Opinión
Mujeres en pie de guerra: heroínas y estereotipos
Por Débora Zurro y Paula Talero Álvarez
Científica Titular en Arqueología Prehistórica, Institución Milá y Fontanals de Investigación en Humanidades (IMF-CSIC), Unidad de Cultura Científica de la Delegación del CSIC en Cataluña y CSIC - Consejo Superior de Investigaciones Científicas
Nuestros productos culturales no operan de forma ajena a nuestras convenciones sociales; el discurso de ficción y el mundo real se interconectan de formas complejas. El cine, la publicidad, los cómics y otros productos de consumo presentan discursos (explícitos o subyacentes) sobre nuestra concepción de la realidad y constituyen una forma más de transmisión de información.
Así se transmiten también los estereotipos de género, que constituyen variantes o especializaciones dentro de los roles de género. Estos fijan lo femenino y lo masculino y perpetúan una dicotomía basada en supuestas diferencias biológicas que presupone actitudes y comportamientos diferenciados.
Fue en 1798 cuando el impresor francés Didot creó el término estereotipo para denominar al proceso de duplicación de páginas. Posteriormente, se usó en Ciencias Sociales para referirse al conjunto de ideas que se repiten de forma sistemática para hacerse una imagen mental de algo o alguien. Son, por tanto, estructuras cognitivas permanentes que facilitan el procesamiento de información (Naffziger y Naffziger 1974).
En esta línea, todos reconocemos a la mujer ejecutiva o a la activista política como estereotipos diferenciados de mujer occidental. Estas convenciones culturales no necesariamente se suscriben por toda la población, pero sí se constituyen en expectativas y estándares que pululan repetitivamente por los productos audiovisuales que consumimos, nutriendo el imaginario colectivo.
Estereotipos recurrentes de la prehistoria a la distopía
También se han reproducido visiones estereotipadas de diferentes períodos históricos o culturas. Por ejemplo, los vikingos se presentan como extremadamente violentos y sanguinarios; los “locos años 20”, como un momento de eclosión generalizada de la modernidad y liberación de la mujer.
Del mismo modo, se han reproducido también diferentes modelos de mujeres, muchas veces prácticamente como personajes adscritos a períodos históricos específicos: la princesa medieval, la femme fatale, la sufragista, la dama victoriana… Estas imágenes están relacionadas con el contexto socio-político de la época, remarcan aspectos específicos de la feminidad y se manifiestan a través de figuras concretas.
Incluso cuando presentan un carácter extremadamente reivindicativo, como es el caso de las sufragistas, participan de los roles de género imperantes (es decir, esas mujeres siguen participando de la idea de “feminidad” que tenemos para esa época).
Estereotipos en la cultura
Los descriptores, estereotipos y roles de género cambian (Connell 1995) y eso se ve reflejado en nuestras industrias culturales. Hace unos años, y en el caso del cine, por ejemplo, solo protagonistas como la Princesa Leia o Ripley en Alien, eran conocidas. Hoy, la lista es significativamente superior y se fomentan narrativas protagonizadas por mujeres empoderadas, tales como Mad Max: Fury Road o Wonder Woman.
En cambio, hay aspectos que afectan a la representación de mujeres que se mantienen en diferentes épocas históricas. Podríamos pensar que las representaciones de las mujeres prehistóricas nada tienen que ver con las representaciones de mujeres en mundos distópicos y futuros imaginados. Pero hay aspectos que se repiten en ambas narrativas.
Mientras la mayoría de los períodos históricos refuerzan la norma de comportamiento y una feminidad tradicional, los relatos relativos a la Prehistoria y las distopías parecen configurarse como espacios de mayor libertad y ajenos a nuestras normas sociales. A pesar de ello, su análisis permite identificar ciertos aspectos, como la hipersexualización, que los ponen en conexión con narrativas al uso.
La sexualidad femenina generalmente se ha conceptualizado como una polarización de dos posturas opuestas: una más conservadora, neoliberal y puritana, que se corresponde con la figura de la virgen María; y otra caracterizada por una hipersexualización, asociada al personaje bíblico de Eva.
Heroínas inocentes vs figuras sobreerotizadas
El polo de “María” es común a la mayoría de los estereotipos históricos y aparece también en la ciencia ficción. Si bien es cierto que es positivo que muchas heroínas no estén sexualizadas, detrás de esta representación a menudo encontramos discursos que responden a patrones conservadores. En muchas ocasiones, la protagonista de la historia es aquella que es incompetente o inocente en cuanto a la sexualidad se refiere, ensalzando así los valores de inocencia, virtud y castidad. Es, por ejemplo, el caso de Katniss Everdeen en la exitosa saga de Los Juegos del Hambre.
Si bien en la ciencia ficción y otros géneros el polo de María es común, en ocasiones también encontramos algunas heroínas hipersexualizadas. La versión de la heroína hipersexualizada, aunque es menos frecuente, es una característica distintiva precisamente tanto de las narrativas distópicas (donde convive con heroínas el polo de “María”) como de aquellas basadas en la prehistoria.
Así, en ambas narrativas encontramos el polo de “Eva”, que se caracteriza por la preponderancia de imágenes de mujeres sexualizadas, objetos sexuales para ser deseados, admirados, y poseídos en última instancia por los hombres.
Las protagonistas de cómics sobre la prehistoria como Sheena, el personaje interpretado por Raquel Welch en Hace un millón de años, o la Viuda Negra, en el universo de los superhéroes, son figuras y superheroínas que ejemplifican esta sobreerotización.
Además, muchas de estas protagonistas cumplen papeles asociados fundamentalmente a la lucha y la guerra; llevan armas y constituyen excepciones en un mundo de hombres (ver Cavewoman o Sheena.
Un punto a destacar es que, tanto en las narrativas distópicas como en las prehistóricas, generalmente no hay espacio para cuerpos no normativos. Es decir, todas las protagonistas son mujeres blancas que corresponden a un ideal de belleza muy actual, caracterizado por la melena larga, la delgadez, etc. La indumentaria de estas mujeres remarca las curvas y la figura femenina, sea a través de un traje ajustado, sea directamente mostrando el cuerpo.
En el caso de los personajes no reales, como los que aparecen en el cómic, presentan una exageración de los atributos femeninos, como unas cinturas de avispa y unos pechos desproporcionados.
¿Se puede evitar el estereotipo?
Cuestionar concepciones normativas sobre género y otras diferencias (clase, raza, sexualidad, etc…) es extremadamente complejo ya que cuando intentamos desmontar ciertos estereotipos, a menudo acabamos reforzando otros.
Hemos visto, por ejemplo, que en ocasiones se trata de empoderar a heroínas asociándolas a papeles masculinos y el uso de armas. Lo que acaba sucediendo, en cambio, es que estas protagonistas acaban hipersexualizadas y enfocadas al consumo masculino. Un caso paradigmático podría ser el de Catwoman.
Cabría preguntarnos si son posibles los personajes no estereotipados, dada la necesidad de identificación con los personajes por parte del público.
Además, el mercado proporciona estas narrativas de mujeres empoderadas para generar más consumo, y no para alterar fundamentalmente las estructuras sociales y políticas.
Frente a los estereotipos (especialmente los que perpetúan roles de género obsoletos), ofrecer personajes de mujeres fuertes, con capacidad de decisión (también en el terreno sexual, pero en sus propios términos), es un paso positivo hacia productos culturales más diversos e inclusivos. Y no solo se debe hacer con las mujeres, también con los hombres, a través de personajes que cuestionan la masculinidad estereotipada o tóxica, y de historias que promuevan escenarios y alternativas diferentes, representativos de la realidad.
Este artículo es fruto del ciclo Investigación y Femineidad: Estereotipos de mujeres en la cultura contemporánea, organizado por la Delegación del CSIC en Cataluña y la IMF-CSIC, celebrado en febrero de 2020 en la Residencia de Investigadores de Barcelona.
Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation
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