Opinión
Afganistán y el fin de la era de los imperialismos (I)
Por Augusto Zamora R.
Autor de ‘Política y geopolítica para rebeldes, irreverentes y escépticos’ (3° edición, 2018) y ‘Réquiem polifónico por Occidente’ y de ‘Malditos libertadores’.
-Actualizado a
Horas de llanto y de crujir de dientes (Lucas, 13,28) transcurren en estos pagos del así llamado Occidente, por el descalabro sin paliativos de EEUU y sus aliados en Afganistán. Entendámoslos. En Afganistán terminó de naufragar, de manera estrepitosa, el sueño imperial de EEUU, de imponer al mundo un “New American Century”, en la euforia generada por el suicidio de la Unión Soviética. Para comprenderlo es preciso recordar que, antes del suicidio soviético, los ‘pacíficos’ miembros europeos de la OTAN no habían iniciado ninguna guerra, por el temor que les causaba el Pacto de Varsovia. Desaparecida la URSS y disuelto el Pacto, el Dr. Jekyll dio paso a Mr. Hyde.
Animados, o convencidos, o resultado de su herencia genética imperialista (el tan citado reflejo condicionado de Pavlov), los europeos occidentales, sepultada la URSS, volvieron a las guerras. Yugoslavia, 1999 (so pretexto de un genocidio albanokosovar a manos serbias, que luego resultó falso); Iraq, 2003, (las cacareadas armas de destrucción masiva, en lo que fue un engaño planetario); Libia, 2011 (supuestas matanzas de Gadafi, y donde, al final, el asesinado fue el presidente libio) y Siria, 2014, intento de agresión frustrado -qué descaro- por la contundente oposición de China y Rusia, que avisaron de respuestas. Todos los países atacados por la OTAN tenían gobiernos amigos de la asesinada URSS y podían ser -o eran ya- aliados de una Rusia en recomposición.
Afganistán ha sido pieza codiciada por los anglosajones desde el siglo XIX, dada su estratégica situación geográfica en Asia Central: fronterizo como era de Persia, del Imperio Ruso, del Imperio Chino y, claro, del Imperio Británico, en lo que era la joya -literalmente- de la Corona, el Virreinato de India, de donde los británicos expoliaban ingentes cantidades de riqueza. El desmantelamiento de los imperios coloniales -con el fin del virreinato, dividido en los actuales India y Paquistán- y el mundo bipolar, con India aliada de la URSS y Paquistán de EEUU, devaluaron Afganistán, hasta que -error garrafal y catastrófico- la URSS decidió en mala hora invadir el país, en 1979.
EEUU vio, en la invasión, una oportunidad única de conseguir dos objetivos. Uno, lanzar una guerra de desgaste para derrotar y humillar a la URSS y, dos, desquitarse de la doloroso y traumática derrota en Vietnam, en 1975. Para lograrlo contó con la ayuda inestimable de Paquistán, en cuyo territorio se inició el reclutamiento de los futuros muyahidines, buscados entre los sectores más fanáticos y retrógrados de Afganistán. EEUU hizo de la guerra contra los soviéticos una cruzada islámica contra el comunismo ateo y Afganistán se convirtió en el epicentro y meca del islamismo más extremista. En esa guerra combatieron Osama Ben Laden y el mulá Omar y de esa guerra nacieron Al Qaeda y los talibanes, merced al apoyo de EEUU, de quien son hijos, bastardos, pero hijos, (recomendamos la entrevista a Hillary Clinton, admitiendo que fueron ellos quienes crearon a estas fuerzas: https://www.youtube.com/watch?v=kz293ocSvJ4. Tiene subtítulos en español, avisamos, para animar a los curiosos).
El fin de la Guerra Fría hizo renacer los sueños imperiales a lo siglo XIX. Un EEUU exultante se dijo triunfador absoluto sobre el desaparecido adversario soviético y pasó a diseñar un mundo a su medida, el citado “New American Century”. Un revival del siglo XXI con un único poder mundial con capital en Washington. Las guerras lanzadas por la OTAN, instigadas por EEUU, eran un medio considerado esencial para el rediseño del mundo (tema desarrollado en el libro sobre política y geopolítica). No fueron, ni mucho menos, guerras al azar, sino etapas del proceso de dominación mundial, en unos años en los que EEUU -derruida Rusia, circunspecta China- no tenía ni veía rival.
La guerra contra Yugoslavia arrasó al único aliado de Rusia y -el verdadero objetivo- puso a la Unión Europea bajo control casi total de EEUU, que expandió la OTAN hasta las fronteras de Rusia. Iraq ‘debía’ quedar bajo control pleno de EEUU, tanto por su extensa y estratégica frontera con Irán, como porque Sadam había dejado de ser un déspota de fiar. El lobby israelita hizo el resto, pues Israel quería destruido a Iraq y a EEUU asomando su potencia sobre la odiada y temida República Islámica de Irán, algo favorecido también por el obsceno régimen saudita. En Libia era quitar de en medio al incómodo, prorruso y petrolero Gadafi, para plantar el dominio de los occidentales. Derrocado Gadafi, en Mediterráneo quedaría ‘asegurado’ y ‘cerrado’ para la OTAN.
La pieza que faltaba era Siria, histórica puerta y puerto natural de Irán y Asia Central al mar Mediterráneo y viceversa. El derrocamiento de El Asad permitiría terminar de cerrar el Mediterráneo a Rusia e Irán, liquidaría al enemigo más próximo a Israel, cerraría las vías de abastecimiento a Hezbolá y, liquidado Hezbolá, Líbano quedaría de rodillas ante la OTAN, Tel Aviv y Washington. Por eso Siria se convierte en el campo de batalla más sangriento de todos, con una brutalidad sin límites. La OTAN, Turquía, Israel, Qatar y Arabia Saudita se conjuran para liquidar al régimen sirio, ante la resistencia numantina de dicho régimen, al que apoyan decididamente Hezbolá e Irán, que envían a miles de combatientes. Aquí es donde, debe anotarse, empiezan a cambiar las tornas. El protagonista del cambio tiene un nombre: Rusia. En agosto de 2015, Moscú amplía la base aérea que tiene en Siria y, el 30 de septiembre de ese año, para asombro, pavor y desconcierto de la OTAN y sus aliados, Rusia lanza una contundente ofensiva aérea y marítima contra las fuerzas delegadas de Occidente. La ofensiva, que se prolonga por más de un año, es demoledora y las fuerzas de Damasco, abastecidas de armas y asesores y comandos rusos, reforzada con miles de combatientes chiíes -que, incluso, llegan desde Afganistán- derrotan a los enemigos, que deben replegarse y quedarse quietitos en la provincia de Idlib. La intervención de Rusia en Siria hizo ver con crudeza que el sueño del “New American Century” era eso, un sueño. También marcó un antes y un después en la quimera estadounidense de dominio mundial.
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