Opinión
Carla Antonelli: al final siempre gana la luz
Por Elizabeth Duval
-Actualizado a
Conocí a Carla cuando ella aún era diputada en la Asamblea de Madrid y yo tenía catorce años. Las dos vivíamos en el mismo barrio, pero nos encontramos en la Sala Mirador, cuando yo asistía a una proyección del documental de Fernando Olmeda que relataba la historia de su vida. No he vuelto a ver El viaje de Carla desde entonces, pero tengo una imagen muy concreta grabada en la retina: cuando el estilo se volvía más abstracto, con luces y sombras, para relatar el que probablemente había sido uno de los momentos más duros de su vida, en la clandestinidad que aún asolaba a las mujeres trans en los años ochenta.
No es una mujer que desconozca la experiencia de ser expulsada: sabe perfectamente lo que significa tener que irse. Admiré cómo aguantó todos los golpes que la vida le había dado y cómo seguía aguantándolos, dando la cara, dejándose la piel; ya no por ella, sino por otras como yo. Luchó fervientemente en la Asamblea de Madrid. Reformas legales que ella ha impulsado —no puede olvidarse que, sin su huelga de hambre, quizá no tendríamos la primera ley 'trans' española, la Ley 3/2007— a mí me han cambiado la vida. Pero nunca se quedó en lo legal. Carla me ha sostenido, también, cuando nos encontrábamos por la calle en nuestro barrio y nos saludábamos, cuando me preguntaba qué tal estaba, cuando la vida nos ha juntado una y otra vez. No me ha sorprendido la noticia de que haya solicitado su baja del PSOE: lo que sí me ha maravillado es su lucha, su resiliencia, porque ha tenido que aguantar mucho tiempo lo inaguantable.
Cuando presenté mi última novela, Madrid será la tumba, Carla se acordó de mí y expresó públicamente su orgullo: «esta personita», decía, «que conocí con catorce años y que era mi vecina, es orgullo por ser lo que un día soñamos que fuera la siguiente generación». Me he cruzado con ella muchas veces en estos últimos años y hemos hablado sobre el durísimo proceso de gestación y bloqueo de la ley 'trans', con historias que no tengo por qué contar aquí, pero que cada cual podrá imaginarse.
Ella siempre ha creído en lo necesario y no ha desfallecido en ningún momento, en un ambiente extremadamente hostil; lo que he aprendido de ella también es una lealtad inquebrantable. La conciencia, al final, de que no se va del PSOE porque traicione sus principios; lo hace porque es el PSOE el que traiciona los suyos, el que traiciona las resoluciones de sus últimos congresos al aliarse con el Partido Popular para retrasar, plazo de enmiendas mediante, la aprobación de una ley extraordinariamente parecida a la que ellos mismos redactaron años atrás. Lo hace con una dignidad de la cual no puedo sino aprender. Y lo hace, lo sé, con una tristeza profunda y un dolor desgarrador que no tendría por qué haber soportado.
La primera mujer trans diputada en España para mí ha sido siempre una inspiración; no sólo por lo que hace, sino por cómo lo ha hecho, por la vergüenza e indignidad ajenas que ha soportado manteniendo ella su cabeza alta. Pierde la política mucho más prescindiendo de ella de lo que pueda perder Carla, porque toda su vida ha sido política y ella seguirá estando ahí.
En 2021 escribí un reportaje sobre la situación del colectivo LGTBI en medio de la ola de transfobia —que ella ha tenido que vivir también desde su propio partido, con sus traiciones, sus mezquindades, sus luchas de poder— y el asesinato de Samuel. No se me olvidarán las últimas palabras que me dijo en una llamada telefónica, en una conversación grabada en la que se nos colaban las risas, la complicidad por las experiencias compartidas: al final siempre vence la luz y todo calvario está destinado a llegar a su fin. Ella me las dijo entonces y yo querría recordárselas hoy, en un día durísimo tras sus 45 años de militancia socialista. Pero, para que lo logre, para que se cuele por esas grietas, la labor de Carla es, será y habrá sido imprescindible. El tiempo hará justicia con ella y pondrá a quienes la han echado en su lugar. De la misma forma en que el municipio de Güímar, del cual se fue prácticamente huyendo, acabó poniéndole su nombre a una calle de El Socorro: al lado de la misma playa de su mar de infancia. La luz venció entonces; esa misma luz acabará venciendo ahora.
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