Opinión
Alemania parece modélica. ¿Por cuánto tiempo?
Por Jorge Tamames
Investigador en el Real Instituto Elcano y autor de 'La brecha y los cauces'
-Actualizado a
Fuera de Alemania, las recientes elecciones federales y las negociaciones para formar una coalición de gobierno se observan con una mezcla de aprensión y envidia. La aprensión refleja el impacto que el resultado electoral y la composición del nuevo ejecutivo tendrán sobre el futuro de la Unión Europea. La envidia se determina en función de la estabilidad política en los países que siguen el proceso, por lo general muy inferior a la de la Alemania de Angela Merkel.
Pensemos en el largo dominio del centroderecha (CDU), así como su capacidad para gobernar en coalición con los liberales (FDP) y quienes en teoría serían sus principales rivales, los socialdemócratas (SPD). En las opciones a la hora de gobernar en coalición –“semáforo”, “Kenia”, “Jamaica”–, excluyendo siempre a la extrema derecha (AfD) y en ocasiones a la izquierda radical (Die Linke). Todo ello confiere a Alemania la imagen de un país pragmático, ajeno a la polarización que atenaza a cada vez más democracias. Esta estabilidad quedaría reflejada en el desempeño económico del país, como si la solvencia de su clase política se correspondiese con una trayectoria de desarrollo exitosa.
¿Y si ocurre lo contrario? Que la estabilidad política alemana deriva de su estructura económica y no al revés. Entonces la cuestión clave sería qué esperar del modelo de crecimiento alemán. En este apartado el país acumula problemas que, de no ser abordados, generarán un clima político tan crispado como el de sus vecinos.
A simple vista no lo parece. Alemania se ha consolidado como la principal potencia europea y su economía más exitosa. Su motor de crecimiento son las exportaciones de productos de alto valor añadido, que proporcionan al país un inmenso superávit comercial. Esta orientación también introduce sesgos a favor de la moderación salarial, con el fin de mantener competitividad en los mercados internacionales. Así, la economía alemana es capaz de asimilar políticas de austeridad que el resto de la UE es incapaz de imitar con éxito. Como apunta el sociólogo Wolfgang Streeck, los propios sindicatos alemanes han desempeñado un papel clave asumiendo recortes de salario a cambio de que las empresas alemanas retengan su pujanza exportadora.
Este modelo no se modificará de manera fundamental en el futuro. Cuando un país se compromete con una senda de crecimiento específica, produce inercias difíciles de revertir, incluso cuando los gobiernos cambian de color.
Merece la pena comparar esta situación con la de otras democracias que no han logrado establecer un modelo de crecimiento sostenible. Aunque la polarización en Estados Unidos se ha atribuido a un sinfín de factores, tal vez el más importante sean las trayectorias económicas divergentes dentro del propio país. Los republicanos representan a una “coalición de carbono”: industrias extractivas (petróleo, minería, madereras), agroindustria, petroquímica, metalurgia, partes del sector minorista. El Partido Demócrata está vinculado a los nichos de la economía el conocimiento: universidades, industria mediática, grandes tecnológicas, farmacéuticas, energías renovables, sector financiero. Son modelos de crecimiento incompatibles, de modo que las elecciones devienen un pulso existencial entre los votantes vinculados a cada uno de ellos. El resultado es un país en el que la democracia amenaza con colapsar de aquí a 2024.
En la UE encontramos dinámicas similares. Francia, según los economistas Bruno Amable y Stefano Palombarini, acumula décadas de inestabilidad como resultado de las tensiones que genera alinear su modelo productivo –con mayor peso del Estado y orientación hacia el consumo interno– con las prescripciones europeas, que consagran a Alemania como el modelo a emular. Esta fricción ha fragmentado los bloques tradicionales de izquierda y derecha, aupando a políticos como Emmanuel Macron y Marine Le Pen. Pero tampoco ellos están en posición de movilizar a un bloque social lo suficientemente grande como para apoyar sus agendas (tecnocrática y liberal en el primer caso, nacionalista y reaccionaria en el segundo). Eso explica en gran medida la volatilidad de las encuestas de cara a las presidenciales de 2022. En España, el resquebrajamiento del bipartidismo también puede entenderse como resultado de la implosión de un modelo de crecimiento vinculado a la especulación inmobiliaria tras la crisis financiera de 2008. Una crisis estructural que, 13 años después, sigue pendiente de resolución.
Berlín ha capeado estos temporales porque mantiene un modelo de crecimiento cohesionado. Pero no todo el monte es orégano. En primer lugar, Alemania produce externalidades que causan problemas a sus vecinos. Recordemos que para mantener un superávit comercial es necesario que entre en déficit otro país (o países), y con frecuencia estos han sido los socios europeos de Berlín.
El modelo también presenta debilidades de puertas para afuera. La acción exterior alemana es con frecuencia una derivada de su política económica. Berlín no termina de apostar por la autonomía estratégica europea, porque encuentra en Washington un proveedor de seguridad barato. Tampoco adopta una línea firme frente a Moscú, porque depende de gasoductos como el Nord Stream 2. Y no quiere confrontar con Pekín, porque China sigue siendo un socio comercial vital para Alemania.
El resultado es una posición internacional vacilante, que genera episodios deshonrosos incluso en la propia UE. Merkel nunca pactó con la extrema derecha alemana, pero se mantuvo como la principal valedora de Víktor Orbán mientras socavaba la democracia húngara, porque al mismo tiempo convirtió el país en un destino atractivo para la inversión alemana. Pero no parece posible seguir jugando a tantas bandas ante la creciente rivalidad China-EEUU, ni que Alemania se vaya a beneficiar del creciente interés por acortar cadenas de producción globales y limar las aristas de la globalización.
De cara al futuro, mantener la pujanza alemana –de la que también dependen sus vecinos– requerirá transformaciones importantes. El país acumula tareas pendientes en los frentes de digitalización y transformación energética. Su industria del automóvil ha tardado demasiado en apostar por el coche eléctrico. Como destacan Michael Pettis y Matthew Klein en un reconocido estudio, la fortaleza exportadora alemana se ha construido sobre la base de un mercado doméstico anémico, donde la capacidad adquisitiva de las clases medias y trabajadoras se estanca. En cierto modo, Alemania exporta al resto del mundo los desequilibrios que genera en casa. Hay síntomas de que esta situación tampoco es sostenible dentro del país: en encuestas recientes, solo uno de cada cinco alemanes opinaba que la prosperidad del país se reparte de forma justa.
Corregir esos desequilibrios requerirá, en primer lugar, apostar por la inversión pública y el consumo doméstico. Alemania necesita, desde hace tiempo y con urgencia, inversiones en infraestructura y aumentos salariales. Para que la reactivación económica alemana produzca además sinergias con el resto de la UE, será necesario flexibilizar las reglas de gasto europeas y convertir en programas de inversión permanentes algunas de las iniciativas –como los fondos NextGenerationEU– adoptadas durante la pandemia. Esto constituiría un primer paso para dar carpetazo a la era de la austeridad.
Las buenas noticias: dos de los probables integrantes del siguiente gobierno alemán –el SPD, ganador de las elecciones, y Los Verdes– apuestan por aumentar el gasto social y reformar la arquitectura fiscal de la UE, flexibilizando tanto los límites de endeudamiento como la capacidad de inversión pública europea. Eso supondría una hoja de ruta muy distinta a la de la última vez que gobernaron juntos. Las malas noticias: juntos no suman una mayoría parlamentaria. Y Die Linke, que podría haber empujado en favor de mayor redistribución y consumo interno como tercer socio de coalición, ha quedado fuera de juego por su pésimo resultado electoral.
La opción más probable es un tripartito con los liberales, cuya vista está puesta en el poderoso ministerio de Finanzas, desde donde apostarán por rebajas fiscales en casa y una reimposición de la austeridad a nivel europeo. Como señala Adam Tooze, una fórmula para reconciliar sus prioridades con las del SPD y Los Verdes pasaría por entregar a estos últimos un superministerio de Transición Energética con un mandato ambicioso para llevar a cabo inversiones públicas. Al FDP, mientras tanto, se le permitiría cuadrar el déficit primario desde Finanzas.
Queda por ver si los liberales aceptan este intento de cuadrar el círculo, tanto a nivel alemán como europeo. Retornar a las políticas de austeridad quebraría la recuperación de media UE, entre la que se cuentan España, Francia e Italia. Este viaje a ninguna parte ni siquiera beneficiaría a Alemania, cuya economía no debe hacer frente al futuro con las herramientas que funcionaron en el pasado, en ocasiones a costa de sus socios europeos. Si Berlín opta por exportar más austeridad económica, terminará importando la política crispada de sus vecinos.
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