde ya le contó la historia sobre su abuelo, un buen hombre que llegó a ser concejal en su pueblo. Intentaba rellenar un hueco, una ausencia de vida, pero para la viuda casi era como un deber ético, el que no se olvidara a una persona buena, honrada, asesinada injustamente.
Los familiares de las siguientes generaciones, sobre todo los nietos, también entendían que se les estaba regalando algo al escuchar estas historias, como una pequeña joya de la memoria.
Podríamos hablar de la posmemoria.
Es que es su definición, claro: una memoria totalmente indirecta, de los descendientes que no vivieron en su carne los eventos traumáticos. En el momento de contar la historia casi hacen una performance, y eso llama mucho la atención en los testimonios. Los testigos imitan la voz, casi como una dimensión teatral, una actuación. Les posee esa figura para acercar el testimonio sobre algo que en realidad no conocieron, no vivieron.
Lo bueno de la oralidad es que puede estar presente alrededor de cualquier acción, ¿no? Me refiero, que hasta el más mínimo acto se puede perpetuar a través de la oralidad.
Es una herramienta muy potente. El historiador local Joaquín Ramón Gómez, cuando empezamos este proyecto, me dijo que un testimonio es un regalo. Yo lo entiendo así, que vengo de fuera, que no tengo ningún familiar en España, que me transmitan sus memorias de trauma, dolor y duelo es para que las difunda en entrevistas como esta y conferencias. Que la gente sepa, se entere.
Mencionaba su condición de investigadora extranjera en España. ¿Qué opina de la situación de la memoria histórica en el país?
Para muchas personas de fuera de España, yo entre ellas, es difícil entender por qué se ha tardado tanto tiempo en hacer las cosas. Muchos colegas y estudiantes míos en Estados Unidos proceden de Latinoamérica, del Cono Sur, países en los que se ha hecho una política de reconocimiento de estos crímenes de lesa humanidad que ninguna ley de amnistía puede proteger. La llegada de la nueva Ley de Memoria Democrática es algo positivo en todo esto.
Pero esta misma ley ampara precisamente la Ley de Amnistía de 1977, que blinda a los torturadores franquistas.
Cuando uno empieza desde cero, algo es algo. Es curioso que en España la impunidad sea total, muy curioso.
Por último, muchas de las publicaciones noveladas sobre memoria histórica parten de esto, precisamente: alguien con más experiencia cuenta a otro alguien más joven lo que sabe, vio en un momento determinado o sucedió en un lugar específico.
Es una figura literaria increíble, que se basa en la realidad, que no se inventa. Esas figuras nos rodean, son los narradores comunes que vemos en nuestro día a día. Y es algo que se ve claramente en muchas de las novelas gráficas que se publican, con figuras ficticias pero que se basan en una transmisión oral real. Son esas figuras que tienen memoria y la quieren transmitir, y menos mal. Qué bien que lo hayan hecho.
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