Opinión
Ocho años de Podemos: defender la autocrítica
Por Elizabeth Duval
-Actualizado a
Resulta que estamos en el octavo aniversario de Podemos. Me ahorré vivir su interna: aquellos años en los que vivir las tensiones, disidencias, contiendas, deserciones, purgas, alianzas y traiciones podía rápido convertirse en uno de estos sucesos traumáticos que desbarajustan para siempre una cabeza. Desde entonces, contemplo con distancia los partidos como si fueran trituradoras humanas, máquinas terribles sin alma, calculadoras condenadas siempre a la crueldad; considero, pero sólo los días buenos, que hay otras formas de hacer. Si el ejercicio del poder conduce a las ínfulas, el gusto adquirido de las derrotas por la mínima lleva necesariamente al repliegue; el repliegue, en su fase final, se convierte en la conspiración o el pensamiento mágico.
Tengo algunas intuiciones rápidas, al escuchar esta fecha: ocho años. La primera: hay toda una quinta de jóvenes que ya no se identifica por Podemos con firmeza como el vector de sus ilusiones, a quienes el partido se les ha quedado viejo precisamente en el momento en el que se ha convertido en un partido, institucionalizado, inercial (o sea: no pura energía impugnatoria, destituyente). Es importante saber que para esa quinta de jóvenes la fórmula de convertirse en un partido al uso (por más que nos empeñemos en lo del “partido-movimiento”, teorización que, sobre todo a Podemos, no sé yo si importa, sobre todo en sus efectos, a más de una decena de personas en este país) nunca sería particularmente sexy.
Quizá por eso Pablo Iglesias decía, cuando fundó Podemos, que quería reunir a la sociedad civil, a un número muy grande de personas, más allá de los partidos tradicionales de la izquierda, y que todos se unieran a un voto popular, y que él acataría lo que dijera la gente, y no unos partidos, y no unas coaliciones de partidos. Se parece un poco a la Primaire Populaire que tiene lugar en Francia, aunque esta sea un estrepitoso fracaso (porque nadie quiere la unidad). Es semejante a lo que algunos reprochan hoy a Yolanda Díaz, que no es ni Carmena en 2019 (lo cual es una suerte) ni Pablo Iglesias en 2014 (lo cual, en nuestro contexto político actual, quizá es otra).
¿Será que el partido sólo es útil y deseable cuando se controla, igual que pasa con la impugnación del poder? ¿Viviremos en la izquierda un ciclo eterno, hasta que no quede ni humano ni escisión en el planeta, en el que se impugnan los partidos para construir esa otra cosa hasta que esa otra cosa se convierte en un partido al cual una división que quiere volver a “otra cosa” acabará impugnando y absorbiendo? Por suerte, incluso para los griegos del transcurrir cíclico del tiempo, nunca se baña uno dos veces en el mismo río.
Prosiguiendo con esa intuición. La izquierda apostaría mal con un acrítico culto a la fuerza revolucionaria de los jóvenes, porque la izquierda hoy, transformada en lo que sea que sea tras su experiencia en el Gobierno, está mejor posicionada para encarnar ciertas nociones de orden que otra cosa. Y la sacudida de la pandemia posibilita, precisamente, un Estado que ordene y un Estado que cuide. Tarda, en Estados Unidos, por las brutales resistencias internas inherentes a su complejo sistema parlamentario, pero ahí están los mimbres y las voluntades.
Se pregunta Pablo Stefanoni, en un ensayo reciente, si la rebeldía se volvió de derechas: al menos en España, lo que ha sucedido es que el Gobierno se vistió discursivamente como el Gobierno más progresista de la historia, igual que todas las medidas se vistieron de las medidas más ambiciosas de la historia, y así, historia tras historia, y viendo que quienes la escribían eran (¡frase fetiche de la izquierda!) “los poderosos”, o sea, quienes ejercen “el poder”, aunque sea en apariencia, los derechistas se disfrazaron de outsiders. Hoy, los jóvenes (puntualizo: los hombres jóvenes) tienden a votar Vox. Hay muchas más variables que entran aquí: la reacción al feminismo, el clima social, la genuina acción de Gobierno que provoca un reflujo. Pero han cambiado cosas.
Podemos ha alcanzado logros que a mí me parecen importantes. Habrá muchísimos artículos triunfalistas, ¡qué duda cabe!, así que no es mi intención hacer largas listas, pero sí admitiré que han hecho cosas que eran impensables, y que protagonizaron una ola de ilusión muy importante, y que han encarnado y mantenido viva la esperanza de un futuro mejor para España. No tengo particular apego a vincular esos logros con Podemos ad infinitum en una suerte de orgullo permanente de las conquistas, como el joven convertido en abuelo cebolleta tras solamente unos cuantos años; las historias me sirven más por sus efectos que por el valor sentimental que una minoría muy vinculada y resistente pueda adjudicarles, y esas historias pueden seguir funcionando, aunque a mí ya no me parezcan mayoritarias.
Uno de los eslóganes de Podemos es, también en relación con su aniversario, “Defender lo logrado, ir a por más”. Será importante de cara a la interna, pero no sé si ahora, considerando sobre todo la opinión pública de sus decepciones, la marca Podemos está lo suficientemente al alza. No sé si basta con pintar una historia de arcoíris y victorias para borrar lo que cualquiera que haya visto los medios en los últimos años comprende. No, no todo es una conspiración, ni la resistencia (que sí, que también) de los agentes mediáticos, periodísticos, jurídicos: quienes han vivido esa interna también se han matado entre ellos, se han degollado, se han equivocado y han hecho las cosas mal.
De cara al futuro, mucho más allá del orgullo masturbatorio, yo iría a otra máxima, que quizá tiene que ver con modos alternativos de la política: considerar que se han cometido errores, muchos. Que hay manera de enmendarlos. Y que la base social que se ha visto dividida, escindida y traicionada, odiándose todos poco después de haberse encontrado, queriendo llegar a sitios similares, pero discrepando de todo, tiene que volver a encontrarse, o no habrá masa social. Decía mi amiga Ayme en Twitter que ser de izquierdas es como ir de viaje en coche con un grupo de personas con la cual compartes una idea aproximada del destino, pero sin tener acuerdo alguno sobre el trayecto, y encima odiándoos. Al menos, en su metáfora, no están todavía presentes los líos sobre quién conduce.
Coda final: si Podemos no abandona su obsesión con el repliegue y la resistencia, con creer que la culpa de todos es de los demás, con la conspiranoia permanente, acabará desapareciendo. Considero que en Podemos hay gente muy valiosa, así que convendría evitar que esas personas acabaran hasta los cojones o hasta los ovarios; también convendría escenificar en el futuro, aunque entre ellos se odien mucho, algunos abrazos y algunas reconciliaciones. Si en el futuro no hay reconciliaciones entre quienes pareció nunca iban a volver a hablarse, la cosa estará muy difícil. Los cumpleaños siempre son una fecha rara: te recuerdan el paso del tiempo, y el paso del tiempo tiende a engrandecer los fracasos. Feliz octavo cumpleaños, Podemos.
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