Opinión
Mofetas en la moqueta
Por Pepe Viyuela
Actor
Bravo como un león, torpe como un burro, lento como una tortuga, trabajador como una hormiga, terco como una mula, fuerte como un toro… Usamos constantemente referencias al comportamiento de los animales para ilustrar el nuestro, no sé si decir humano, pues demasiadas veces es propio de desalmados.
En cualquier caso, hay que decir que, salvo para los creacionistas, que los hay, (atiéndase sin ir más lejos al Sr. Mayor Oreja), somos muchos quienes consideramos a los humanos una especie animal más; y no nos duele asumir que formamos parte de un reino animal en evolución y nosotros, los españoles, también al reino de España, un feudo poblado históricamente por auténticas bestias pardas de toda clase y condición.
Hoy me gustaría poner la atención en algunas bestias que pertenecen a la llamada clase política y mediática. Prestaré especial interés a un comportamiento, cada vez más extendido, que nos emparenta con los mefítidos.
Se trata de la tendencia cada vez más acusada entre algunos de nuestros animales nacionales (no confundir con racionales), consistente en la emisión de bulos, trolas y camelos a diestro y siniestro y sin control ninguno.
Entre los emisores y creadores de bulos, hay que destacar a los especímenes que pueblan lo que hemos dado en llamar pseudomedios, esa sabana o campo abierto a la coyunda de especies diversas que se relacionan impúdicamente entre sí, para concebir e incubar engendros; que se alimentan de carroña y que lo van poniendo todo perdido a base de salivazos y vomitonas repletas de nocturnidad y alevosía. A veces es imposible limpiarlas y el tufo permanece mucho tiempo después del paso de la mopa y el desinfectante.
Borrar la mentira y evitar que hieda lleva mucho tiempo y mucho esfuerzo, resultando, a veces, incluso una tarea inútil, ya que el perfume de lo vomitado queda impregnado en el tejido social y no hay quien lo saque por mucho que se frote y refrote.
Existen, en efecto, especialistas en el bulo, especímenes que gozan con el ejercicio de la infamia y el descrédito, que se inventan lo que haga falta con tal de arremeter, por todos los pseudomedios a su alcance, contra quien no les baile el agua, y con el fin de que vaya p'alante.
Estos individuos acostumbran a mentir impunemente, así como a huir sin reconocer nunca sus embustes, por mucho que a veces se estampen contra el muro de la evidencia.
Su estrategia consiste entonces en inventar otras nuevas y en seguir ensuciando el aire hasta la saciedad, mientras se refugian en un concepto de patria que han fabricado a su medida, a modo de madriguera multiusos.
Muestran una habilidad pasmosa para largarse de rositas, muchas veces con la connivencia de algunos miembros de la conocida como familia judicial, mientras lo dejan todo enlodado y con un fuerte olor a podredumbre.
Este extendido comportamiento es lo que los naturalistas están empezando a denominar como comportamiento mefítico, mefitismo o mofetismo ilustrado. Consiste básicamente, ya queda dicho, en emitir bulos pestilentes por la boca como lo haría una mofeta por salva sea la parte.
Los mefítidos tienen como principal rasgo el mal olor que consiguen segregar gracias a sus potentes glándulas odoríferas y hay quienes ya hablan de un acercamiento mutante entre estos humanos y las mofetas.
Cuando la mofeta se cree amenazada o sencillamente cuando le viene en gana expeler sus ventosidades, levanta su cola y si no la tiene, apunta sencillamente con su esfínter hacia su víctima, poniéndolo todo perdido con una especie de bilis pegajosa y maloliente que hace imposible la respiración.
La mofeta, al igual que estos humanoides embusteros, vive en madrigueras que en alguna que otra comunidad son cavadas por la hembra y aprovechadas por machos azangarrianados.
A veces viven pequeños periodos de letargo, durante los cuales se esfuerzan por acumular y recolectar mentiras hediondas para cuando sea menester lanzarlas a los espacios de convivencia.
Su habitat preferido es la cloaca mediática y desde allí disparan sus flatulencias como francotiradores de élite, aunque también pueden encaramarse a escaños, tribunas o micrófonos y escupir o expeler sus trolas, paparruchas e infundios hasta hacer imposible cualquier negociación.
Suelen conseguir su objetivo, consistente en empantanar el terreno y convertirlo en lodazal, les encanta chapotear en sus propias emisiones y excrementos y cuando se les acusa de fetidez recurren al pío pío que yo no he sido, al consabido y tú más o a victimizarse afirmando que son pasto de la censura.
De cara al año nuevo, debería existir un propósito firme por parte de la comunidad democrática internacional, -no como el de apuntarse al gimnasio el primero de enero-, destinado a encontrar antídotos para esta epidemia que amenaza con convertirnos a todos en mofetas.
¡Feliz año nuevo!
(También a las mofetas)
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