Opinión
Dos funerales para la democracia interna (o algunas tragedias de Podemos)
Por Elizabeth Duval
Hay procesos, partidos e ideas que pueden morir dos, diez o incluso cien veces. Podemos se dirige a toda mecha hacia su cuarta Asamblea Ciudadana; si atendemos a lo que dicen cargos, militantes o incluso Ione Belarra, candidata a secretaria general, la fuerza del amor —y desde aquí nos declaramos a favor de la fuerza del amor, siempre, amén— que mueve a todo simpatizante de Podemos habría de ser suficiente como para asegurar que tal «motor de transformación» llegue a buen puerto. Si hacemos caso al dogma según el cual «ningún partido tiene una militancia como la de Podemos, con miles en cada barrio, en cada pueblo, en cada ciudad», el debate sano y la discusión interna sin ambages habrían de estar asegurados: un auténtico ágora sin igual, una discusión político-filosófica profunda, sensata y democráticamente revolucionaria, replicada en cada pueblo, ciudad, capital de provincia, etcétera; un, dos, tres, cientos, miles de Podemos.
Se da la quisquillosa y aguafiestas circunstancia de que hablar de militancia —cuantitativa o cualitativamente— no es suficiente para conjurar a los militantes o hacer que existan de verdad: las personitas comprometidas no aparecen ex nihilo gracias al poder de la palabra. La realidad de las bases, esas mismas que tanto participan en los procesos internos, tantísimo, se parece menos a la recepción de Marcelino Camacho, que se quedaba en casas particulares en cada pueblo, y más a lo que cualquier buen seguidor cuenta al apoyar a su equipo de fútbol de las divisiones regionales: nuestra peña, manque pierda, es la mejor peña del mundo, la más cariñosa y la más mejor; ¡no existe en toda España una peña o cofradía igual!
La existencia de la tercera Asamblea Ciudadana es algo de lo que se puede aún dudar desde la Metafísica: tuvo lugar durante la pandemia de la covid-19, después de la entrada de Podemos en el Ejecutivo, y no se conocen muy bien sus consecuencias o efectos… más allá de afianzar una cultura política sin excesiva crítica o disidencia interna; porque sus críticos estaban ya en otros sitios, más que otra cosa, propulsados por disputas, vendettas, distribuciones de liberados; efectos de un centrifugado político a gran escala. Ahora, para la cuarta Asamblea Ciudadana, Podemos abandona Vistalegre con tal de instalarse en Alcorcón; es curioso pensar que, después de que Vox suplantara la posición de Podemos como tercera fuerza política, la expansión del campo de batalla derechista ha conquistado incluso el emblemático Palacio de Congresos de la izquierda, tiñendo de verde lo que antaño fuera morado.
¿Qué matices se van a debatir en esta Asamblea Ciudadana y qué se está votando? Por ampliar la cuestión: ¿desde cuándo la Asamblea Ciudadana —prosigo: ¿qué ciudadanía exactamente?— que pretende transformarlo todo radicalmente tiene el derecho a convertirse en, primero, un congreso a la búlgara o, segundo, un burdo referéndum de aprobación —previsible— o revocación —imposible— del sucesor designado de turno? Si el lema hace un decenio era «Democracia Real Ya», y si el proyecto populista de izquierdas de Chantal Mouffe consistía en una radicalización de la democracia, es un auténtico problema que la fuerza de izquierdas que dice buscar una transformación auténticamente democrática de la sociedad tenga primarias internas menos pluralistas y más disfuncionales que las del PSOE o, si me apuran, las del Partido Popular. Cuando cayó Rajoy, la pugna por su sucesión, sin estar exenta de puñaladas traperas y fintas engañosas, se parecía mucho más a un debate auténtico —por más que las diferencias fueran estéticas— que cualquier cosa que hayamos podido ver en los últimos años por parte de Podemos y su aparato: hubo alianzas, diferencias y contraste entre modelos, con integración posterior, salidas más o menos elegantes, pero no una desaparición absoluta un año después de toda disidencia interna. Cualquier partido nuevo de izquierdas tiene un gravísimo problema cuando la derecha vieja es capaz de adoptar mejor los mecanismos de la democracia interna… y será imposible convencer de la posibilidad real de ampliar la democracia española si se es incapaz de poner esa democracia en movimiento en el seno del partido que la propone.
Lo trágico es que pronunciar palabras así pareciera condenarnos de antemano a entrar en el campo de los cascarrabias, los cenizos, los que quieren poner piedras en las ruedas de la gran transformación: lo sano sería que una cultura política madura se tomara cualquier crítica como si fuera la semilla de una oportunidad. No se escriben columnas así para hacer una recopilación de todos los errores encadenados a lo largo de estos años, sino partiendo de lo que es una preocupación genuina: que el espacio de la izquierda quede restringido a acuerdos entre camarillas herméticas, bien cerradas. Sería otra tragedia más que a quien señalara que el edificio se está construyendo sin el andamiaje necesario se le respondiera que ahora no toca, que sobre la democracia interna ya se reflexionará, que ya tendrán tiempo de surgir las corrientes en algún futuro aún lejano. Escribo también preocupada por todas las personas valiosas y currantes que hay dentro de la formación: ¿quién querría que sus esfuerzos acabaran reducidos a una farsa de movimientos en constante repetición? La idea de construir para Podemos una estructura bicéfala en la que se intente de verdad elaborar una organización es buena, puede procurar efectos positivos; el hecho de que esa construcción se dé sin debate alguno de ideas y sin atender a las discusiones que surgen en el seno de un bloque progresista más amplio —con sus diferencias— entra ya en el terreno de lo sumamente preocupante.
Todo esto me lleva a preguntarme, desde el cariño y no desde el cinismo, si no habría sido mejor escenificar algunas discrepancias o movimientos discordantes, hacer parecer que todavía quedan corrientes diferenciadas dentro del partido con alguna posibilidad de ganar o plantear matices, o evidenciar —aunque sea falsamente— que hay figuras en Unidas Podemos que piensan que el barco, aunque siga remando en dirección parecida, podría inclinarse: montar dos listas separadas, aunque todo sea una pantomima, para hacernos creer a los espectadores que la democracia interna sigue viva y coleando. Encadenar dos congresos a la búlgara, por más que la situación sea excepcional, no parece lo más inteligente del mundo, ni tampoco lo que vaya a legitimar más a Ione Belarra… que necesita urgentemente algún tipo de legitimación. Se cita mucho una sola frase del monólogo de Nanni Moretti frente al debate entre Berlusconi y D’Alema: «¡di algo de izquierdas!». Por discrepar, quizá tendríamos que recuperar la otra parte de esa tirada, adaptándola a nuestro contexto actual. Decir, antes de que sea demasiado tarde y la autocomplacencia de peña futbolística arruine toda posibilidad de proyecto emancipador: «Podemos, reacciona, responde, vamos, di algo, reacciona. ¡Di algo, aunque no sea de izquierdas, de sentido cívico! ¡Di algo, lo que sea!». Desde el convencimiento, claro, de que quizás el momento de decir algo sea ahora, porque dentro de poco pueda ser demasiado tarde.
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